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Con magia y emoción

Barcelona. 01/10/23. Palau de la Música Catalana. Obras de Casals, Rodrigo y Dvořák. Miloš Karadaglić, guitarra. Franz Schubert Filharmonia. Tomàs Grau, dirección musical.

El pasado domingo la Franz Shubert Filharmonia visitaba el Palau de la Música estrenando su pequeña gira de octubre con El concierto de Aranjuez y la Sinfonía del Nuevo Mundo en este primer programa. En su segundo tercer año ya bajo el nuevo nombre, la orquesta se mantiene fiel al espíritu de transmitir la “mejor tradición del sinfonismo” con Tomàs Grau a la batuta. El fundador y titular del conjunto ha conseguido situar Tarragona y Barcelona en el mapa de las grandes convocatorias sinfónicas, con colaboraciones de alta categoría año tras año. Para la ocasión, el montenegrino Miloš Karadaglić ha acudido con su guitarra clásica a España en una gira que le llevará a visitar las principales ciudades catalanas y la capital, como uno de los mayores especialistas en la obra de Joaquín Rodrigo.

A caballo entre la sardana y el poema sinfónico, Sant Martí del Canigó, del maestro Pau Casals, ha sido la obra escogida por la FSF para rendir homenaje en 50 aniversario de su marcha. Inspirada por el poema Canigó, de Jacint Verdaguer, constituye una pieza muy representativa del de estilo de Casals. Con su toque popular y sus campanas solemnes, los de Grau cumplieron su homenaje y tocaron con nobleza para delicia de los turistas del teatro modernista. 

El Concierto de Aranjuez, quizá el más paradigmático del género, y la “obra española más interpretada de todos los tiempos”, volvió a la sala que lo vio nacer en 1940, cuando también compartió programa con Dvořák–. Más allá de las particularidades intrínsecas del género, se puede percibir algo imperecedero en esta obra, algo que trasciende la propia música y las evocadoras melodías que dibujan el Palacio de Aranjuez, algo que tiene que ver también con quién lo interpreta. Grabaciones e interpretaciones de Narciso Yepes, José María Gallardo del Rey, Juan Manuel Cañizares, o el legendario Paco de Lucía, –entre otros– permanecen grabadas para la posteridad, en esa memoria inmaterial –también en internet–, siendo a veces difícil prestarse a nuevas interpretaciones, y no poder disociarlas de una obra tan noble, tan nuestra; a veces abordadas desde el flamenco, a veces desde el clásico, pero siempre con magia y emoción. 

El balcánico Miloš Karadaglić, experimentado guitarrista, que también grabó este concierto hace diez años, se mostró confiando y especialmente sereno durante la partitura desde los primeros. Director y solista parecieron tener muy en mente desventaja sonora de la guitarra, y ambos consiguieron con relativo éxito convivir en los compases de Rodrigo satisfactoriamente. Karadaglić comentó posteriormente que el no amplificar se debió a una elección en aras de la fidelidad, una noble elección que apenas repercutió negativamente en algunas escalas hacia el grave en el Allegro spiritoso. Grau integró con bastante acierto las seis cuerdas de Karadaglić en la masa orquestal en una obra en la que la guitarra suele tender al virtuosismo en solitario. El solista se asoció bien con los doblajes y sorteó los obstáculos con precisión y musicalidad. El imperecedero Adagio hechizó la sala con facilidad, con su inconfundible tema inicial, donde guitarrista y orquesta firmaron la mejor fusión en un evocador segundo movimiento. Con sutiles adornos, Karadaglić aportó una lectura muy equilibrada entre lo propio y lo escrito, y junto a la orquesta, ondeó con sosiego unos compases tendidos en el tiempo –en el buen sentido–. El tercer movimiento se desarrolló con gracia y ritmo, con un solista bien asociado a los pizzicati y al director. Para apaciguar vítores, el de Montenegro regaló una bellísima Lágrima de Tárrega, un clásico del repertorio.

Ya en la segunda mitad, Grau hizo cabalgar la orquesta con la Novena de Dvořák, con gestualidad e ímpetu, en un viaje intenso que mantuvo las toses lejos de las llanuras de América con éxito. Enérgica en las fanfarrias iniciales, y nostálgica en Largo, la orquesta certificó muy decentemente los dos primeros movimientos, siendo el tercero poco más que un pórtico al ecuménico Allegro gentile final. El distinguido tema sacudió cabezas y pies de público gracias a una orquesta que parece crecerse en los grandes momentos, y que presagia un fructífero porvenir. No en vano disfrutó de una merecida ovación. Un esperado Cant dels ocells fue la encargada de cerrar la velada.

Con este mismo programa, por cierto, la Franz Schubert Filharmonía debutará en el Carnegie Hall de Nueva York el próximo día 10 de octubre, visitando asimismo el Lisner Auditorium de Washington.

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Foto: © Martí E. Berenguer