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Lux et veritas

Barcelona 01 y 02/04/23. Basílica de la Sagrada Família. Obras de W. A. Mozart, V. Silvestrov y T. Takemitsu. Sagrada Família. L. Alder, soprano, W. Lehmkuhl, contralto, L. Vrielink, tenor, K. Stražanac, bajo-barítono. Orfeó Català. Berliner Philharmoniker. Dir. Coro.: P. Larránz. Kirill Petrenko, dirección musical. 

Palau de la Música Catalana. Ciclo Palau 100. Obras de Mozart y R. Schumann. L. Alder, soprano. Berliner Philharmoniker. Kirill Petrenko, dirección musical.

Siempre es un privilegio poder disfrutar de la visita de los Berliner Philharmoniker y más si es por partida doble. Barcelona se sintió privilegiada al recibir en la basílica de la Sagrada Familia, el Europankonzert de los berlineses. Un concierto por Europa que la formación germana celebra cada año, en la fecha del 1 de mayo, efeméride de su fundación como orquesta en 1882. El Europankonzert se celebra desde el año 1991 en un escenario cultural emblemático europeo.

En su primera edición, fue su titular Claudio Abbado, quien desde el Smetana Hall de Praga, dirigió el primer Europeankonzert con un programa Mozart (por el bicentenario de la muerte del compositor), con la soprano Cheryl Studer como solista. Desde entonces han sido numerosas sedes emblemáticas europeas las que han alojado a los berlineses.

Esta es la tercera ocasión que el Europeankonzert se celebra en España, después de las visitas en 1992 en el Escorial con Plácido Domingo de solista y la batuta de Daniel Barenboim, y en 2011, desde el Teatro Real de Madrid, con Sir Simon Rattle a la batuta y con el guitarrista Juan Manuel Cañizares como solista. 

Otras icónicas sedes que han sido escogidas para interpretar el Europankonzert de la Berliner han sido: el Palacio de Versailles en 1997, la iglesia de Santa Irene (en el palacio Topkai) de Istambul en 2001, el teatro barroco de la Margravina de Bayreuth en 2018 o el año pasado desde la Gran Sala de Conciertos Amber de la ciudad letona de Liepāja, con Elina Garanca de solista, para un concierto que debería haberse realizado en Odessa (Ucrania) y no se pudo realizar por la invasión rusa del país.

Las coincidencias hacen que en 1882 también se iniciaron las obras de la Sagrada Familia, por lo que recibir a la emblemática orquesta berlinesa en semejante sede tuvo su doble significación. Y como no hay dos sin tres, fue el mismísimo Richard Strauss quien en 1908 dirigió a la Filarmónica de Berlín en el Palau de la Música Catalana, en la primera vez que sonó la obra del compositor de Salomé en el edificio modernista. En aquella ocasión además de obras de Beethoven, Weber, Liszt, Berlioz, o Wagner, dirigió sus poemas sinfónicos Don Juan, Las aventuras de Till Eulenspiegel y Muerte y transfiguración, en tres programas en días consecutivos.

Es sabido por todos los que han acudido a la Sagrada Familia y han escuchado algún concierto, que su acústica es complicada para una orquesta sinfónica. Efectivamente desde el inicio de la sinfonía número 25, en sol menor, Kv 183, el sonido se mostró entre disperso y enlatado. El concierto se grabó en vivo y se retransmitió por la televisión alemana y por La2 de RTVE.

El público entendió que se jugó a favor de la toma de sonido para la grabación y que la acústica de la basílica es la que es, y no está pensada como un auditorio. Quizás por esto, y desde luego una de las razones principales, hicieron que la interpretación de la sinfonía número 25 fuero lo menos llamativo del concierto. Si bien es verdad que la batuta de Petrenko, buscó los contrastes dramáticos y el espíritu Sturm un Drang que preside la partitura, a la lectura le faltó poesía y ligereza y le sobró aristas y contundencia.

El reconocido espíritu teatral de la batuta de Petrenko, resolvió una lectura vigorosa pero falta de la ligereza mozartiana, más propia de las lecturas de formaciones con instrumentos de época (cuerdas de tripa), restando calidez y aportando un dinamismo más propio de una lectura más cercana a Karajan o Böhm que incluso a un Abbado o a un Simon Rattle. 

En su repetición de la interpretación de la sinfonía en el Palau, el efecto sonoro mejoró sustancialmente, pero el estilo, la expresión y la contundencia sinfónica más propia de un Beethoven que de Mozart, volvieron a pesar en una lectura intensa pero lejos de la claridad expositiva de un Gardiner o los irresistible tempi y dinámicas de un Jacobs.

Por supuesto que la Berliner se lució en la limpieza de los acordes, la riqueza del sonido, la flexibilidad de las secciones, y la belleza del sonido de los solistas, mención especial al primer oboe, Albrecht Mayer, quien estuvo espléndido tanto en la sinfonía 25 como en el motete Exsultate Jubilate

El Orfeó Català supo aprovechar su momento en su solo a cappella con la pieza del compositor ucraniano, Valentin Silvestrov: Oración por Ucrania. La belleza de los planos sonoros y su empaste vocal fue impecable.

Petrenko quiso que después de la sinfonía 25, se interpretaran como en un solo bloque las obras de Silvestrov, el Requiem para orquesta de cuerdas de Tōru Takemitsu, el motete para coro y orquesta Ave verum corpus Kv 618 y el motete Exsultate Jubilate Kv, 165 para solista y orquesta.

Se ganó en sensación de unidad, con una sentida interpretación del Requiem de Takemitsu, un Ave Verum de intimísima austeridad expresiva por parte del Orfeó y para acabar con el contraste un festivo Exsultate Jubilate.

Aquí la solista británica, la soprano Louise Alder, demostró una idoneidad vocal envidiable. Frescura tímbrica, limpieza en las coloraturas y estilo para un acompañamiento dinámico y cómplice por ese gran espíritu operístico que es Kirill Petrenko. Fue un Mozart mucho más ligero, espontáneo y desenvuelto que el ofrecido en la sombría sinfonía 25.

En la interpretación del motete en el concierto del Palau, Alder y Petrenko volvieron a mostrar una conexión musical evidente, aún sin cantar el agudo final de la pieza ni en la Sagrada Familia ni en el Palau, Alder mostró estar en un momento vocal óptimo. El cierre del concierto de la Sagrada Familia, fue con la Kronug Messe (Misa de la Coronación) Rv. 317 de Mozart. 

Seguramente la Misa Brevis más conocida del compositor salzburgués, mostró a un Petrenko más próximo a un estilo mozartiano más claro y de lineas menos densas. El Orfeó català demostró porqué es uno de los coros amateurs más perfectos de Europa con unas intervenciones de envidiable calidad que ganaron con la envolvente y flotante acústica gaudiniana.

Entre los solistas volvió a sobresalir la lozanía vocal de Louise Alder, quien en su solo paradigmático del Agnus Dei, lució timbre, dulce expresión y calidad en la emisión. Sin reproches al resto de los solistas, destacando el atractivo color del tenor holandés Linard Vrielink, sustituto last minute del previsto Mauro Peter, quien no desaprovechó la oportunidad de hacerse notar con suma elegancia.

La batuta de Petrenko, siempre atenta a las voces solistas y al coro, ganó en colorido y viveza de unos tempi llenos de contemplativa vitalidad. Satisfacción general al final del concierto de la Sagrada Família, un concierto muy completo donde se pudo disfrutar de repertorio sinfónico, sacro, a cappella, con coro y orquesta, con solista y orquesta, con orquesta de cuerdas y con una obra completa de coro, solistas y orquesta como fue la hermosa Kronug Messe.

Seguramente el continente eclipsó al contenido en algún momento, pues en medio de la frondosidad arquitectónica de Gaudí, el mozart sinfónico quedó relegado a un segundo plano. Sin duda la peculiar acústica se resolvió a favor de la piezas corales y vocales, con una sensación de elevación musical coronada con una Misa donde por fin el contenido encontró su continente natural.

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Esta sensación de concierto completo no se tuvo en la cita del Palau. Si con la sinfonía número 25 se volvió a tener la sensación de que no fue la mejor elección de repertorio para disfrutar de la que para muchos es la mejor orquesta sinfónica del mundo, el contraste con la interpretación de la Sinfonía núm. 4, en Re menor, op. 120, fue paradigmática.

De repente, pareció que la Berliner se encontró como pez en el agua con el arrollador melodismo romántico schumaniano. Petrenko, quien tiene una curiosa manera de dirigir a los músicos mirando muchas veces por encima de ellos, como si viera la música salir de la formación, se transformó y se transfiguró. El director ruso presidió un podio dinámico, gesticuló con efusividad y mostró la evidente complicidad con la formación que han hecho de su titularidad un acierto para callar a los escépticos. 

La lectura de la cuarta fue todo un aliento de pasión romántica. Sus cuatro movimientos enlazados, tuvieron tensiones y pasión en el Ziemlich langsam-Lebhaft inicial, frugalidad y colorismo primaveral en el Romanze: Ziemlich langsam, contagioso frenesí en el Scherzo: Lebhalft y un desenfrenado final catártico con esa coda última que precipitó un finale de infarto.

La orquesta respondió con ese sonido fino y pleno que los hace tan reconocibles. La dulzura de las cuerdas, la elasticidad de los tempi, la alegría acústica de unas dinámicas llenas de hálito e intenciones. A Petrenko le gusta bailar con su orquesta, ser incluso juguetón y por supuesto siempre cómplice. Ver la respuesta de la formación a las expresivas caras y gesto de su titular es toda una experiencia. 

Sensación final agridulce en el Palau. Sensación de que la verdad en la música quizás no existe y las cuestiones del estilo y sus lecturas son un cajón sin fondo que va a gustos e interpretaciones.

¿Por qué se escogió la sinfonía número 25 de Mozart?, ¿por qué no un Richard Strauss, siendo Petrenko uno de sus mejores intérpretes en la actualidad y teniendo el vinculo que el compositor bávaro tiene con el Palau? Preguntas sin respuestas y sensación de oportunidad perdida de disfrutar con plenitud de resultados de una orquesta que es historia viva de la cultura musical europea. ¡Otra vez será!

Fotos: © Monika Rittershaus