lupu palau

El lobo estepario

Barcelona. 10/5/2018, 20:30 horas. Palau de la Música. Palau 100 Piano. F. Schubert:Moment Musicaux, op. 94, D. 780. Sonata en La menor, op. 143, D. 784. Sonata núm. 20, en La mayor, D. 959. Radu Lupu, piano.

Era la primera vez que el firmante asistía a un recital del pianista rumano Radio Lupu. Una vez vivido, pasado por el filtro del tiempo y reflexionado, la mezcla entre estupefacción y admiración, sorpresa y fascinación perdura en la memoria como un martillo artístico que todavía repica y repica. Es lo que debería pasar siempre, se dice uno a si mismo, con la actuación e interpretación de un artista del piano, o con cualquier instrumentista en el caso de los conciertos de música clásica solista, y sin embargo, qué pocas veces ocurre, que pocas veces las preguntas quedan en el aire, la duda y la perplejidad, la sorpresa.

Radu Lupu es reconocido por sus lecturas de Schubert, por su sello personal, por su iconoclasta posición sentado en una silla con respaldo y no en una butaca, quién sabe si por temas de salud o de comodidad, o ambas, pero, ¿acaso importa?. Lo que sucede cuando Lupu comienza a tocar el teclado, cuando la música comienza a crearse a su entorno, es algo que escapa a la simple admiración. No es la personalidad de un sonido propio, entre hermoso y huraño, ¿un sonido puede ser huraño?, entre profundo y seco, entre nuevo y tradicional, ¿puede?, pues son cosas que le viene a uno a la cabeza escuchando su Schubert. ¿y qué significa ‘su’ Schubert? ¿Hay un Schubert común?, ¿existe una escuela que mida qué es Schubert y cómo hay que interpretarlo?. Existe la tradición, un Gilels, una Pires, un Schiff, y sin embargo, con Lupu, es un Schubert inédito. La diversidad de su sonido, siempre hermoso pero a la vez sobrio, se esparce por los Moments musicaux, op. 94, D. 780 como si de un sacerdote de las esencias fuere. La severidad expresiva y los colores íntimos del Moderato, la magia reflexiva del Andantino, preguntando siempre al oyente, interpretándolo…¿dónde está el sello fantasioso y romántico de ‘mi Schubert’? Me pregunto y me dejo seducir por la propuesta, abierta, misteriosa, pausada y espléndida. Un parnaso panteísta aparece como por un sortilegio en el discurso, mariposas de sonidos fragmentarias y alucinantes, y la cadencia del tempo, reconocible como un eco entre susurros de las teclas, vuelve a aparecer al final del ensoñador Andantino..¡que no acabe!…El Alegro moderato suena casi a un Chaikovsky del Cascanueces, fluído, danzante, despreocupado y liberador. Un paso natural y naturalista que enlaza con Moderato hipnótico y rampante. Lupu se mueve entre cansado e inquieto, uso del pedal, construcción de los volúmenes, el peso del sonido en una digitación siempre rica y coloreada, buscando constantemente, preguntando de nuevo más que explicando o afirmando. ¿es esto una deconstruccción en construcción? Qué gran capacidad del intérprete rumano en no dejar de preguntarse a uno mismo tantas cosas y en no perder la concentración, ¿ah, que no hemos venido a relajarnos y a disfrutar?…Imposible perder el hilo del Moderato, no sea que se pierda el hilo de Ariadna en el laberinto del Minotauro. Potencia y severidad en los secos acordes del intenso Allegro vivace, conmocionado momento musical y cambio de dimensión. Como si de un hexaedro musical se tratara el cambio de prisma con el Allegreto mostró otras caras, otras respiraciones, entrecortadas y perplejas, las preguntas se tornaron melancolía, el peso dado a las notas una extraña liberación, el final una puerta abierta.

Todavía en los albores producidos por esos magníficos Seis momentos musicales, Lupu aparece de nuevo en el escenario para tocar la Sonata en La menor op. 143, D. 784 y el cambio de atmósfera no da tiempo a un nuevo respiro. El allegro giusto aparece entre circunspecto y severo, la fisicidad de Lupu, como de un gran lobo estepario, vivido, solitario y recio se impone de nuevo. Desconcierta la capacidad de dar colores y a la vez el sonido sobrio y seco, lo cortante de los acordes y la búsqueda reflexiva de un mensaje que se diría schopenhauriano. Piano como narcótico, creador de atmósferas, Lupu contundente pero generoso en su múltiple discurso. Finaliza el largo primer movimiento como una gran ola densa y regia para enlazar con un Andante de relajante majestad timbrica, Radu se recrea y parece dar treguas. El sonido picado y refrescante de los acordes centrales del Andante fluye con una elegancia solo al alcance de los grandes. El furiant con el que comienza el Allegro vivace final contagia la sala de luz arpegiada, la precisión quizás no siempre del todo conseguida en un sonido filado y a la búsqueda de la pureza se precipita en el contundente final. Lupu se marcha haciendo que no con la cabeza, no parece estar contento del todo con el resultado, y sin embargo, ha sentenciado una primera parte para el recuerdo y la audiencia lo bravea con aprobación.

La Sonata número 20 en La menor, D. 959 comienza con un largo primer movimiento de casi un cuarto de hora, un Allegro que fue puro Schubert-Lupu, o Lupu-Schubert, con esa extraña mezcla de sonido inédito y a la vez familiar, Schubert en la esencia y en la superficie y en las diferentes capas, tantas otras cosas… El Andantino en contraste a lo multiforme del movimiento anterior pareció más racional, menos disperso. Un meditativo discurso con un personal uso del pedal, un medido ritmo impuesto con melancólica serenidad y sin embargo, de nuevo, la sorpresa en los trinos como luceros encendidos, la rudeza de los acordes como filos cortantes, el motivo que aparece y desaparece, entre circunspecto y evocador, y Lupu como un intermediario entre un más allá musical presente y fugaz. Sin respiración después del inolvidable y personalísimo Andantino, el Scherzo con ecos de Chopin pero sobretodo de Debussy, con un halo de impresionismo musical revelador agracias al magistral uso elástico y cinematográfico del tempo dio paso al Rondo (Allegreto) final y principio de la sonata.

Final y principio porque la interpretación de Lupu, un gran creador de atmósferas y estados musicales, pareció acabar con un eterno retorno musical donde Schubert fue principio y fin. Si bien el inicio pareció algo errático, las preguntas se disipaban como humo en el discurso sonoro, los momentos conseguidos de profunda belleza, la arquitectura musical del movimiento en un halo transformado en una peculiar mirada beethoveniana cerró un recital donde sobran las palabras y resiste el silencio producido por los últimos acordes. Lupu es un maestro, la expresividad de sus silencios, la chocante rudeza de sus formas y su guante de seda introspectivo lo transforman en un intérprete en mayúsculas, un lobo estepario salvaje y familiar.