Turandot N. Stemme c W. Hösl  

El arte de intentarlo

Múnich. 07/12/2016. Bayerischen Staatsoper. Puccini: Turandot. Nina Stemme (Turandot), Ulrich Reß (L’Imperatore Altoum), Stefano La Colla (Il Principe ignoto), Irina Lungu (Liù), Goran Juric (Timur), Andrea Borghini ,Kevin Conners, Matthew Grills (Ping, Pang, Pong). Dir. escena: Carlus Padrissa - La Fura dels Baus. Video: Franc Aleu. Dir. musical: Dan Ettinger

El 25 de abril de 1926 Arturo Toscanini alzaba la batuta para dar paso a los primeros acordes de la ópera póstuma de Puccini. En aquel entonces fue la muerte de Liù y más concretamente su lamento coral (Dormi, oblia, Liù, poesia!), el que determino el fin de la representación, con los últimos compases que fue capaz de cerrar antes de su tormentoso final en Bruselas, apenas dos años antes. Ricordi, Toscanini y el propio hijo del compositor decidieron ceder entonces la composición del final de la obra al maestro napolitano Franco Alfano, uno de sus discípulos más reconocidos, quien además había tenido cierta experiencia compositiva con temáticas “orientales” tras la realización de su ópera La legenda di Sakùntala

La señalada premiere de Turandot en La Scala de Milán llegó hasta donde lo hizo la reposición de ayer: la forzosa doble barra tras la que el director parmesano refirió al público presente que “el Maestro falleció” tras escribir esos últimos pasajes. Fue solo tras la segunda puesta en escena cuando Toscanini decidió incluir la adenda final de Alfano, cuya historia filológica es también otro cantar, con cierta base en unos cuantos folios de apuntes que Puccini legó.

El lieto fine con el que acostumbramos a escuchar este título no fue nunca del agrado de Puccini, de eso no me cabe la menor duda (si bien hay opiniones para todos los gustos), pues su tradicional ritmo de escritura se vio alterado no por su muerte, sino tiempo antes por la falta de convencimiento ante el desarrollo final del libreto confeccionado por Giuseppe Adami y Renato Simoni. Interrumpir pues la obra allá donde el compositor dejó convencido de componer convencido, no fue una mala idea (tampoco novedosa) y este fue uno de los retos que en 2011 la Staatsoper de Múnich confió a La Fura dels Baus, y más concretamente a la dirección de Carlus Padrissa. La decisión no fue entonces banal, y justificaba una apuesta bien diversa a la que esta ópera nos tenía acostumbrados. No en vano, la protagonista, según la “versión” que afrontemos, puede ser redimida por el amor, o por el contrario pavonearse hasta el final con la algidez que enarbola durante prácticamente todas sus intervenciones.

Por poner en antecedentes a quien desconociese esta puesta en escena, señalar únicamente que Padrissa nos sitúa en una Europa (año 2046) supeditada por su deuda a China, tras un doloroso rescate financiero. El partido de Hockey con el que arranca la representación es toda una declaración de intenciones: la de querer descolocar a un público que apenas se acaba de sentar. 

Creo entender por el cartel de 2011 que Klaus Bachler pudo entrever el talón de Aquiles de su Turandot, y si bien Nagano era el director musical por aquel entonces, confió la premiere a su inmediato predecesor Zubin Mehta, siempre añorado en tierras bávaras tras su marcha en 2006. Así garantizó sin duda un buen porcentaje de aplausos, movidos también por la añoranza. En este caso la dirección musical de Dan Ettinger al frente de la Bayerisches Staatsorchester no ha obtenido reproches, pero tampoco halagos como para evocar aquel fervor entre la militancia muniquesa. El entusiasmo de su gesto no tiene un claro reflejo estético y su disección de la partitura lleva a un resultado más paragonable a tímidas colinas sonoras que a las montañas rusas que en muchos casos nos dibujan libreto y partitura.

El reparto vocal no tuvo tampoco gran protagonismo, a excepción de Irina Lungu cuyo timbre e intensidad psicológica resultaron adecuados en su caracterización de Liù. Nulo entusiasmo y personal decepción fue Nina Stemme, cuyo dramatismo vocal, de corte más wagneriano, se vio claramente forzado en el papel de Turandot. Quien se esperaba fuese la piedra angular del reparto no fue capaz de responder a las expectativas, lastrada quizás por el hieratismo al que somete su rol la presente producción. La irregularidad del coro de la Bayerischen Staatsoper, con netos desajustes en el primer acto, tuvo sin embargo su redención en una intervención más que meritoria del Kinderchor.

La irrupción de La Fura dels Baus en Múnich fue por aquel entonces un abrupto intento de salto de la valla, y cinco años después su efecto se podría describir como un mero avistamiento de la misma, cabizbajo y desde la lontananza. El ojo del escenógrafo Roland Olbeter ya no sorprende, ni por sus sabidas dimensiones. Si hace escasos cinco años los videos de Franc Aleu podían tener cierto interés –más tecnológico que argumental–, en 2016 con gafas de realidad virtual hasta en los botes de cereales, se convierten en carne de “Yo también fui a EGB”. Decidir además que 1773 personas saquen a la vez las gafas, con sus coloridos plásticos, en un momento en el que la orquesta susurra y el coro canta dietro le quinte puede ser solo fruto de la falta de empatía con el texto, filológicamente hablando, o del desconocimiento, que desde luego descarto. 

Su reposición es sin duda fruto de la necesidad germana de amortizar lo que tuvo que ser una importante inversión, y eso es siempre de admirar. La cartelera muniquesa es noble amante de sus producciones, y llevarlas por bandera, tengan el éxito que tengan, es hasta casi un rasgo de identidad. Allá donde hubo abucheos y efusivos aplausos, según las crónicas del estreno en 2011, reinaba ayer la indiferencia, amenizada eso sí por los canapés en los descansos. Dos pausas de 30 minutos en una ópera de apenas una hora y tres cuartos es, se mire por donde se mire, un soberbio disparate, si bien con este título es un mal bastante extendido.

La otrora gran apuesta contrasta y temo que contrastará con la nimiedad del resultado, el de entonces y el hodierno, a no ser quizás que se confíe el título a la batuta de Kirill Petrenko y la escena pase a un segundo plano. Seguiremos sin duda probando.