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La batuta que todo lo puede

Granada. 30/06/18 y 01/07/18. Palacio de Carlos V. Festival de Granada. Obras de Shostakovich, Glinka, Rimski-Korsakov y Prokofiev. Sergey Khachatryan, violín. Orquesta del Teatro Mariinsky. Valery Gergiev, dirección.

Valery Gergiev es una máquina. Una máquina prodigiosa que todo parece poder dirigir. Y sin descanso. Junto a Daniel Barenboim y Plácido Domingo, como bien comentaba en nuestra entrevista de portada del pasado mes de enero, es uno de los artistas de la clásica que prácticamente no conciben pasar siquiera un día alejados del escenario. Volvía al Festival de Granada desde su única visita en los años noventa, con un discurso, como bien nos explicó a un reducido número de medios en su hotel, centrado en la renovación. Del público, del repertorio. Mirando hacia la tradición… y creando al mismo tiempo otras nuevas.

En los programas escogidos, obras que van más allá del abecé que a menudo visitan los festivales de verano. Una panoplia de los mejores sonidos rusos divididos en dos citas que a buen seguro han quedado marcadas como dos de las mejores noches de los últimos años. Ha empezado bien Heras-Casado.

Llamaron la atención los tiempos contenidos de la Primera de Prokofiev en manos de Gergiev, con una morosidad que pudo lastrar un tanto el concepto de “Clásica” que lleva por sobrenombre, pero que sirvió para contrastar de forma soberbia las diferentes intervenciones de instrumentos solistas y volcando las formas hacia la efusividad en expresión y tiempo llegado el Finale, de veras molto vivace.

A continuación vinieron dos obras de Shostakovich con característico arranque y punto de unión en los violonchelos, donde como pudo comprobarse, lo que en Gergiev es óptimo para la acústica del Carlos V, no tiene por qué serlo tanto en la creación de atmósferas, en el cuidado de detalles. En el arranque de la Sinfonía nº12, los chelos fueron efectivamente devorados por unos enérgicos, contundentes violines que recogieron el primer tema de forma un tanto invasiva. Apabullante, desde luego, y aunque con la superposición de planos made in Gergiev se perdieran ciertas fórmulas, ciertas sugestiones, se ganó en el efecto, en el push, en la stamina. No quiero decir que Gergiev no sea capaz de sutilidades ni mucho menos, al contrario, pero él, que como escuchamos es capaz de lo mejor, también en ocasiones parece conformarse con un trabajo, digamos, por capas, como las corrientes marinas. Uno puede ver la costa, con sus olas embravecidas a sus pies, o su sutil y calmado vaivén, pero no ser consciente de la corriente que se crea por debajo. Estupendo, en cualquiera de los casos.

Antes, además, se regaló al público una soberbia lectura del Concierto para violín nº1 de Shostakovich. Como solista, el armenio Sergey Khachatryan, quien se mostró soberbio en toda la obra, especialmente en el trascendental Nocturno inicial y siempre exquisitamente sustentado por el Mariinsky y la batuta de Gergiev. Habiéndole escuchado en otros derroteros, tras una ovación prolongada y cerrada de un público silencioso y respetuoso durante los dos conciertos (oh milagro!), pareciera que el mejor camino para Khachatryan fuesen los tiempos una vez superado el Romanticismo.

En la primera noche, nos elevamos con una Scheherezade construida de forma mágica, de respetuoso trabajo con el buen hacer de Rimski-Korsakov y una vez planteadas las dos oberturas españolas de Glinka, piezas no fáciles en cuanto a su tendencia hacia el efectismo, pero que Gergiev y los atriles del Mariinsky supieron mostrar con elegancia y finura.

Al equilibrio, al mágico balance y la exposición sublime de planos y texturas, aquí sí, se sumaron las atmósferas, los dramas, la literatura tras las notas. Se ha de destacar no sólo la acertada participación de la primera violín, sino también del primer chelo, así como del flautín o los metales. Con una orquesta, la del Mariinsky, desplegada en realidad en cuatro formaciones y casi 400 componentes como el mismo Gergiev nos contaba al día siguiente del concierto, esta buena forma es casi un milagro… o más bien una labor proverbial la de Gergiev. No creo que nadie pudiera salir disgustado de esta noche de altos vuelos pero, en cualquier caso, nadie podrá negarle a Gergiev su trabajo.

Foto: José Albornoz / Festival de Granada