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Solo 99 años después

Burgos. 18/02/2024. Teatro Principal. Antonio José: Minatchi. Sandra Redondo (Minatchi, soprano), Adolfo Muñoz (rey Chandramathi, tenor), Daniel Estévez (Ammacannú, barítono), An Romero (princesa Rukhmaní, mezzosoprano), Ana Serrano (un angel, soprano). Coro Ars Nova. Solistas de la Orquesta Sinfónica de Burgos. Dirección escénica: Edurne Rubio. Dirección musical: Javier Castro.

Durante el pasado 2023 hemos tenido la oportunidad de disfrutar en los cines de una película más que interesante que, créanme, me hizo recordar a Antonio José cuando la disfruté en mi ciudad. Estoy hablando de El maestro que prometió el mar, film que narra la ilusionante experiencia de un profesor catalán que termina en la minúscula escuela de Bañuelos de Bureba, en la provincia de Burgos, y que se enfrenta, a pesar de no desearlo ni buscarlo, con los poderes fácticos del mismo, es decir, el cura, el alcalde y los ricachones. Todos estos recelan de un entusiasta profesor que apuesta por el laicismo, la relación personal construida desde el respeto y la consideración –y no desde la autoridad impuesta- y el amor por la profesión. Poco a poco se irá ganando a los escépticos hasta que los golpistas triunfen en la provincia y den rienda suelta a su odio y envidia a través de las listas negras elaboradas para saldar viejas cuentas.

No muy lejos de Bañuelos de Bureba, a unos 65 kilómetros, se encuentra la población de Estépar al sur de la capital de la provincia. En esta última localidad fue detenido y fusilado Antonio José Martínez Palacios que, en esencia, fue acusado de los mismos delitos que el maestro Antoni Benaiges y ambos sufrieron la misma suerte: el fusilamiento.

La mencionada película sirve para reivindicar la figura de Benaiges y, por extensión, de la enorme cantidad de profesionales de la enseñanza que fueron depurados por los golpistas y a los que se les negó –si es que sobrevivieron- la posibilidad de ejercer su profesión. Y paralelamente podemos concluir que el estreno escenificado de Minatchi sirve para reivindicar –otra vez- la figura de Antonio José como uno de los músicos más relevantes de la España pre-franquista y que, como tantos otros, vieron castrada de forma dramática una más que interesante carrera musical. 

En noviembre de 2022 casi los mismos intérpretes de esta función ofrecieron en versión concertante este título, el que un chaval de 25 años completó en junio de 1925 y que nunca pudo llegar a escuchar. Esta ópera es Minatchi, el título que nos ocupa y este domingo, 18 de febrero de 2024, ha sido puesta en escena por primera vez en su historia. Solo se han necesitado, permítanme la ironía, 99 años. ¿Tiene sentido decir eso de que más vale tarde que nunca?

Ha sido ilusionante ver el teatro casi lleno y a un público expectante por descubrir una ópera situada en la India británica. Eso sí, el desconocimiento de la ópera hizo que toda la obra fuera seguida en escrupuloso y, en ocasiones árido silencio.

Por desgracia el libreto de Gaspar G. Pintado se ha perdido y hoy no somos capaces de aclarar con seguridad quién es Minatchi y qué relación tiene con el rey Chandramathi, el coprotagonista, sin poder decidir si es la hija o la consorte. De hecho tampoco queda claro el motivo de la muerte final de la protagonista, abriéndose varias puertas a la especulación aunque detrás parece estar un tema relativamente habitual en la ópera: el conflicto entre la antigua religión politeísta y la llegada de la nueva, monoteísta, problema que hace que la relación entre rey y Minatchi quede afectada de manera insalvable.

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Edurne Rubio nos ha hecho una propuesta escénica muy sencilla pero práctica. Un escenario casi desnudo donde la iluminación ha tenido una importancia determinante y en el que solo hemos podido encontrar una jaula colgada desde el techo -¿simbolizando a una Minatchi enjaulada? y una bola luminiscente que parece invocar a los antiguos dioses. Todo el coro viste ropajes en tonos blanquecinos y grises mientras que Minatchi usa un rojo intenso y el rey, verde. Curiosamente el episódico personaje del ángel, que aparece tras la pertinente invocación a María, viste de negro. Algunas imágenes creadas por la luz y las sombras han resultado realmente hermosas. 

La pared del fondo del escenario fue también pantalla a través de la que se transmitió la información necesaria para que se pudiera seguir la trama con mayor comodidad. La ausencia del libreto y las dudas existentes sobre el desarrollo dramático hacen que la trama peque de evidente fragilidad y ello fue subsanado en parte por esa información complementaria y digna de agradecimiento. Solo puede decirse que en este proyecto modesto pero dignísimo, Edurne Rubio ha sabido estar a la altura de las circunstancias.

El coro Ars Nova asume el papel principal de la obra, incluso por encima de quien da título a la ópera, y el resultado fue más que suficiente. Hubiera sido deseable más ímpetu en la tercera escena, el coro de brahmanes,  en la que clamaban por la guerra y la venganza pero lo importante es que el trabajo, importante, se hizo con dignidad. Así mismo, los catorce solistas de la Orquesta Sinfónica de Burgos hicieron una buena labor, en la que destacó la labor de la solista de arpa Pilar García-Gallardo. 

Por lo que a los solistas vocales se refiere, la soprano toledana Sandra Redondo fue una princesa de voz pequeña pero que llegó con cierta solvencia. El tenor salmantino Adolfo Muñoz tuvo ciertas dificultades con el papel del rey, sobre todo en las franjas extremas, donde la voz se desvanece pero poco a poco fue tomando confianza durante la función para terminar con suficiencia. Bien el barítono Daniel Estévez en el breve papel de Ammacannú y dignas de mención las dos coralistas que abordaron los papeles episódicos, a saber, la mezzosoprano An Romero (Rukhmani) y la soprano Ana Serrano (un ángel).

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Hasta aquí puede considerarse lo escrito una valoración convencional de un concierto del que, sin embargo, quiero y necesito destacar lo más importante: que se ha hecho. Porque la deuda sigue abierta, como la herida. El rescate de esta ópera, como se hizo de El mozo de mulas años atrás, no puede quedarse en un esfuerzo local. De Antonio José no puede acordarse solo su Burgos natal y me atrevo a apuntar que aquellos teatros de ópera que ven sus arcas bien nutridas de fondos públicos deberían de hacer un esfuerzo extraordinario no ya solo por la recuperación del patrimonio lírico español sino específicamente el de aquellos compositores que además de perder la vida, fueron a continuación sistemática y conscientemente ignorados por el régimen dictatorial que siguió a la llamada guerra civil. Les debemos una, aunque sea un siglo después.

Fotos: © Luis Mena