Butterfly Bayerische W.Hosl 

Cuando la reina no basta

Múnich. 24/01/2018. Bayerische Staatsoper. Puccini: Madama Butterfly. Maria José Siri (Cio-Cio-San), Okka von der Damerau (Suzuki), Alexey Dolgov (B.F. Pinkerton), Niamh O’Sullivan (Kate Pinkerton), Levente Molnár (Sharpless), Matthew Grills (Goro Nakodo), Sean Michael Plumb (Yamadori), Peter Lobert (tío Bonzo), Oleg Davidov (Yakusidé), Boris Prygl (el comisario). Dir. escena: Wolf Busse. Escenografía: Otto Stich. Vestuario: Silvia Strahammer Dir. musical: Stellario Fagone

Tras ver el elenco de cantantes de esta Butterfly muniqués había una única cosa que nos llamaba poderosamente la atención, la Cio-Cio-San de Maria José Siri, motivados sobre todo por las cualidades que demostró para el papel en la pasada inauguración de temporada del Teatro alla Scala (2016-2017).

Pese a que otros teatros han apostado por la renovación escenográfica del capolavoro pucciniano, éste no ha sido el caso de la Staatsoper, que sigue confiando en la escena de Wolf Busse, creación que se remonta a nada menos que principios de los años setenta (1973). Para que nos hagamos una idea de la situación, hay  únicamente dos puestas en escena en la ópera de baviera anteriores a la presente, ambas del legendario Otto Schenk: La Boheme (1969) y Der Rosenkavalier (1972). Molestar, todo sea dicho, no molesta, por pintoresca y por su iluminación de batín y pantuflas, pero aportar tampoco aporta nada, amén de evidenciar ciertas señales de desidia nada usuales en este teatro. Hay pocos males peores en el siglo XXI que dejar al espectador impasible, y esta escena no hace sino que fomentar un estado emocional inerte, confiando el aflore de los sentimientos a la música, con todo el peligro puede conllevar. 

Sea como fuere, si sigues apostando por ello, entonces, como teatro debes al menos intentar poner todas las cartas sobre la mesa, y no sólo la reina de corazones. María José Siri puede desempeñar perfectamente esta función, pero sus demostradas cualidades distan de poder salvar una función con tanto lastre. Como no podía ser de otra forma la Cio-Cio-San de Siri sigue y seguirá bebiendo de aquel personaje trabajado con meticulosidad con Chailly, de una dramaticidad casi siempre a flor de piel, aunque no llevada tan hacia el extremo como en aquellas funciones milanesas. Siri sobresalió no solo por su dominio del texto y su expresividad, sin parangón en escena, sino por mostrar una exquisita gama de dinámicas – aunque coartada por las circunstancias  – y colores en aras de desnudar el drama interno de su personaje. Brilló con tanta luz propia que sirvió para iluminar lo que hubiese sido una velada con más sombras que luces.

Es difícil hacer un buen Puccini con tan poco arropo italiano, diría que casi imposible. La sola presencia de la batuta turinesa de Fagone – si bien Siri puede ser considerada Veronesa de adopción – no puede tirar de las riendas de una obra de la complejidad que narra el libreto de Giacosa e Ilica, y es ahí precisamente donde el barco empieza a hacer aguas. Era el primer Pinkerton de Alexey Dolgov en esta parte del charco, pues sus apariciones anteriores nos remiten a la óperas de Seattle, Montréal y Houston, donde, con todo mi respeto, ven desde la lontananza la tradición pucciniana europea. Puede que allende los mares su papel funcione, pero en Europa el personaje demanda un timbre más brillante,, amén de un mayor volumen y una dicción cuanto menos discreta. El teniente americano requiere en definitiva más que un agradecido comprimario.

Por otros deméritos destaca la Suzuki de Okka von der Damerau, de imponente voz y con loables intenciones, pero con un instrumento no del todo adapto a las cualidades canoras que requiere Suzuki. Estoy seguro además de que haber vestido los paños de la walkiria Grimgerde (Die Walküre) pocas horas antes no ha jugado tampoco en su favor a la hora de acometer tan delicado personaje, pues sus bruscos movimientos en escena eran más propios de una deidad teutona que de una Geisha.

El barítono Levente Molnár es un recurrente Sharpless para esta puesta en escena de Múnich – casi en exclusiva –, al menos desde 2014, año en el que precisamente concluyó su participación en el Ensemble de la Staatsoper. En este caso Molnár se limita a honrar el nombre de su personaje, y pese a sus seguros esfuerzos, mostró grandes carencias de técnica y dicción, además de no pocos lapsus.

La dirección de Stellario Fagone se demostró como un involuntario quiero y no puedo, carente de personalidad, debido no a sus prestaciones sino a una orquesta que evidenciaba una falta total de empatía con la batuta – por la evidente ausencia de ensayos, típica de la categoría asignada a la función –. En definitiva, un inmerecido debut de teatro para una espléndida Siri, que demostró estar a años luz de la propuesta conformada para ello.