siegfried oviedo a pina

Un anillo de 24 quilates

Oviedo. 06/09/2017. Teatro Campoamor. Wagner: Siegfried. Mikhail Vekua, Johannes Chum, Béla Perencz, Zoltan Nagy, Andrea Mastroni, Agnes Zwierko, Maribel Ortega, Alicia Amo. Dir. de escena: Carlos Wagner. Dir. musical:Guillermo García Calvo.

Con el oro robado a las ondinas del Rin, Guillermo García Calvo lleva ya cuatro años forjando un anillo poderoso, implacable, genuinamente wagneriano. Un anillo con el que ha edificado su Walhalla particular sobre las tablas del Campoamor, que llevan ya tres temporadas sosteniendo -por entregas- los dramas de esta tetralogía épica. Tras Das Rheingold (2013) y Die Walküre (2015), el pasado miércoles le tocó el turno a Siegfried. Casi cuatro horas de melodía infinita que el madrileño logró exponer con pasmosa claridad desde su tarima. La de Guillermo es una lectura ordenada y sin embrollos, paciente para deshilvanar con nitidez el entramado de leitmotivs que colma la partitura, pero también lo bastante apasionada para hacer vibrar al público en los momentos de mayor dramatismo. Por su parte, el empaste logrado entre las distintas secciones orquestales resultó meritorio -tanto en volumen como en tiempo- haciéndose patente la capacidad de su batuta para motivar a los músicos que dirige. Lo conseguido en momentos como la “forja de Nothung” (Acto I) o los “murmullos del bosque” (Acto II) dieron fe de todo lo logrado por el joven director cuya presencia aporta -sin duda- incontables quilates a este anillo de metalurgia asturiana.

Desde todos los puntos de vista posibles (tesitura, resistencia, proyección vocal, dotes escénicas), dar vida Siegfried, el más fuerte de los welsungos, representa una heroicidad en si misma. Así me lo comentaba Javier Menéndez -director artístico de la Ópera de Oviedo- hace un par de años: “-Para programar Siegfried lo primero es disponer de un tenor capaz de cantarlo”. Finalmente, la elección recayó en Mikhail Vekua, quien supo defender el papel esgrimiendo con tesón -casi rudeza- una voz robusta y caudalosa. De impactante proyección en el tercio agudo, los estándares de un heldentenor demandaban mayor presencia graves, algo que Vekua suplió con una entrega más que generosa durante toda su presencia en escena.

Por intencionalidad, aplomo y rotundidad vocal, el trabajo de Béla Perencz supuso quizás la interpretación más redonda de la noche. Su semblante impasible y su timbre genuinamente baritonal perfilaron un Wotan imponente en cualquiera de sus múltiples intervenciones. Johannes Chum -por su parte- dio vida a un Mime solvente: notable en lo vocal y depurado en lo escénico, donde cabría exigirle una mayor mezquindad a fin de acercarse por completo a las intenciones del ambicioso nibelungo. La presencia de Maribel Ortega como Brünnhilde no defraudó, manteniéndose en todo momento a la altura de un Siegfried que, durante el dúo del tercer acto ya comenzaba a mostrar algunos signos de comprensible fatiga vocal. La jerezana lució en todo momento una voz atractiva, bien timbrada, squillante y generosamente dimensionada. Cualidades, todas ellas, que le permitieron ofrecer una interpretación honesta y esmerada de la famosa valquiria.

Cerrando el elenco protagónico, gustó la madurez vocal exhibida por Andrea Mastroni en su interpretación de Fafner, parte que demanda unos densos medios de bajo. Agnes Zwierko estuvo acertada en su interpretación de Erda, mientras que Zoltan Nagy hizo lo propio encarnando al taimado Alberich. Mención aparte merece la aportación de Alicia Amo clavando la parte de la voz del pájaro del bosque, dejándonos, asimismo, con ganas de escucharla afrontando roles de mayor enjundia.

El “concepto visual” de la representación corrió a cargo del regista Carlos Wagner, a quien ya vimos en Oviedo hace un par de años poniendo en pie una innovadora producción de “Il Duca D’ Alba” de Donizetti. En esta ocasión, Wagner (de origen venezolano y sin parentesco conocido con el compositor alemán), optó por una propuesta de corte minimalista, apoyada en la moderna técnica del video mapping y económicamente más asumible frente a otras que pretendan recrear con literalidad el universo épico de la tetralogía. Lo cierto es en el concepto wagneriano de arte total, las propuestas semi escenificadas no encajan con facilidad. Pese a ello, detalles como la disposición de la orquesta sobre el escenario (con la posibilidad de admirar de cerca el trabajo de Guillermo Calvo), o las entradas y salidas de algunos cantantes a través del patio de butacas, convirtieron la escena en un vehículo solvente para la presentación de la música, verdadera protagonista de estas funciones. Entre los momentos mejor resueltos se encontraron la presentación del dragón Fafner, con la proyección -aunque invertida- de la constelación Draco, o la animación escogida para dar vida al pájaro del bosque. Por otro lado, la proyección de algunos elementos aleatorios e inconexos como naipes, biplanos o barcos no hizo sino emborronar el resultado final, destilando un preocupante horror vacui. Finalmente, y aún dentro de minimalismo perseguido, se echó muy en falta la presencia física de elementos clave para la acción, como la espada Nothung o la lanza de Wotan que, aunque presentes en la música gracias al complejo entramado de leitmotivs, en ningún momento llegaron a materializarse sobre el escenario, forzando a los cantantes a gesticulaciones un tanto embarazosas.

Así las cosas, al estreno de esta LXX temporada de la Ópera de Oviedo sólo puede aplicársele el calificativo de positivo. Positivo por mantener con Guillermo Calvo un idilio musical que se prolongará hasta 2019 con la programación de ese Götterdämmerung que ya esperamos. Positivo por el gran nivel vocal que, gracias a los artistas seleccionados, se ha logrado edificar en torno a una partitura nada fácil. Y positivo, sobre todo, por lograr que un año más el Campoamor rebose de ovetenses ávidos de ópera. Algo que -como diría Luis Cuerda- no es poco.

Foto: A. Piña.