Werther Liceu A.Bofill

 

Triunfal Beczala

No era fácil hacer justicia al recuerdo del último Werther que se escuchó en el Liceo hace 25 años en manos de Alfredo Kraus. Pero Piotr Beczala lo consiguió anoche con una interpretación exultante, caldeando una vez más el ambiente del Liceo tras él reciente éxito de las funciones de Elektra. Con una voz firme y a un tiempo luminosa, de emisión segura y homogénea, de canto dúctil, a la vez transido y poético, Beczala salió por la puerta grande en su debut escénico en el Liceo (ya había cantado antes, si bien en un Faust recortado y en versión concierto, en 2011).

Lo cierto es que tras su debut del rol en 1994 en Linz, Beczala lleva a sus espaldas nada menos que 23 años cantando Werther, esto es, prácticamente desde los inicios de su trayectoria profesional. Y eso se percibió ayer de principio a fin en el transcurso de la representación, en la que brindó una auténtica encarnación de ese paradigma del héroe romántico que es la figura sumamente trágica de Werther. Por si fuera poco, el Liceo estalló en una ovación de las que hacen época tras el “Pourquoi me réveiller” de Beczala, prolongando los aplausos hasta precipitar un bis que tampoco se hizo rogar demasiado. Alguien desde el público le gritó entonces: “Eres el mejor tenor del mundo”. Quizá no sea para tanto, pero es verdad que con funciones como la de ayer Beczala se reivindica a sí mismo con un lugar destacado entre los tenores más solicitados de la actualidad, de Kaufmann a Flórez pasando por Camarena, Kunde o Albelo.

Aunque un tanto eclipsada por el protagonismo de Beczala, la mezzo-soprano italiana Anna Caterina Antonacci demostró que es una actriz de rompe y rasga, si bien no es Charlotte el papel que mejor cuadra a su actual condición vocal, pues su instrumento carece por lo general del grave que requiere la parte, así como de un color más neto y un instrumento más amplio y desenvuelto arriba. 

Ejemplar 'casting' por parte del Liceo para el resto de secundarios y comprimarios, recurriendo uno tras otro a contrastados profesionales de nuestro país. La joven soprano Elena Sancho debutaba en el Liceo con la parte de Sophie e hizo gala de una chispeante desenvoltura escénica y un control absoluto de sus medios, con una voz timbradísima y empleada a placer. Joan-Martín Royo ofreció un canto elegante y noble, con el punto adusto y cariacontecido que pide el papel de Albert. El bajo Stefano Palatchi cumplió con la esperada ración de oficio y veteranía. Lo mismo cabe decir de Antoni Comas (Schmidt) y Marc Canturri (Johann).

El maestro francés Alain Altinoglu, actual director titular de La Monnaie de Bruselas y batuta habitual en grandes teatros como París, Viena, Nueva York o Zúrich, expuso una dirección musical equilibrada, en una versión atinada en tiempos, de legato intenso y con los contrastes precisos. Ya escuché a Altinoglu dirigir esta misma partitura en 2014, en el Metropolitan de Nueva York, entonces con Jonas Kaufmann en el rol titular. Su batuta convence por lo idiomático de sus acentos, lo mismo que por el control y cuidado con que atiende a las voces. Su versión no posee la fascinación de un Prêtre o de un Plasson, pero tampoco Altinoglu tiene a sus espaldas aún una trayectoria como la suya y no sería justo compararlos. Su presencia en el foso del Liceo para estas funciones de Werther es sin duda un acierto. 

A pesar de algunas pifias muy puntuales en las trompas, la orquesta del Liceo apuntala una vez más su progresión, haciendo gala de un sonido cada vez más compacto, seguro y dúctil, con detalles de buen gusto en las maderas y mostrando de tanto en tanto un sonido apreciable, de color propio y personal, en las cuerdas.

La producción de Willy Decker, creada originalmente en 2005 para la Ópera de Frankfurt aunque vista también ya en el San Carlo de Nápoles y en el Teatro Real de Madrid, convence por el atinado código cromático -tanto en la escenografía como en el vestuario del protagonista- con que describe de algún modo el paso de esa florida primavera (‘Oh, nature’) al trágico, desolado y frío invierno que acoge el desenlace final de la ópera. La propuesta, de trazos limpios, hace pie en una escenografía ocurrente y mínima, huyendo de un romanticismo recargado. 

Permítanme una reflexión al margen, al hilo de esta producción de Decker: ¿se han dado cuenta de la cantidad de producciones que hemos visto ya en Madrid y Barcelona, en años casi consecutivos o con la distancia de apenas un lustro? Este Werther se vio en Madrid en 2011, la próxima Fille du régiment de Pelly se representó la temporada pasada en el Real, pasó lo mismo con La flauta mágica de Barrie Kosky… Y no se trata de coproducciones, sino de alquileres. Me pregunto: ¿no hay ahí fuera más producciones de estos títulos como para que el público español tenga que ver exactamente las mismas producciones en los dos teatros de cabecera del país?