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Clasicismo en el ADN

Zaragoza, 21/02/2017. Sala Mozart del Auditorio. Obras de Haydn y Mozart. Mireia Farrés, trompeta. Dezsö Ranki, piano. Orquesta Filarmónica Nacional de Hungría. Dir. musical: János Kovács.

Dentro de su XXIII Temporada de Grandes Conciertos de Primavera, el Auditorio de Zaragoza presentaba este pasado martes, 21 de febrero, una prestigiosa formación: la Orquesta Filarmónica Nacional de Hungría. Creada en 1923, en las dos últimas décadas ha tomado especial relevancia bajo la dirección del recientemente fallecido Zoltán Kocsis, al que el Auditorio ha dedicado este concierto. El repertorio elegido ha sido puramente clasicista con Haydn y, sobre todo, Mozart. Bajo la dirección de su nuevo director, János Kovácks, la orquesta ha demostrado que domina perfectamente este repertorio y que tiene un sonido que entronca con la gran tradición centroeuropea: dúctil, maleable, preciso y ligero pero nunca superficial.

Ha abierto el programa el Concierto para trompeta en mi bemol de Joseph Haydn. Creado para su amigo Anton Weidinger, gran virtuoso del instrumento en la época, el concierto demuestra la versatilidad compositiva de Haydn que crea un bello e interesante entramado para un instrumento, que en su nueva versión de cinco llaves era toda una novedad. La trompetista catalana Mireia Farrés nos ha brindado una versión plenamente acorde a la partitura que, bajo una aparente capa de ligereza, entraña una dificultad interpretativa que Farrés ha salvado con holgura, destacando las cadencias del primer y tercer movimiento (éste el más bello y logrado de los tres que conforman del concierto). También en homenaje al maestro Kocsis, la trompetista ha regalado una sentida versión del Ave María de Schubert.

También en la primera parte se ha interpretado en conocido Concierto para piano nº 9 en mi bemol “Jeunehomme” de W. A. Mozart. No se sabe muy bien si este concierto, compuesto cuando Mozart cumple 21 años y dedicado a la virtuosa del piano francesa señorita Jeunehomme (o Jenomé, o Jeromy) que pasa por Salzburgo en enero de 1777, es un encargo de la pianista o es el propio Wolfgang quien se lo ofrece pensando en hacer buenos contactos para cuando vaya a París en un viaje ya previsto. De cualquier manera, la composición tiene unos aires rompedores que no encajan con el ambiente rococó en el que aún vive la ciudad del arzobispo Colloredo y sí que tiene mucho que ver con la reformas musicales que Gluck está lanzando desde París. Es una música llena de vigor, llena de ansias de romper amarras con el pasado y buscar un futuro más prometedor que el salzburgués. La interpretación del gran pianista húngaro Dezsö Ranki ha ido encaminada en ese sentido, en destacar la belleza e inventiva desbordante que Mozart transmite en su partitura. Con una pulsación precisa y clara, siempre “cantabile”, Ranki ha dado una lección de cómo ha de tocarse al joven pero ya maduro Mozart, lleno de brío pero también con esa sabia concentración del bello Andantino, segundo tiempo después del Allegro inicial. El Rondo final, con la melodía principal introducida por el piano solo, ha sido la culminación de una soberbia interpretación, siempre perfectamente acompañada, en un perfecto segundo plano, por la orquesta.

La demostración del gran hacer del maestro Kovács ha venido de una magnífica versión de la última sinfonía de Mozart, la nº 41 de su catálogo. Sus tres últimas sinfonías Mozart las compuso en un muy breve periodo de tiempo en el verano de 1788 y es casi seguro que nunca se tocaron en vida del compositor. Creadas en una época de grandes dificultades en la vida de Mozart, muchos estudiosos de su obra las consideran un trilogía: la 39 reflejaría la esperanza de toda una vida, la 40, más trágica y melancólica, entroncaría con su situación personal, y la 41, la que nos ocupa, sería la de la lucha y el triunfo. De ese tono brillante podría venir la denominación que se le adjudicó en la década de 1820 en Inglaterra: Júpiter, dios triunfador y dueño del Olimpo. El director, muy relacionado con el mundo operístico, nos ha brindado, sin apoyo de partitura, una versión de gran dramatismo y fuerza, perfectamente equilibrada arquitectónicamente, apoyada en un primer Allegro de fuerza poderosa, seguido de un andante cantabile, dibujado por unas cuerdas perfectamente empastadas (como todo el concierto, por otra parte) y un minuetto vivaz y bailable para finalizar con un portentoso Molto Allegro donde Kovács y la orquesta han desplegado todo su poderío. Brillante. Como propina un encantador “Paseo en trineo” del mismo Mozart y la conocida “Polka pizzicato” de Johann y Joseph Strauss.