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La ópera y las referentes

Barcelona. 22/03/23. Gran Teatre del Liceu. García-Tomás: Alexina B. Lidia Vinyes-Curtis (Alexina / Abel). Alicia Amo (Sara). Elena Copons (Policía / Madame P. / Madre de Alexina / Sor Marie des Anges). Elena Copons (Doctor Goujon / Doctor / Doctor H. / Abad / Monseñor / Juez). Mar Esteve (Alexina joven / Léa / Pupila / Alumna). Cor Vivaldi. Orquestra del Gran Teatre del Liceu. Ernest Martínez Izquierdo, dirección musical. Marta Pazos, dirección de escena.

¿Qué es la ópera? O quizá, mejor aún para estas líneas, ¿qué ha de significar la ópera? Estos días de atrás, revisitaba en mi memoria las sensaciones que me despertó la primera función lírica a la que asistí. Una Carmen firmada por Pizzi en el Teatro de la Zarzuela, como 30 años atrás. Toda una oleada de novedades y profundas emociones que me revolvieron de arriba a abajo y de un lado a otro... trayéndome hasta aquí. Desde entonces, como espectador mi posicionamiento frente a la ópera se ha desarrollado y evolucionado, hacia un lugar muy concreto, supongo, en el que es tan complicado aburrirme como sorprenderme verdaderamente. Por supuesto, me sigo maravillando y encontrándome ante la música, sublimando en ocasiones ante destellos precisos o conceptos globales... y ante noches redondas que, a pesar de lo aciago de algunos agoreros, se siguen dando en la lírica. Sin embargo, ya se lo adelanto, recuerdo muy pocas citas como la de anoche en el Gran Teatre del Liceu. Aquella Carmen me trajo hasta aquí y Alexina B., lo doy por hecho, me va a llevar a entender la ópera en las próximas décadas. Estoy convencido de ello. Y añado: mi pareja, que vive la lírica a mi lado desde hace más de una década, pero que tiene otras prioridades y curiosidades principales en la vida, me decía al salir, comentando con ella durante horas lo que acabábamos de vivir: "Creo que esta es mi ópera favorita de todas las que he visto hasta ahora... diría que, de hecho, necesito volver a verla. Ya mismo. Así, tal cual la acabamos de ver. Pienso en Pagliacci, por ejemplo... me gusta mucho su música, pero su historia es tan machista que me crea cierto rechazo... sin embargo, esta Alexina... siento que me está hablando a mí, desde el presente; que puedo conectar con ella y con cómo me lo cuenta". Esto, queridos lectoras y lectores, tanto desde una perspectiva como desde la otra, significa la base de todo y lo más importante que voy a escribir hoy aquí.

Qué ha significado en cada momento y qué ha de significar la ópera en la actualidad, podemos deducirlo revisitando su propia historia. Cómo y dónde adquirió su forma más definitiva, a partir de Monteverdi. De qué tramas y personajes mostró durante mucho tiempo: mitológicos, irreales, hasta exponer los nombres de nuestro pasado... las primeras obras que consideramos contemporáneas a su época, con el Romanticismo y La traviata como modelo más revisitado... de a quiénes comenzamos a mostrar como héroes y cuáles eran sus historias, que a menudo eran museizadas a través de la música. La estética y la belleza del canto como colofón... y de cómo la escena comenzó, en ocasiones, a fortalecer esa belleza, pero también, en no tantas hasta el siglo XXI, a acercarnos, a hacernos partícipes de esos dramas o comedias desde nuevas ópticas. La música clásica es la más acomodada de las artes, lo he dicho ya muchas veces. Sin embargo, como todas las artes, alcanza su mayor expresión cuando nos transforma, cuando nos muestra un camino... y de paso nos hace emocionarnos, tanto como cuestionarnos. Y todo ello lo consigue, sin duda, Raquel García-Tomás con Alexina B.

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En ella nos muestra la vida de la primera persona intersexual de la que tenemos constancia, gracias a las memorias que dejó escritas antes de quitarse la vida. Un personaje real, nacido en 1838: Herculine Barbin, conocida también como Alexina y quien terminó sus días, antes de quitarse la vida, como Abel Barbin. Sus miedos, sus pasiones, su felicidad y sus dudas. Su autodescubrimiento... y el amor inmenso que sentía hacia la que fue su pareja, Sara. De cómo quiso protegerla en todo momento mientras hacia todo lo posible por entenderse a ella misma y que la sociedad que les rodeaba las aceptase. Una historia del pasado que encuentra una conexión directa con el presente, pues la comunidad intersexual representa la "i" del colectivo LGTBIQ+ y apenas hemos querido saber de ellos, ellas y elles como sociedad, en uno de nuestros deberes pendientes más clamorosos. De hecho, no hay más que leer ciertas críticas llenas de odio estos, días tras las funciones, donde no se ha tenido interés ninguno por entender que la intersexualidad no es hermafroditismo, o con dolorosos y obtusos comentarios que definen a la identidad sexual como "mercado". Esta ópera es necesaria, absolutamente necesaria para el arte, pero también para la sociedad de hoy en día, porque es un dechado de amor y respeto a la diversidad en la igualdad.

En cualquier caso, Alexina B. no trata sólo de intersexualidad, sino también, como decía, de una historia de autodescubrimiento y reivindicación de una/uno/une misme. De dar valor a tus sentimientos. Mostrando no sólo una, sino varias historias de amor. La escena en que Alexina, de algún modo, se descubre ante su madre y cómo esta la abraza, es arrebatadoramente bella en el texto, la escena y la música. De igual modo, el encuentro sexual entre las dos protagonistas es de las escenas más bellas que recuerdo haber escuchado en mucho tiempo, sutilmente bien llevada, maravillosamente bien planteada, tanto la filigrana de la orquesta como en la imagen escénica que crea Marta Pazos, absoluta referente de la escena contemporánea en nuestro país. Igualmente la entrada en el bosque, con ese fragmento orquestal que es pura delicia, como el beso entre ellas, el palpitar espasmódico de Sara y su pequeña aria posterior. Aria, sí, porque García-Tomás no reniega de adaptar, de un modo u otro, ciertas fórmulas tradicionales. De hecho, por otro lado, recurre también a músicas pretéritas para dotar de cierto contexto a la trama, con referencias a músicas de tradición oral francesas (Les Compagnons de la Marjolaine), piezas para piano de Liszt (Lo sposalizio como muestra del significado del amor y el matrimonio) o cantos de Hildegard von Bingen (Favus distillans). En el conjunto de la partitura, escuchamos fioriture en las protagonistas cuando están juntas, reminiscencias de Impresionismo francés a lo Ravel o Debussy, pero sobre todo escuchamos a Raquel García-Tomás, con una firma propia, sutilísima en la escritura, depuradísima en el tratamiento del color, con utilización de la electrónica... para amplificar las voces, sí, buscando, precisamente, colorearlas, crear efectos, expandir lo sensorial, tanto en ellas como en una reducida orquesta de 20 músicos con un atentísimo Ernest Martínez Izquierdo al frente.

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Y todo esto que les cuento, tras los últimos estrenos líricos de la autora, que se ha convertido en la segunda mujer en la historia en estrenar una ópera en el Liceu, tras Matilde Salvador y su Vinatea, en 1974. Estos son, el monodrama para soprano y arpa Per precaució, donde una mujer de edad avanzada reflexiona sobre la decisión de su familia de llevarla a una residencia de ancianos, y la comedia Je suis narcissiste, una ácida visión sobre el egocentrismo y vanidad de la sociedad de hoy en día. Esta música de García-Tomás, aseguraría, supone el estreno más redondo que he escuchado en toda mi vida. Como profesional y como espectador. Consigue que nos planteemos, entendamos y esperemos con ansia la ópera, así como concepto global, de las próximas décadas.

La sensación es enriquecida, qué duda cabe, por el trabajo interdisciplinar que persigue la compositora en cada momento, más allá de la mera, habitual multidisplinariedad que pueda darse sobre los escenarios teatrales. Su visión de trabajo junto a otras dos mujeres como Pazos y la libretista Irène Gayraud cambia la forma de trabajar la ópera ya desde el primer minuto de la concepción de Alexina B., logrando finalmente una cohesión conceptual absoluta. Escena y composición fluyendo y convergiendo desde su propia génesis mientras aúnan la dinámica del libreto, exquisito y maravillosamente bien hilvanado, rompiendo en ocasiones la narrativamente puramente lineal, por la novelista y poeta francesa. En cuanto a Pazos, llamada a significarlo todo, ya lo verán, presenta una escena en sus coordenadas estilísticas, tendente a la monocromía, en este caso verde... yo diría, de la Ciudad esmeralda. Aquella meta en el peregrinaje de los personajes de El mago de Oz, en su búsqueda por encontrarse, terminando por entender que siempre han sido, en realidad, ellos mismos, y que supone un absoluto referente para el colectivo LGTBIQ+ y para toda persona que viva en el mundo que necesitamos proyectar. Así lo he recibido yo y así me ha gustado pensarlo, en esta ocasión, aunque puede que, en realidad, no haya pasado de ser una mera opción plástica... o atender a otra razón de ser.

Los telones de apariencia pintada, de épocas pasadas, igualmente las diferentes patas y bambalinas que convierten el bosque en otro escenario, la recreación de tormentas o el vestuario de Silvia Delagneau, nos sirven para retrotraernos a la ópera del XIX, al propio tiempo de Alexina y poder conectar, mejor, con ella. La exquisitez en el encuentro sexual de Alexina y Sara, pero antes el cómo estas se besan por primera vez y cómo transforma a aquella última... el hecho de que las niñas del internado aparezcan disfrutando de la lectura cuando son guiadas por la pareja a través del bosque, o que estas aparezcan disfrazadas cuando el juez accede a cambiar de sexo a Alexina y su cambio a Abel, porque, como dice Rupaul en un alegato por la importancia de quiénes somos como personas, todos llegamos desnudos a este mundo y todo lo demás es drag... todo es una genialidad.

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He tenido la oportunidad de profundizar, leer y releer tanto la partitura como las memorias (Mis recuerdos) de la propia Alexina, gracias al encargo de un texto y conferencia de Amics del Liceu. Manejar las expectativas, en este caso, puede ser complicado y un arma de doble filo, pero la protagonista de Lidia Vinyes-Curtis las ha superado con creces. Es la Alexina que siempre imaginé, que siempre necesité como espectador. Es rica y detallada en lo actoral, sublime, expresiva, de timbre lírico y colores sugestivos en lo vocal. El personaje en sí es un dechado de poética vocal contemporánea que ninguna mezzosoprano debería dejar escapar en su carrera si quiere, por un momento, romper con el repertorio habitual. A su lado, la exquisitez de Alicia Amo, de voz clara y elevado canto, o la maestría de Elena Copons, que está soberbia en su cuádruple cometido, destacando en los roles de Madame P. y la Madre de Alexina. Emocionantísimas todas ellas. Magnífico Xabier Sabata, que más allá del Barroco se ha convertido en todo un adalid de la lírica contemporánea en nuestro país y delineó muy bien sus múltiples personajes: sordidez, condescendencia... todo el universo de los hombres que decidieron sobre la vida de Alexina. Estupenda Mar Esteve como Lèa y una joven protagonista... y maravillosas todas las integrantes del Cor Vivaldi.

Cuando en 1893, Luisa Casagemas estuvo a punto de estrenar su ópera, Schiava e Regina, en el Liceu, Felip Pedrell escribió sobre que las mujeres, hasta entonces, se habían "limitado a ser ejecutantes, concertistas o profesoras y a lo más, componer piezas sueltas u obras de poco aliento, sin aspirar a ejercer en el arte una influencia positiva que realce el concepto intelectual de una parte tan importante de la humanidad"... y unía su trascendencia a "los destinos de la familia". Cuando en 1974, Matilde Salvador hizo lo propio con Vinatea, fue entonces Xavier Montsalvatge quien dejó dicho que se trataba de una música "perceptiblemente femenina". Ahora, en 2023, un equipo liderado por tres mujeres, desde el prisma del feminismo, la escucha y la empatía artística, ha erigido el mejor estreno lírico que se ha visto en nuestro país en décadas. Estoy convencido que Alexina B. es también un canto a la igualdad y la diversidad, un camino de libertad en el que muchos podemos seguir deconstruyéndonos y comprendiendo, disfrutando la música, el arte, la sociedad y la vida de la que hoy en día formamos parte. Y de qué modo queremos participar de ella. Esta música, lo he dicho al principio, marca qué ha de significar la ópera hoy en día. Musical y dramáticamente.

Sólo es de esperar que el ego de quienes dirigen habitualmente los teatros de medio mundo no impida, por aquello de no ser encargo propio de cada teatro, que esta obra pueda mostrarse ante el público de Madrid, Valencia o Sevilla, por ejemplo. Que se suba a los escenarios de Aix-en-Provence y en media Francia, en la Volksoper de Viena, en la Ópera Nacional de Ámsterdam... Nos lo merecemos, pero es que, sobre todo, lo necesitamos.

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Fotos: Antoni Bofill.