23 08 2023 Orfeo Leonardo García Alarcón 45 b 

Dos funciones en una

Santander. 23/08/2023. Palacio de Festivales. Claudio Monteverdi: L’Orfeo. Valerio Contaldo (Orfeo, tenor), Mariana Flores (Eurídice, la Música, soprano), Coline Dutilleul (la mensajera, mezzosoprano), Salvo Vitale (Caronte, bajo), Alejandro Meerapfel (Plutón, bajo), Anna Reinhold (Proserpina, la Esperanza, mezzosoprano) y otros. Coro de Cámara Namur (Dirección: Thibaut Lenaerts) y Capella Mediterranea. Dirección musical: Leonardo García Alarcón.

Los nombres de Leonardo García Alarcón y la Capella Mediterránea están muy ligados a la obra de Claudio Monteverdi, por lo que a priori era toda una garantía que la presencia de la ópera en la 77ª edición del Festival Internacional de Música de Santander se dejara en manos de tales director y grupo. Tras años de imposibilidad económica la incorporación de la ópera al FIS se está haciendo lentamente; parece que los fastos de antaño son, hoy por hoy, irrecuperables y es mejor dar pasos con calma y si ya el año pasado se utilizó la técnica de la semi escenificación para la mozartiana Le nozze di Figaro, lo mismo ha ocurrido este año con L’Orfeo. Al menos el género está presente en la capital cántabra y con intérpretes de calidad.

Al final de la representación un servidor no podía dejar de reconocer su desconcierto por el desarrollo de la obra planteado por el director musical; y ello porque a una segunda parte (actos III, IV y V) interpretados de forma magnífica y canónica le precedió una primera (actos I y II) desconcertante. No quiero decir que fuera mala, ni mucho menos pero sí, literalmente, desconcertante. Pongamos un ejemplo.

La tocata inicial de L’Orfeo es mucho más que el inicio de la obra; es el símbolo que marca el inicio mismo del género. Ya, ya sabemos que antes estaban compuestas las obras de Jacopo Peri y que, en sentido estricto L’Orfeo no es la primera ópera de la historia pero en nuestro uso musical la tocata inicial de esta obra es el magnífico pórtico bajo el que se enmarca la entrada al género más hermoso creado por el ser humano. Pues bien, García Alarcón decidió que la primera vez se tocara con instrumentos de cuerda, especialmente cuerda grave para, a continuación, dar paso a cornettos y sacabuches, situados en el centro del auditorio, entre el público asistente. La primera reacción fue de sorpresa por el infrecuente sonido escuchado en el inicio. De hecho un servidor tenía uno de ellos a apenas un metro y puedo apreciar su sonoridad con todo lujo de detalles.

Podrá entenderse el desconcierto de quien, acostumbrado al sonido del metal en esta hermosa introducción, observara una libertad absoluta por parte de director e intérpretes para ofrecer nuevas sonoridades de la música de Monteverdi. Y así ocurrió durante la primera parte, es decir, esa parte más cercana al oratorio profano que a la ópera en sí misma. Porque el aspecto dramático de este título comienza en cuanto Silvia, la mensajera, anuncia la muerte de Euridice.

Hasta entonces hemos vivido la alegría de la boda, del amor puro, distintas expresiones de júbilo y de núbil inocencia. Pero todo este mundo idealizado se trastoca con la aparición de la mensajera de la muerte: y a partir de ahí la obra inicia y llega a alcanzar un desarrollo dramático que la convierte en lo que convencionalmente entendemos por ópera; eso sí, una obra como hay pocas. García Alarcón, con buen criterio, decidió que el descanso se hiciera al finalizar el acto segundo y la segunda parte comenzó con la brillante aparición desde el lateral derecho desde el punto de vista del espectador de Coline Dutilleul como mensajera. Desde ahí García Alarcón se ciñó más a lo canónico de las interpretaciones monteverdianas y pudimos fusionarnos con más facilidad con una interpretación brillante, que elevó con mucho el listón de la velada.

Porque la noche resultó notable. A quien firma estas líneas la primera parte le dejó frío, en fuera de juego; la segunda, sin embargo, me ofreció todo lo que esperaba: voces estilísticamente muy adecuadas, una interpretación desde el conocimiento y la interiorización de la obra y una entrega e ilusión que transmiten los cantantes y que nos hace llegar la pasión por este estilo musical.

Valerio Contaldo construyó un Orfeo extraordinario. Es buen actor y su voz, sin ser grande, está muy bien emitida. En su momento estelar, el Possente spirito –que es no solo el gran momento de esta ópera sino uno de los grandes de la historia del género, de enorme dificultad técnica y expresividad- nos dejó de una pieza con una interpretación sentida, melismas más que adecuados y estilo intachable. Esta página tiene en sus apenas siete u ocho minutos de duración más modernidad que mucha música de cualquier género que se hiciera años y siglos después. ¿Por qué será que cuando escucho la obra vocal de Salvatore Sciarrino me acuerdo siempre de esta página de 1607?

Entre el resto de cantantes subrayaría la interpretación de Alessandro Giangrande como Apolo y pastor, de estilo impecable, la ya mencionada Coline Dutilleul como mensajera, dando empaque a su aparición o el Caronte profundo de Salvo Vitale, que también cantó situado entre el público. Y es que en distintas ocasiones se utilizó tal estrategia para dar otra dimensión a la interpretación y huir de la mecánica habitual de las óperas en concierto; así, además de los ya citados, también el espíritu canto desde uno de los laterales y el eco desde fuera del escenario. El resto de cantantes estuvieron todos a buen nivel aunque se aprecia cierto desgaste en la voz de Alejandro Meerapfel, aun un rotundo Plutón.  Y es que Capella Mediterranea lleva ya años cantando L’Orfeo y otras obras de Claudio Monteverdi por todo el mundo y tienen el asunto bien rodado, y ello se aprecia. 

El Coro de Cámara Namur estuvo soberbio y ello a pesar –o quizás por ello mismo- de que gran parte de los papeles menores los hacían sus componentes que entraban y salían de la formación según necesidad. El grupo instrumental solo fue merecedor de aplausos. Leonardo García Alarcón vive la música con mucha intensidad –de hecho, no para quieto ni un solo segundo- y transmite mucha pasión. Sus alteraciones o variaciones de la música según la interpretación tradicional son legítimas aunque produzcan en personas legas como un servidor cierto desconcierto, quizás demasiado influido por el fácil recurso de las versiones discográficas referenciales pero, en cualquier caso, este señor es garantía de buen hacer. 

El público respondió con cierta cautela al inicio para terminar ovacionando a todos con sincero entusiasmo. Estoy convencido que para muchos habituales al FIS la ópera no retornará de forma definitiva hasta que Rigoletto o Tosca aparezcan de nuevo en escena pero nunca está de más disfrutar de la música de Claudio Monteverdi así interpretada.

Fotos: © Pedro Puente