429819864 958681885623906 7057935769682498206 n 

El aburrimiento entusiasta

Barcelona. 05/03/2024. Palau de la Música Catalana. Obras de Fine, Mozart y Beethoven. Stathis Karapanos (flauta), José Antonio Domené (arpa). Franz Schubert Filharmonia. Christoph Eschenbach, director musical.

Michael Fine es clarinetista y un destacado productor musical, premiado incluso con un Grammy (lo que no es ninguna garantía de calidad pero da una idea de su posición en la profesión) y responsable del lanzamiento de Koch International Classics y de importantes grabaciones para Deutsche Grammophone. Tiene menos recorrido como compositor y el Palau fue el lugar del estreno mundial de su Concierto para flauta y orquesta núm. 2 ‘¿Te acuerdas?’.

Esta propuesta se combinaba en el programa con dos obras de lo más clásico: el Concierto para flauta y arpa KV299 de Mozart y la Sinfonía nº7 op.92 de Beethoven, todo ello con la Franz Schubert Filharmonia bajo la dirección de Christoph Eschenbach.

En el primer movimiento de concierto de Fine pudimos percibir un lenguaje moderadamente atonal, con un carácter más bien sutil, poco clásico en tanto que no tiene el carácter afirmativo de un primer movimiento de concierto. Ello no tiene nada de innovador como tampoco lo tiene el concierto en conjunto. El flautista Stathis Karapanos apareció con atuendo centelleante, técnica y fraseo convincentes y un sonido a veces insuficiente, aunque en ello nunca se sabe si cabe buscar responsabilidades en el director o en el propio solista.

El segundo movimiento se caracteriza por su escritura camerística y una atmósfera inquietante. Las prestaciones de Karapanos mejoraron respecto al primer movimiento aunque siguió habiendo un problemático desequilibrio entre flauta y trompeta en aquellos pasajes en que tocaban a duo. El tercer movimiento, en tiempo de vals y algunas resonancias mahlerianas, reafirmó las sensaciones generales, un tanto soporíferas.

431546260_958680865624008_6493140031022921211_n.jpg

Nada cambió en el Concierto para flauta y arpa KV299 de Mozart, ejecutado en medio de una atmósfera anodina. Una obra como esta requiere una delicadeza y una sensibilidad que saque brillo a la elegancia clásica de la obra. Por lo menos, los solistas nos ofrecieron una bella cadencia. También el segundo movimiento resultó plano y rutinario y en el tercero se pudo rescatar la chispa y el buen hacer del arpista José Antonio Domené. Al final, sin embargo, la parroquia reaccionó con un entusiasmo que a un servidor le pareció sorprendente.

Dado que la segunda parte nos reservaba el plato fuerte (aunque un tanto manido) de la Sinfonía nº7 op.92 de Beethoven, era evidente que la velada iba a ser vivida como un éxito, y así fue. Pero no hubo muchos motivos. Después de un acorde inicial bastante apaisado y el necesario aumento de la intensidad, exigido por la obra, lo que hubo fue poca danza y menos apoteósis. En el segundo movimiento, abordado con un tempo más bien ligero, se echó de menos una mayor concreción en fraseos y transiciones, y un poco más de poesía en las maderas. En general, y muy particularmente en este movimiento, dio la sensación de que las dinámicas eran asumidas de una manera más formal que real, es decir, por cumplir los minimos profesionales y tocar lo que está escrito, aunque sea con escasa convicción.

El último movimiento era una buena oportunidad de levantar el entusiasmo popular, gracias al ruido, la furia y la trompetería. Con un tempo brioso, la ejecucion fue agresiva y brillante a pesar de ciertos desequilibrios entre las voces. No fue suficiente para el que escribe pero por lo visto si lo fue para una público  hipermotivado que, como diría Pepe Rubianes, "como ha venido dispuesto a disfrutar, lo hará, ¡por las buenas o por las malas!". Sinceramente se podría esperar más de la dirección de Christoph Eschenbach, de gesto claro y escasa imaginación.

Fotos: © Franz Schubert Filharmonia