Minkowski DR

Casi una experiencia religiosa

Madrid. 06/03/17. Auditorio Nacional. Ibermúsica. Bach: La Pasión según San Juan. Laure Barras, soprano. Hanna Husáhr, soprano, Owen Willets, contratenor. Alessandra Visentin, contralto. Fabio Trümpy, tenor. Valerio Contaldo, tenor. Felix Speer, bajo barítono. Callum Thorpe, bajo. Les Musiciens du Louvre. Marc Minkowski, director.

Se acerca la Semana Santa y con ella la oportunidad anual de completar uno de esos de rituales de los que tanto disfrutamos los amantes de la música: asistir una de las Pasiones de Bach. Es en esta ocasión la de San Juan, una obra maestra indiscutible que, por misteriosas razones de tradición, tiene en ocasiones que justificase y hacer valer sus méritos frente a la de Mateo, su popular hermana.

Ibermúsica ha traído para esta pascua musical a Marc Minkowski y sus Musiciens du Louvre, toda una institución en música barroca, actores fundamentales en la recuperación de este repertorio en las últimas décadas y de invariable gusto historicista en la interpretación. Como siempre que se acude a este tipo de lecturas, uno sabe que no va a haber rastro de excesos románticos -de esos grandes conjuntos, instrumentos modernos, tiempos solemnes y fraseos melosos-, y sí una intención de rencuentro con la verdad musical original, traída directamente desde el pasado a nuestros oídos del siglo XXI.

El conjunto es pequeño, apenas 23 músicos y un total de ocho voces que, además de interpretar a los solistas, hacen las veces de coro. Adivinamos que reducir el tamaño de las orquestas nos acerca más a esa buscada verdad histórica, pero entonces uno se pregunta cómo una sala del tamaño Auditorio Nacional encaja en todo este asunto. En cuanto comenzó la interpretación hubo que reconocer que, a base de tiempos muy marcados y ataques rotundos, Minkowski logró llenar la sala de música, eso sí, a costa de perder sentimiento en la ejecución, y esta fue la tónica de la noche. Los sonidos de los instrumentos originales tienen su encanto arcaico y, sobre todo en los momentos solistas, traen sabores de reliquia que construyen la certeza de que estamos escuchando algo antiguo, único, delicado y precioso. Y aquí se forma un embrollo hermenéutico ya que, con esta búsqueda del original, parece que se  pierden dos elementos que nos acercan a la verdad de la obra mucho más que cualquier posible instrumento de época: el drama y la religiosidad.

Hablamos del sacrificio de Dios contado por uno de los más grandes compositores, una obra que puede llenarnos de dolor y piedad divina incluso a los no creyentes y que, en manos de los guardianes de la historia, se acercó a un ejercicio de racionalidad olvidando el torrente de espiritualidad que mana de la partitura.

El programa de mano no indicó los papeles de cada uno de los cantantes, algo que unido al habitual carácter de las fotos de los artistas, tan favorecedoras que los hacen irreconocibles, originó una especie de rompecabezas adivinatorio entre el público de la sala. Destacaron algunos por encima de otros. El Evangelista de Fabio Trümpy, tiene un una voz pujante y apuesta, de timbre luminoso, y pese a que su papel se reduce a recitativos de narración, mostró mayor musicalidad que muchos de sus compañeros. Potente y severa la actuación del bajo Callum Thorpe como Jesús, la voz más notable equipo. La alto Alessandra Visentin fue la encargada de dar vida al aria más célebre y emotiva “Es ist vollbracht”. Se apreciaron su buena emisión y su timbre oscuro y aterciopelado pero, en línea con el espíritu de la noche, su canto estuvo corto de emoción, severo, casi declamado, como la palaba de un heraldo que anuncia el fin sin apenas rastro de lamento. La deliciosa voz de la soprano Hanna Husáhr y su ligereza aérea dieron el más alto punto de emoción a una noche en la que no sobraron los afectos.

Como coro, el conjunto de cantantes se mostró eficaz pese a su reducido tamaño, dando poca sensación de empaste al reconocerse las voces individuales aunque, por esto mismo, se consiguió un efecto de oportuna teatralidad, revelándose las voces del gentío que observa y participa de la acción.

En definitiva, Minkowski ofreció una interpretación sugestiva, que se observa más que se siente, y que irónicamente anduvo corta de pasiones. Algo que puede convencer a los incondicionales de -como dice Taruskin- ese gusto contemporáneo que llaman historicismo, pero que es difícil de apreciar para los que creemos que lo esencial en esta obra es su inigualable capacidad para conmover el alma humana.

Foto: DR.