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Un Edgardo de locura

Madrid. 25/06/2018. Teatro Real. Donizetti: Lucia di Lammermoor. Lisette Oropesa, Javier Camarena, Artur Rucinski, Roberto Tagliavini, Yijie Shi, Alejandro del Cerro, Marina Pinchuk. Dir. de escena: David Alden. Dir. musical: Daniel Oren.

El Teatro Real comandado por Joan Matabosch ha tenido el acierto de convertirse en una plaza de referencia para la agenda del tenor mejicano Javier Camarena. Tras su recordado éxito con Tonio en La fille du régiment, en 2014, regresó aquí para cantar uno de sus primeros Arturos de I puritani en 2016 y ha regresado ahora finalmente para debutar el Edgardo de Lucia di Lammermoor, en unas funciones que van a quedar grabadas en la reciente historia del coliseo madrileño. Y es que si alguien enloquece en estas funciones es el público, escuchando lo que hacen Camarena y Oropesa.

Lo cierto es que el momento que atraviesa Javier Camarena es inmejorable. La voz es un regalo: suena fácil, grande, homogénea, timbrada, poética… Lo tiene todo, desde la técnica a la sensibilidad. Musico consumado, si por algo arrebata su Edgardo es por la pulcritud con que recrea la partitura. Rara vez se puede juzgar a un cantante por una nota, sería injusto, pero en esta ocasión una nota sí vale para explicar todo: para enloquece rcon su Edgardo basta con escuchar a Camarena cantar el Do sostenido en oppure que Donizetti prescribió en el “teco ascenda” del “Tu che a Dio” que cierra la ópera. Monumental sonido, celestial; admirable decisión, valentía suma para un debut. Y en fin, una locura que remataba una intepretación vibrante, cantada a flor de labios, atentísima al texto y cuajada de agudos imponentes, incluyendo un Mi bemol de campanillas en el dúo con Lucia. Este debut como Edgardo no ha podido ser más oportuno y se enmarca en el momento preciso de la evolución vocal de Camarena, quien irá dejando atrás poco a poco las partes más ligeras de su agenda para acometer, sin prisa pero sin pausa, otros roles líricos, como el Fernand de La Favorite que debutó también en el Real, en versión concierto.

Muy solvente labor de Lisette Oropesa en el rol titular. Vocalista impecable, la producción de David Alden parece hecha a la medida de esta soprano estadounidense con raíces cubanas. Lo cierto es que canta con pulcritud extrema -trinos de manual- y fiabilidad máxima, con una regulación del sonido envidiable. Cantante sin dobleces, honesta: da todo lo que tiene, no se esconde, no se arredra. El sobreagudo, en cambio, es fácil aunque pequeño, reducido en color, tamaño y expansión. Actoralmente faltó un punto de locura, precisamente, a su recreación, tan medida y sobria que en ocasiones no terminaba de desbordarse. 

Completaba el reparto el vigoroso Enrico de Artur Rucinski. Robusto, de emisión algo dura en un principio, fue entonándose hasta regalar notables sonidos en la franja aguda y una actuación muy esmerada. Brillante sobre todo su dúo con Lucia, muy bien planteado por Alden en la dirección de actores, como una escena de humillación y acoso sexual. Roberto Tagliavini cantó un Raimondo elegante y de noble resonancia, apenas algo limitado en la franja grave de su partitura. Buena labor de los comprimarios, destacando el impecable Arturo de Yijie Shi, tenor que viene labrándose un hueco en partes más extensas y que bordó aquí su breve intervención.

Toda la propuesta de David Alden, procedente de la English National Opera, se mueve en un plano psicológico y opresivo, convirtiendo el libreto de Lucia en una suerte de thriller de resonancias góticas, como si fuese una sutil película de terror, con un aire gótico y poético al mismo tiempo. El trabajo es refinado y convencional, logrando respetar el original al tiempo que otorga a esta ópera un aire nuevo y más contemporáneo. Todo gira en última instancia en torno a la protagonista, aquí infantilizada al extremo, reducida a un objeto por parte de su hermano y quien acaba siendo una muñeca de trapo en manos de todos conforme avanza la representación. Alden acierta a subrayar también cómo Lucia es sobre todo víctima de sí misma y de su ideal romántico. Hay escenas con importante carga de violencia, también sexual, destacando aquellas en las que Alden busca el metateatro, sugiriendo la difícil gestión de la locura por parte de la burguesía del siglo XIX. La atinada escenografía de Charles Edwards y el inspirado vestuario de Brigitte Reiffensteuel juegan con una estética más propia del terror victoriano, como bien apuntaba mi colega Juan José Freijo en su reseña, redondeando con ello un trabajo interesante, un ejemplo de cómo es posible insuflar aires nuevos al belcanto sin forzar sus costuras. 

Irregular labor de Daniel Oren en el foso, con tiempos más bien lentos y en ocasiones pesados. Hubo detalles de buen gusto en el fraseo y atenciones esmeradas a la orquestación de Donizetti, pero también pasajes excesivamente vigorosos y enérgicos. Brilló más, sin duda, en el acompañamiento a los solistas en las páginas de canto spianato. Se ofreció una versión íntegra de la partitura, sin cortes y con todas las repeticiones. La orquesta titular del teatro ofreció solvencia pero no brilló, singularmente en el caso de los metales, nada refinados.