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Cataluña en Santander

12/01/2024. Santander. Palacio de Festivales de Cantabria. Madama Butterfly, de Giacomo Puccini. Carmen Solís (Cio-Cio-San), Anna Tobella (Suzuki), Vicenç Esteve (Pinkerton), Carlos Daza (Sharpless), Jorge Juan Morata (Goro), Juan Carlos Esteve (Bonzo), Cristófol Romaguera (Yamadori) y otros. Orquesta Sinfónica del Vallés, Coro Amics de l’Ópera de Sabadell. Dirección de escena: Carles Ortiz. Dirección musical: Daniel Gil de Tejada.

No es difícil pronosticar que este recién comenzado 2024 va a ser prolijo en representaciones puccinianas. El 19 de noviembre de 1924 fallecía Giacomo Puccini, uno de los compositores más significativos de este hermoso arte, heredero de la figura de Giuseppe Verdi y puente ineludible en la transición entre la tradición verdiana del XIX y las nuevas formas europeas del XX. Y si de hecho su presencia en las programaciones teatrales ya es relevante, lo de este año promete ser especial. Desconozco si ha sido por esta razón pero la cita anual con la ópera en Santander se ha celebrado con uno de los títulos más significativos de este compositor, Madama Butterfly

Conviene no olvidar que Santander vivió momentos de opulencia en lo musical para luego caer en una depresión absoluta, provocada por una situación económica desastrosa que obligo tanto al Palacio de Festivales en su temporada ordinaria como al veraniego Festival Internacional de Santander a apretarse el cinturón hasta hacer desaparecer por unos años la lírica en esta ciudad. Ahora, sin embargo, además de las propias del verano, se va instaurando la costumbre de que haya al menos dos citas, una operística y otra zarzuelera durante el curso, lo que mitiga, siquiera en parte, la sed lírica de la ciudadanía cántabra y vecinos. Para ello y por lo que a la ópera se refiere Santander ha hecho algo tan lógico y eficiente como inusual: colaborar con una entidad ya asentada y sólida. Y en este caso ya son dos los años en los que la Fundación Ópera a Catalunya se ha acercado a esta ciudad cantábrica para ofrecer un título operístico: el Don Giovanni de la pasada temporada y la Madama Butterfly que nos ocupa.

Es decir, que Santander ha decidido no meterse a producir un título operístico de por sí más que trillado y aprovecha la inercia de las representaciones de esta fundación en distintas localidades catalanas –hasta trece están apuntadas- para poder ofrecer a su público dos funciones de ópera dignas. Muchas veces hemos clamado desde estas líneas y otras similares por la adecuada gestión de los esfuerzos organizativos y este puede ser un buen ejemplo. Y es que además todos salimos ganando: los cantantes tiene un nuevo teatro, cantan dos funciones más, los organizadores sacan más provecho a su trabajo y se llega a más público. Es de desear que esta colaboración se consolide en el futuro; es más, sería de desear que colaboraciones de este tipo fueran imitadas en otras ciudades. 

Tras este preámbulo conviene decir que la función fue digna aunque no terminó de cuajar por distintas circunstancias. A priori el nombre más relevante del plantel propuesto era el de la protagonista, que es el personaje más importante de la ópera llegando a monopolizar casi de forma abrumadora la escena. A Carmen Solís ya pude disfrutarla en el mismo papel en la temporada de la ABAO en mayo de 2022 y me reitero en muchas de aquellas apreciaciones. Su personaje “despierta” en el acto II, como si se sintiera más a gusto con la Cio-Cio-san expectante y posteriormente dolida que con la ingenua enamorada del acto I. Su geisha es racial, de rompe y rasga y cuando en el acto II se enfada con el casamentero o se decepciona con el cónsul muestra una dignidad vocal y actoral relevantes. En el acto I, desde su misma representación y en el hermoso dúo final se le ve más retraída, como si estuviera guardando fuerzas para la segunda parte, lo que es altamente comprensible. Junto a ella una voz de enjundia la de Anna Tobella, cantante que siempre aprovecha sus momentos para hacerse destacar. Su Suzuki estuvo muy presente en el dúo del jardín del acto II. 

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Por el lado masculino Carlos Daza dio al cónsul el porte, la distinción y la dignidad requeridas para un papel que, no olvidemos, es el único que muestra en todo momento cierta racionalidad. Su voz sonaba autoritaria y distinguida. No puedo decir lo mismo de Vicenç Esteve, sustituto del inicialmente previsto Enrique Ferrer, y que fue claramente superado por el personaje. El de Pinkerton es un rol realmente desagradable: llevas todo el peso del acto I para luego desaparecer en el II a pesar del regalo de Puccini con el Addio, fiorito asil. Pero resulta desagradable sobre todo porque significa todo lo peor del ser masculino: no desdeña la posibilidad de comprar una niña de diez años –aunque acabe comprando una de quince-, desde el principio tiene claro lo de la “verdadera esposa americana”, abandona a la japonesa sin remilgos y cuando vuelve a Nagasaki solo lo hace para arrebatarle el hijo para darle una buena vida, como si ello le fuera imposible a su madre. En fin, una perla de personaje que pide una voz de cierto peso, que traslade esa personalidad perversa y esa chulería intrínseca. Esteve no pudo con el personaje y ello que trató de hacerlo con toda honradez. Sin embargo tanto el dúo del acto I Viene la será como la escena final –los Butterflys finales eran inaudibles- mostraban las limitaciones de una voz bonita pero de escaso caudal.

En este título son muchos los pequeños personajes. Jorge Juan Morata no supo darle a Goro toda su dimensión vocal y retratar esa personalidad lasciva y repulsiva del casamentero; Juan Carlos Esteve sin embargo aprovechó su única escena para darle al Bonzo un realce vocal importante. Correctos todos los demás, Cristofol Romaguera (Yamadori), Laura Obradors (Kate), Alejandro Chelet (comisario imperial) y Jordi Ferrer (oficial). El Coro Amics de l’Ópera de Sabadell, no muy numeroso, solventó con acierto su parte y hay que destacar que muchos de los responsables de los papeles secundarios antes apuntados son miembros de la entidad, lo que dicho mucho y bien de ella.

La puesta en escena de Carles Ortiz era una de esas que hemos visto cientos de veces, que resulta eficaz pero que no nos llama la atención. Sí me sorprendió que el niño no saliera a escena justo en el momento previo al suicidio de la protagonista y que tampoco saliera a saludar al final. Finalmente, Daniel Gil de Tejada apostó por una versión sinfónica, es decir, dio realce a la orquesta y quizás en algunos momentos puso en aprietos a algunos cantantes por aquello del equilibrio de planos sonoros. Hubo algunos pequeños desajustes con algunos cantantes y los miembros de la Orquesta Sinfónica del Vallés siguieron al director con acierto y solvencia. 

El Palacio de Festivales de Cantabria presentaba una muy buena entrada, con un 90% aproximado de ocupación. El público fue bastante frío en el acto I y comedido en el II aunque la ovación final fue sonora, sobre todo para la soprano extremeña, auténtica triunfadora de la noche. Es de desear que la ópera y la zarzuela sigan presentes en los próximos cursos y que esta u otra colaboración permita a todos disfrutar de este tipo de veladas.