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En busca del desequilibrio

Peralada. 01/08/2023. Mirador del Castell. Festival Castell de Perelada. En la cuerda floja. Ana Morales, baile y coreografía; José Quevedo, guitarra y dirección musical; Paquito González, percusión; Pablo Martín, contrabajo; Roberto Olivan, escenografía.

Siendo el flamenco uno de los principales cauces para la experimentación e innovación artística y que, además mantiene todavía un indisoluble vínculo con la tradición, el emblemático Festival de Peralada, ha querido contar, una edición más, con un capítulo de baile flamenco. Estaba previsto que el bailaor Israel Galván presentara su obra minimalista Solo, sin embargo, una lesión de última hora llevó a la organización a substituir el evento por la función En la cuerda floja, de Ana Morales. Premio Nacional de Danza en 2022, la bailaora regresaba diecinueve años después a un festival que pide y exige creación en directo, y que también está abierto a la experimentación. En esta línea, Morales, al igual que Patricia Guerrero, Manuel Liñán, Olga Pericet, o el mismo Galván, forman parte de una nueva punta de lanza que expande ese arte inmaterial y de tan profundas raíces, hacia nuevas formas de expresión. 

Llamada “la novia del viento” por la prensa, Morales es conocida por ser una creadora tenaz en la búsqueda constante de su propio lenguaje, pero consciente del propio riesgo que implica crear en el espacio desnudo del escenario, fuera de los automatismos y de lo predecible. Y ese era el punto de partida de En la cuerda floja, estrenado en 2020 durante la XXI edición del Bienal del Flamenco de Sevilla: el desequilibrio como medio generador de creación. Explica la bailaora que, en ese vacío, en esa fragilidad e inestabilidad, la búsqueda del orden “utópico” le lleva a preguntarse si el desequilibrio es “necesario para sobrevivir”. Tal vez sí o tal vez no, lo que sí sabemos es que el desequilibrio en manos de una técnica y un desparpajo tan natural como el de Morales, dan para clavar en la butaca, durante ochenta minutos, a trescientas personas sin pestañear. 

Así pues, en penumbra y desde las entrañas del contrabajo de Pablo Martín, la silueta de Morales emprendía esa travesía incierta hacia la disyuntiva entre la estabilidad e inestabilidad a caballo entre lo clásico y lo experimental, siempre hibridando estilos. Al compás de la música, la búsqueda de Morales transmutó en estados de puro festejo andaluz a momentos más contemplativos. Uno de ellos fue el pasaje central, misterioso, donde un brazo en la sombra introducía un discurso interesante de motivos musicales y gestuales recurrentes. Articulando los puntos de encuentro de danza y música –y luces– el trío de José Quevedo, ofreció una versión inmejorable, tanto en conjunto como en solitario, y se ganó la complicidad de los asistentes, especialmente en los momentos íntimos de guitarra y bailaora. Morales dominó –y rellenó– el escenario con teatralidad e imaginación, quizá con más expresividad que en funciones anteriores, y con un elegantísimo e incansable juego de pies. Su zapateo devino un instrumento más de percusión que se sumó a los de Paquito González, que desplegó un set lleno de recursos muy útiles, desde cascabeles hasta crótalos, y adornó de forma muy imaginativa la danza de la artista. 

Entre luces rojas y con Morales ya en trance, la catalana despidió su flamenco experimental, bien segura de haber transmitido al público esa predisposición a la fragilidad y al desequilibrio, que respondió de pie –y en equilibrio, a pesar del reloj– con una profusa y unánime ovación.

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