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Un napolitano junto al lago Michigan

Viena. 22-23/01/2024. Musikverein. Obras de Glass, Stravinsky, Strauss, Price y Prokofiev. Chicago Symphony Orchestra. Riccardo Muti, dirección musical.

Tras seguir sus pasos por Ravenna, he tenido ahora la ocasión de conocer de cerca del trabajo de Riccardo Muti con la Chicago Symphony Orchestra (CSO), en el marco de una extensa gira europea que les ha llevado hasta el Musikverein de Viena, donde han protagonizado dos citas de calado histórico. Esta gira supone el broche a una dilatada y extensa etapa con Riccardo Muti como maestro titular al frente del conjunto estadounidense, desde su llegada a la titularidad en 2010. En la actualidad, el maestro napolitano ostenta el cargo de director emérito vitalicio de la CSO. 

Cabe calificar de históricos estos dos conciertos habida cuenta del excelso estado de forma en el que la formación americana se ha presentado en tierras europeas, ofreciendo nada menos que catorce conciertos en siete países. Esta gira, era evidente, ha puesto el broche a una época dorada en la Chicago Symphony, que se abre ahora a la búsqueda del difícil reemplazo para Riccardo Muti en la titularidad del conjunto.

Como bien me contó Esteban Batallán, trompeta principal de la Chicago Symphony desde 2019 y el único español hasta la fecha que ha integrado sus filas, el liderazgo de Riccardo Muti ha traído muchas cosas buenas a esta formación americana, una de las pocas que conserva todavía un sonido más o menos propio, reconocible y genuino, con esos metales restallantes y esa cuerda tan tersa y definida. Majestuosidad, virtuosismo y potencia son las credenciales de una formación gigantesca, capaz de enfrentarse a cualquier repertorio sin complejos.

Durante estos trece años como titular al frente del conjunto, Muti ha sumado su nombre a una nómina legendaria de directores titulares, desde Rafael Kubelik o Fritz Reiner a Sir Georg Solti y Daniel Barenboim, junto a diversas batutas asociadas como Carlo Maria Giulini, Claudio Abbado, Bernard Haitink o Pierre Boulez, directores todos ellos que han liderado la CSO hacia donde hoy está, conservando no obstante sus raíces y su personalidad, algo que pudo escucharse todavía vivo y palpitante en la célebre sala del Musikverein.

Haciendo honor a un gesto irrepetible, durante ambos conciertos Riccardo Muti mostró una actitud de continuo compromiso con la música, sin desatender siquiera un compás, fuera cual fuera la música en los atriles. La pasión y el detalle definen su hacer, a un tiempo arrebatado y escrupuloso, preocupado siempre por el balance entre las secciones, pero dejando sonar a cada una de ellas con voz propia, como bien me apuntaba Batallán, seguramente acostumbrado a que muchos directores le reclamen bajar el volumen de su sección, sin mayor razón para ello.

Sea como fuere, el programa de estas dos veladas, sumamente inteligente y esclarecedor, era toda una declaración de intenciones, con evidentes guiños a algunas de las especialidades de la orquesta de Illinois (la Suite de El pájaro de fuego de Stravinski y la Sinfonía no. 5 de Prokofiev), sin perder de vista la Italia natal del maestro napolitano (Aus Italien de Strauss) y rindiendo tributo a la creación norteamericana (con la Sinfonía no. 3 de Florence Price y The Triumph of the Octagon de Philip Glass).

Por cierto, que aunque estemos ya en tiempos post-pandémicos, lo cierto es que el covid sigue haciendo estragos de tanto en cuando. Y así sucedió aquí con un par de músicos de la CSO. Pero, ¿dónde mejor que en Viena para localizar a un reemplazo para uno de tus atriles? Se incorporaron así a la CSO el primer clarinete de los Wiener Philharmoniker, Matthias Schorn, y el contrafagot Benedikt Dinkhauser, de la misma formación.

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Tras un primer encuentro en febrero de 2022, cuando la CSO interpretó su Sinfonía no. 11, Philip Glass y Riccardo Muti establecieron una fecunda relación que dio lugar, casi de inmediato, al encargo de una nueva partitura titulada The Triumph of the Octagon y estrenada a finales del pasado mes de septiembre en Chicago. La inspiración de la obra, como ambos han confesado, vino dada precisamente por una fotografía colgada en el despacho de Muti en la CSO, donde se representa la fortaleza de Castel del Monte, en la región de Apulia, precisamente de donde la familia de Muti es originaria. Se trata de un castillo de forma octogonal, coronado a su vez por ocho torres octogonales, construido por Federico II. La estructura fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1996.

La partitura del compositor estadounidense, de unos diez minutos de duración, sorprende una vez más por su carácter casi hipnótico, en esa iteración tan propia y tan conocida que marca su música y con la que a veces alcanza cotas de éxtasis, más excelsas cuanto más inesperadas. La obra -escrita para cuerdas, arpa, oboe, clarinete y flauta- describe un arco, desde el murmullo inicial a la quietud final, pasando por un clímax fabulosamente edificado, sembrando una seductora sensación de meditación y melancolía. 

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Es quizá hoy poco conocido el gigantesco recorrido sinfónico que Riccardo Muti atesora a sus espaldas. Lo cierto es que ya en sus días con la Philadelphia Orchestra demostró una excelente predisposición para entender el repertorio ruso, quizá un conjunto de obras con el que su nombre hoy no se asocia tanto, eclipsado por su propia fama como embajador de la lírica italiana. Pero lo cierto es que Muti siempre dio muestras de desentrañar la música de Stravinsky con genuina certeza. De la mano de la Chicago Symphony, en Viena, asistimos a un Pájaro de fuego refinado pero directo, danzable aunque vertiginoso. Era realmente imposible parpadear durante la ‘Danza infernal’. 

Siempre se ha encumbrado la tradición de los metales de la CSO. Y no hay nada como escuchar el final de este Pájaro de fuego para comprobar, de primera mano, de qué se trata. Es un sonido único, restallante y nítido, pero a la vez redondo, cobrizo y de enorme y singular presencia. Fascinante. Y realmente extraordinario el español Esteban Batallán como solista en esta parte.

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Aus Italien es el primer poema sinfónico publicado por Richard Strauss. Se trata de una obra de insultante juventud, pergeñada por un bisoño compositor de apenas veintidós años de edad, la pieza revela ya las intenciones y ambiciones sinfónicas, algo grandilocuentes y a la vez sumamente inspiradas, que marcarían su desarrollo posterior como uno de los últimos e insignes representantes del tardorromanticismo.  

Muti aportó solidez y nitidez a una partitura que a veces no parece decidirse, repitiendo algunas estructuras e insistiendo en determinados motivos. Pero qué decir de los dos últimos movimientos, ‘Am Strande con Sorrent. Andatino’ y ‘Neapolitanisches Volksleben. Finale. Allegro molto’, una verdadera fiesta sonora, como si el sol napolitano bañase con sus luz las hipnóticas melodías straussianas. Muti conectó aquí con la obra de un modo fascinante, extrayendo lo mejor de la CSO, con unas maderas de trazo limpio, con unas cuerdas etereas y nobles. Una auténtico goce.

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Servida con una opulencia y una entrega abrumadoras, la Sinfonía no. 3 de Florence Price se reveló como una obra maestra. Conversando en Ravenna con el maestro Muti, me confesó que no incluía esta pieza en la gira por Europa por el hecho de ser obra de una mujer afroamericana sino, sencillamente, por su excelente calidad musical. Y así fue, pocas veces se habrá escuchado el legado de Price con tal grado de exquisitez y arrebato. Sea como fuere, no deja de ser un esperanzador mensaje de futuro que un director como Muti, que ha rebasado ya los ochenta años de edad y que pertenece sobre todo al mundo de ayer, al viejo siglo XX, apueste sin complejos por la obra de una autora como Florence Price, a cuya reputación va camino de hacerse justicia poco a poco. Mención aparte aquí, por cierto, a la principal percusionista de la CSO, Cynthia Yeh, realmente asombrosa en el tercer movimiento.

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La relación de Sergei Prokofiev con Chicago es bien conocida. No en vano el propio compositor -de cuyo fallecimiento se cumplieron 70 años en 2023- estrenó allí tanto su Concierto para piano no. 3 como su ópera El amor de las tres naranjas. Compuesta en 1944, su Quinta sinfonía es un monumento de resonancias indudablemente épicas. Es complicado hacerle justicia sin caer en la grandilocuencia, sin hacer demasiado ruido y pocas nueces. Pero la versión de Muti con la CSO fue realmente memorable. Seguramente nunca volveré a escuchar esta obra de la misma manera. El maestro italiano logró un sonido extrañamente prístino, en mitad de tanta robustez, de una transparencia sobrecogedora. La formación, sincronizada con Muti hasta el más mínimo detalle, tiene los medios ideales para predisponer crescendi realmente paroxísticos y electrizantes. Esta Quinta fue una experiencia extraordinaria, fabuloso punto final a dos conciertos de altísimo nivel.

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Muti supo poner el broche a ambas jornadas con dos excelentes propinas. Por un lado, y precisamente cuando se cumplen 100 años del fallecimiento de Giacomo Puccini, el ‘Intermezzo’ de Manon Lescaut, en una versión sencillamente soberbia, aunando el arrebato del fraseo con la claridad en la ejecución. Inolvidable. Y para el segundo día, la obertura de Giovanna d´Arco de Verdi, nuevamente en una ejecución inspiradísima, con garra y con nervio, digna del mejor Muti, con un memorable trio de maderas en la sección central.

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Fotos: © Todd Rosenberg