gil shaham

Shaham, el tercer ángel

Barcelona. 21/10/16. Auditori. Beethoven: Obertura Leonora núm. 3, op.72b. Berg: Concierto para violín. Gil Shaham, violín. Sor: Obertura Alphone et Leonore ou l’amant peintre. Beethoven: Sinfonía núm. 7 en la mayor, op.92. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Constantin Trinks.

Hay visitas que pasan inadvertidas. Otras se recuerdan y comentan durante la semana, y finalmente están las memorables, aquellas que no olvidaremos durante toda la temporada y que sólo podemos esperar que se repitan. Llegó por fin a Barcelona el justo homenaje a una de las páginas más conmovedoras de toda la historia de la música: el Concierto para violín de Alban Berg, estrenado en esta misma ciudad hace 80 años por la Orquesta Pau Casals dirigida por Hermann Scherchen y con Louis Krasner como solista. Y lo hizo en manos del violinista estadounidense Gil Shaham; si difícilmente se nos ocurría alguien mejor para esta cita antes del concierto, después de él casi podemos asegurar que no había nadie mejor. 

Antes de Berg, el director Constantin Trinks condujo una vigorosa y rica en matices Obertura “Leonora” número 3, esa pieza de gran personalidad que fascinó a Wagner por encima de la propia Fidelio. La orquesta transmitió esa personalidad desde el inicio, fue precisa en los momentos de mayor dificultad y ágil siempre en la respuesta a la dirección, ofreciendo una versión que dejó buenas sensaciones y no simplemente gusto a entrante.

Esto fue antes de que el violín de Shaham comenzara a dejar flotar un sonido de leyenda en el Auditori, una exuberancia dramática íntimamente berguiana y absolutamente penetrada por el excelente violinista en cada uno de sus matices. Incorporada como una segunda piel, Shaham se apropia de la obra para hacerla respirar de nuevo poniendo una exactitud matemática al servicio de su constelación poblada de dolor, muerte pero también esperanza; la sincera esperanza del ángel, de que haya un camino alquímico de la materia al espíritu. El sonido y la articulación fue capaz de trasladar fielmente todo el frondoso tejido formal de la música de Berg. Y fue precisamente ese tejido, muy sensible a los matices y contornos temáticos, el que más dificultades presentó a la orquesta; la batuta del director alemán en este caso, algo parca y de trazo grueso demasiadas veces fue incapaz de dibujar con claridad y criterio la diferenciación de planos –como sucedió en ocasiones con la relevancia otorgada a los metales sepultando las cuerdas– y en momentos decisivos de la obra eso pervirtió el armazón dramático del concierto. En el Adagio final el solista encontró gran complicidad en una soberbia Diana Tichenko como concertino invitada, y el agónico y trascendente sol ritenuto que se pierde a lo largo de tres compases sobre la languidez de los vientos dejó tras los ángeles de Manon Gropius y Alban Berg, el del propio Shaham, un digno tercer ángel, que enlazó la cita bachiana del coral “Es ist Genug” con una espléndida Gavotte en rondeau de la Partita para violín nº 3 de Bach.

De todo eso no fue fácil recuperarse en los veinte minutos del descanso, y más cuando la segunda parte comenzaba con una obra en las antípodas atmosféricas de la anterior. La obertura del ballet Alphonse et Léonore del barcelonés Ferrán Sor revela el magistral trabajo de un compositor y guitarrista que acusado de afrancesado tuvo que marcharse. Aunque frente a su producción guitarrística su obra orquestal (que a principios del XIX en España se concentraba en las oberturas) pasa desapercibida y de hecho no logró repercutir en nuestras fronteras, pudimos escuchar con una sólida interpretación de la orquesta una partitura de oficio y gran belleza. Una producción digna de figurar en las programaciones de un país que se tomó el lujo de perder a este músico poco antes de que Santiago de Masarnau llenara las páginas del semanario “El Artista” lamentándose acerca del triste estado de la música entre nosotros. Como ocurre otras veces, un pequeño paladeo musical de un compatriota que clama al cielo por la poca presencia que tiene en nuestros auditorios, en este caso, su obra sinfónica.  

La Séptima de Beethoven que cerró el tercer programa de la temporada dejó luces y sombras. Por una parte, la brillantez de varias secciones que ofrecieron un gran rendimiento, como la luminosidad de primeros violines en el primer movimiento o el cuidado en el fraseo de la trompa. Por otra, una lectura de Trinks aunque meticulosa conceptualmente confusa y desequilibrada en muchos pasajes, lo que empujó a la orquesta a una interpretación incómoda. Algunos desajustes en el primer movimiento, seguidos de un Allegretto sin el sosiego ni la articulación necesarios dieron paso a un Presto en el que brilló la consistencia en el diálogo de vientos y cuerdas antes de un Allegro con brio llevado al límite. Aún así, el énfasis gestual de Trinks logró subrayar los claroscuros beethovenianos. Y todo ello, sin dejar de reconocer el vigor orquestal de músicos capaces de responder a la tensión rítmica y el juego de dinámicas.

Aún situando varios interrogantes en la primera visita de Trinks, la OBC parece comenzar a tener un sonido y una personalidad que en las últimas temporadas no habíamos escuchado. Buenas perspectivas para la orquesta antes del retorno de Ono en el siguiente programa, con un reto coral y orquestal entre manos: los Lobgesang de los hermanos Fanny y Felix Mendelssohn.