Isabelle Faust Innsbruck Tamara Wieser 

Bach imperial

Innsbruck. 23/8/17. Riesensaal del Hofburg. J.S. Bach: Suite orquestal núm. 2. Concierto para violín y orquesta en mi mayor. Concierto para violín y orquesta en la menor. Isabelle Faust, violín. C.P.E. Bach: Sinfonía núm. 5. J.S. Bach: Concierto para dos violines y orquesta en re menor. Isabelle Faust y Bernhard Forck, violín. Akademie für Alte Musik Berlin. Concertino: Bernhard Forck.

Isabelle Faust era sin duda uno de los nombres destacados de la última edición de la Innsbrucker Festwochen der Alten Musik, un festival que sigue siendo un centro de peregrinación en el corazón del Tirol y que ha tenido en la figura de René Jacobs desde la dirección artística uno de sus grandes impulsores, testigo recogido desde 2010 por Alessandro De Marchi con quien continúa gozando de muy buena salud. 

El programa en esta ocasión, titulado Bach-Akademie, focalizaba su atención en las obras concertantes para violín de Bach y Faust estuvo para ello inmejorablemente acompañada: la Akademie für Alte Musik Berlin (AKAMUS) ni más ni menos, un sólido conjunto con una trayectoria de referencia mundial en sus veinticinco años de vida. Los ingredientes eran magníficos, inmejorables, sólo había que mezclarlos bien. El único condicionante que presentó ciertas dificultades fue la acústica de la “Riesensaal” o “Sala de los gigantes”, una esplendorosa estancia barroca del Palacio Imperial impregnada del espíritu de la emperatriz María Teresa, pero con unas resonancias poco favorables para la claridad que pide el complejo tejido contrapuntístico bachiano.    

El programa se abría con una interesante Ouverture núm. 2 en la menor para violín, reconstrucción de la versión original aunque mucho menos habitual que la más común suite en si menor para flauta. A excepción de una Badinerie de tempo excesivamente rápido, fueron dos los elementos que puso en valor el conjunto alemán: una admirable elegancia desde la ouverture y un refinamiento y versatilidad pasmosa para recorrer los vericuetos de la poliédrica suite. Sorteando los retos sonoros –más ostensibles en los pasajes fugados–, la austeridad y precisión en la dirección del concertino Bernhard Forck es admirable y el resultado logrado está al alcance de muy pocos. A subrayar la soberbia administración de las dinámicas en la primera Bourée y la magnífica solidez del continuo –que tuvo que luchar con las condiciones sonoras– en la Sarabande, por encima del cual sobresalió el seductor lirismo de Faust. Por su parte la violinista se reveló una solista única, exuberante en su expresividad y rigurosa en su concepto: sólo de esta forma puede uno disponerse a recorrer los laberintos de un legado que guarda la sacristía de la música occidental. La soberbia técnica y agilidad interpretativa de la violinista alemana se pone al servicio siempre de una sutilidad y madurez únicas. Así fue durante la suite orquestal y más aún en el Concierto para violín en mi mayor que cerró la primera parte, donde se alcanzó mayor claridad en los planos sonoros. A través de un fresco y enérgico allegro, de una minuciosidad reveladora en el andante central y de una majestuosa proyección en el allegro assai

La segunda parte comenzó con una excepcional lectura del Concierto para violín y orquesta en la menor, con una AKAMUS vigorosa desde el primer movimiento hasta el último, favorecido en este por la intencionalidad y clarividencia desplegada por los bajos. Pero fue particularmente admirable en el andante la consistencia alcanzada por la orquesta, enriquecido por el violín de Faust con una sensibilidad sobrecogedora y un sonido repleto de matices: una interpretación coronada por un último movimiento brillante, impecable en los trinos y deslumbrante en la nitidez sonora. 

A esas alturas poco más se podía pedir, pero aún quedaban dos agradables sorpresas. La Sinfonía núm. 5 de Carl Philipp Emanuel Bach constituye un punto culminante dentro de la esplendorosa producción que integran sus “Sinfonías de Hamburgo”. Con ella el conjunto alemán hizo gala de un empaste y pulcritud de estilo ejemplar, culminados por el sugestivo Presto que exige un equilibrio a la altura de pocos, entre los cuales se cuenta la AKAMUS. La segunda para cerrar la cita, el Concierto para dos violines y orquesta en re menor, donde cabe subrayar por encima de todo la magnífica sintonía en el trabajo de Faust y Forck. Quizás con un tiempo lento algo más apresurado de lo habitual pero con una lectura fascinante, dejando respirar las frases sin dejar de mantener una fluidez y espontaneidad a través del sonido y una rotunda comprensión del discurso musical, el programa se cerró a la altura de las expectativas. 

El trabajo conjunto de Faust y AKAMUS ofreció pues un Bach imperial, incontestable. Como propina para un lleno absoluto que no quería abandonar la sala, una vertiginosa lectura del breve allegro que cierra una de las joyas de L’estro armonico vivaldiano: el Concierto en re menor para dos violines op. 3 núm. 11, del que Bach hiciera una transcripción para órgano (BWV 596), celebrando con maestría Faust, Forck y la AKAMUS la majestuosa vinculación de Il prete rosso con el Kantor de Leipzig.