Confusión escénica y triunfo de Meli

Valencia. 21/04/2024. Les Arts. Verdi: Un ballo in maschera. Francesco Meli (Riccardo). Anna Pirozzi (Amelia). Marina Monzó (Oscar). Franco Vassallo (Renato). Agnieszka Rehlis (Ulrica) y otros. Dirección musical: Antonino Fogliani. Dirección de escena: Rafael R. Villalobos.

Les Arts estrenó ayer en Valencia su primera nueva producción en mucho tiempo, liderando además el proyecto en colaboración con la Staatsoper de Berlín y completando asimismo su repaso a los grandes títulos del repetorio verdiano. Había pues muchas expectativas depositadas en estas funciones de Un ballo in maschera, que contaban además con la firma de Rafael R. Villalobos en el apartado escénico. El resultado final ha distado de emocionar, siquiera de convencer, con una propuesta escénica un tanto confusa aunque con un elenco vocal sin duda solvente, encabezado por un inspirado Francesco Meli.

Levemente abucheada por algún sector del público, la propuesta escénica de Villalobos no es un dislate, no molesta, pero a decir verdad no termina de funcionar. Las importantes aportaciones intelectuales que el propio director me comentaba en una reciente entrevista, en la práctica, no alcanzan a engranarse con soltura sobre las tablas, dejando una impresión de cierta confusión. Yo mismo defendí el crédito que había que dar a su Tosca en el Liceu, cuando un público vociferante, maleducado y homófobo parecía escandalizarse ante la figura de Pasolini como inspiración intelectual de la propuesta. Pero es que esa Tosca funcionaba, gustase más o menos en sus detalles, y me temo que no cabe decir lo mismo de este Ballo in maschera.
 
"Racismo, apropiación cultural y personajes travestidos, que chocan con las diversas realidades de género que hoy reconocemos, se dan la mano en una obra construida sobre unos códigos teatrales y dramatúrgicos que quizás ya resultaban demasiado anticuados en 1859”, apunta Villalobos en el programa de mano. Qué atinado punto de vista y qué pena que no termine de cuajar en su desarollo escénico porque sobre el papel parecía una óptica sumamente legítima e interesante para revisitar un clásico ciertamente apolillado en sus formas teatrales como es el caso de Un ballo in maschera.
 
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En ocasiones, más allá del propio juicio que uno pueda formarse a lo largo de la función, lo más interesante es escuchar los comentarios del público. En este caso, creo que fueron muchos los asistentes que no alcanzaron a desentrañar bien la trama de la obra, precisamente porque la propuesta de Villalobos centra la mirada en otras cuestiones que en realidad solo se terminan de discernir si se conocen de antemano tanto el libreto original como la intención del director de escena. Y esto es un problema, porque a nadie se le puede presuponer venir con más o menos lecturas a una butaca. 

Y digo esto porque los dos pilares más fuertes de la propuesta de Villalobos, su desarrollo de los personajes de Oscar y Ulrica, no funcionan en escena, por atractivo que sea el reclamo intelectual de las cuestiones de género y raza que traen consigo. Si el director sevillano cree en estos dos pilares como hilos conductores de su propuesta, me temo que habrá que hacer algunos ajustes de aquí a que la obra llegue a Berlín, en la búsqueda de un engranaje escénico verdaderamente funcional y expresivo.

Tampoco su habitual equipo de colaboradores, Emanuele Sinisi en la escenografía y Felipe Ramos en la iluminación, estuvieron singularmente inspirados en esta ocasión (volviendo a la Tosca ya citada, con los mismos profesionales implicados, todo allí tenía una impresión plástica mucho más lograda). La representación dio la impresión siempre de ser demasiado oscura; y nuevamente esto es algo que escuché comentar a varios asistentes, más allá de mi impresión particular.

Igualmente, el vestuario de Lorenzo Caprile adolece de falta de personalidad, como si la propuesta escénica fuera por un lado, los Estados Unidos en los años 80, y sus aportaciones quisieran adentrarse en otra estética. Apenas en la escena final con el baile de máscaras, y sustancialmente con el personaje de Amelia, cabe hablar de una verdadera aportación. Decepcionante Caprile, en suma, a quien se le presupone un probado oficio en estas lides teatrales y cuya presencia en este Ballo in maschera era sin duda un importante aliciente.   

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Recuerdo muy bien, todavía hoy, cuando escuché a Francesco Meli cantar Un ballo in maschera en Roma, a las órdenes de Antonio Pappano, en 2013, en versión de concierto. Me sorprendió mucho entonces su desenvoltura vocal y lo genuino de su expresividad, precisamente en un panorama donde no abundan los tenores italianos ‘comme il faut’.  Y me ha congratulado mucho volverle a escuchar en plenitud de facultades con este Riccardo en Valencia.

Arrojado en el fraseo, entregado en la palabra y gallardo en la expresión, Meli logró un canto lírico y expansivo al mismo tiempo, con una voz que sonaba amplia y bien proyectada, todavía en forma, sin problema alguno para pasar la orquesta. Si bien atravesó algún apuro hacia el final de su romanza del tercer acto, algo cansado ya tras toda la representación, se resarció con un fraseo bellísimo en su escena final, retomando el buen gusto en el fraseo que había marcado todo su hacer durante la noche.

Si bien un punto por debajo de su reciente presencia en el Liceu, con este mismo título, Anna Pirozzi volvió a defender una Amelia contundente y más que suficiente en lo vocal, con algún punto ya más agrio en el tercio agudo. Generalmente desconectada de la propuesta escénica, a la que parecía servir con entrega pero sin fe alguna, dejó detalles de gran escuela en el esperado ‘Morró, ma prima in grazia’. 

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Excelente la soprano valenciana Marina Monzó como Oscar, mostrando ya un timbre que gana cuerpo en el centro sin perder un ápice de su desenvoltura en el agudo. Su labor fue irreprochable, también por su total compromiso con la propuesta escénica de Villalobos, que hacía pie en este papel como una de sus claves, convirtiéndo a Oscar en el hijo de Renato y Amelia al que se asignó un sexo femenino en su nacimiento.
 
El Renato de Franco Vassallo fue honesto pero sus medios adolecen de un timbre poco noble y pecó además de algún exceso en su expresividad. El resultado fue un Renato demasiado gruñón, aunque solvente. Y se antojó muy discreta la primera Ulrica de Agnieszka Rehlis, de timbre bastante impersonal y expresividad algo anodina, lejos de la contundencia vocal que uno espera en este rol. Cantante sin duda aseada en su emisión, de maneras muy correctas, no pareció encontrar en este papel el mejor medio para desarrollar sus cualidades.

Buena labor del resto de cantantes que completaban el elenco, como el siempre profesional Toni Marsol en la parte de Silvano. Un punto por debajo, con un timbre ya algo mate y falto de proyección, lució el juez de Antonio Lozano. Y correctos el Samuel de Irakli Phkaladze y el Tom de Javier Castañeda, un tanto en segundo plano sus roles en la propuesta de Villalobos. Cumplidor también en su pequeña intervención el siervo de Amelia de Thomas Viñals.

El foso de Les Arts estuvo esta vez comandado por el italiano Antonino Fogliani, quien regresaba aquí tras dirigir Madama Butterfly en 2021. Más allá de algún concertante rematado con exceso de decibelios, efusivo en exceso, destacó Fogliani por un trabajo bien medido y meticuloso, especialmente volcado en subrayar la belleza de la partitura, algo que quedó de manifiesto en su buen hacer con el segundo acto, tanto la romanza de Amelia como el dúo postrero con Riccardo. Una vez más los cuerpos estables de Les Arts hicieron gala de su habitual y esperada solvencia.
 

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Fotos: © Miguel Lorenzo y Mikel Ponce | Les Arts