• Foto: Tato Baeza
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Cuestión de estilo

Valencia. 16/12/15. Palau de Les Arts. Haendel: Silla. Benedetta Mazzucato (Silla), Adriana Di Paola (Claudio), Karen Gardeazabal (Metella), Elisa Barbero (Lepido), Federica Di Trapani (Flavia), Nozomi Kato (Celia), Michael Borth (Marte/Scabro). Dirección de escena: Alessandra Premoli. Dirección musical: Fabio Biondi.

Seguramente Fabio Biondi no sea un director musical memorable, pero sí es un músico con mayúsculas. Así quedó patente, al menos, con esta sobresaliente versión del Silla de Händel ofrecida en la sala Martin i Soler del Palau de Les Arts. Asombra ver cómo los mismos músicos que se desempeñan con otros repertorios en el foso de la sala principal del teatro son capaces de plegarse a un estilo tan diverso y específico como el que anida en esta infrecuente partitura, que Biondi revisita con gran curiosidad y con una fe inquebrantable. 

Rareza absoluta, todo apunta a que este Silla de Haendel, con libreto de Giacomo Rossi, pudo ser poco más que una obra de circunstancias, interpretada en una única ocasión, la de su estreno en el Queen´s Theatre de Londres el 2 de junio de 1713, según consta en una dedicatoria del propio Rossi al embajador de Francia. Otros investigadores apuntan a que esa única representación pudo tener lugar, en realidad, en Burlington House. Sea como fuere, al tratarse de una composición de circusntancias, Handel recicló buena parte de esta música posteriormente para su Amadigi di Gaula. De este Silla, no en vano, sólo consta hasta la fecha una grabación comercial disponible, la de abril del año 2000 que cuenta con  Denys Darlow al frente de la London Händel Orchestra.

Como decíamos, la versión musical presentada en esta ocasión por Biondi fue sobresaliente de principio a fin. Fantasiosa, vibrante, detallista al extremo y con una fluidez que se impuso, con mucho, sobre la más o menos tediosa sucesión de escenas que plantea el libreto. Hubo magia y virtuosismo en las diversas intervenciones solistas, caso del primer cello y singularmente la del trompetista Rubén Marqués, profesor en el CSMA de Zaragoza. Biondi, violín en mano, mostró una afinidad bárbara con este repertorio. Al fin y al cabo todo es cuestión de estilo, y Biondi consigue que una orquesta no especializada en este repertorio pase ante los espectadores como si de hecho lo fuera. Atinadísima, por cierto, la idea de representar este título en el pequeño teatro Martin i Soler, con capacidad para unas cuatrocientas personas, con una proximidad .

Sobre las tablas se presentaba una nueva producción con la firma de Alessandra Premoli, una joven directora de escena que se ha destacado no sólo como asistente de Davide Livermore sino asimismo al frente de algunos trabajos propios. En esta ocasión, con escenografía de Manuel Zuriaga, vestuario de José María Adame e iluminación de Antonio Castro, Premoli hace de la necesidad virtud empleando con astucia las reducidas dimensiones de la caja del teatro Martin i Soler, a partir de un diseño circular de la escenografía que permite dotar de cierto dinamismo y variedad a las sucesivas escenas. Al margen de esto hay, y quizá sea lo más valioso de su propuesta, un decidido empeño por mimar al detalle la dirección de actores, con un delicado trabajo gestual (bellísimo en ocasiones, como el dúo entre Flavia y Lepido) y un retrato bien perfilado de cada personaje. Premoli trata de acompasar un relato histórico como el de Silla con algunos ecos más universales y contemporáneos en los que pueda resonar la historia; de ahí el atinado guiño a las Madres de Plaza de Mayo. 

Inteligente pues, en todo caso, el trabajo de Alessandra Premoli, en el que se intuye el hacer de una directora atenta a la obra, tanto a su música como a su texto, minuciosa en la dirección de actores y con un sentido acabado y nítido del espacio escénico y sus posibilidades. Gustará más o menos la estética resultante, pero lo cierto es que se advierte una economía de medios administrada con talento.

De las voces reunidas en esta ocasión, procedentes en su mayoría del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo, nos quedamos sin duda con las de la soprano mexicana Karen Gardeazabal, aquí Metella, y de la italiana Federica Di Trapani. La primera, dueña de un instrumento redondo, esmaltado y brillante, campa a sus anchas por esta singular escritura vocal, sin amaneramientos y con una naturalidad envidiable. La segunda, Di Trapani, es una de esas voces forjadas en Pesaro, al calor del impulso de Alberto Zedda y todo su entorno. Hay en ella un dominio evidente del lenguaje musical, una atención escrupulosa al estilo y una teatralidad vívida e íntima. Mucho menos nos gustó el Silla de Benedetta Mazzucato, con una voz destemplada y un tanto agría y de coloratura más agitada que precisa. Muy solvente Elisa Barbero como Lepido, dando muestra de un material bien trabajado. Más desigual, en cambio, la labor de Adriana Di Paola como Claudio, con graves problemas en las agilidades; seguramente no sea la voz más ideal para este papel, quizá incluso para este repertorio. Muy apreciable Nozomi Kato como Celia, con una voz redonda, fácil y nítida. Poco puede decirse de Michael Borth como Marte y Scabro, habida cuenta de lo brevísima que fue su intervención.