goerne schubertiada marti artalejo 1

El oficiante

Vilabertran. 21/8/2018. Canónica de Santa María. Schubertiada. Obras de Pfitzner, Wagner y Strauss. Matthias Goerne, barítono. Alexander Schmalcz, piano.

Volvía Matthias Goerne a cantar en la Canónica de Vilabertran, y lo hacía en su visita número diecinueve. El bajo-barítono alemán debutó en la Schubertiada en 1994, si tenemos en cuenta que este 2018 se cumple la edición número veintiséis, se puede decir que el insigne cantante es ‘La’ voz de este Festival del lieder por antonomasia de la Península. La cita se repite casi cada año y tanto el público, cual parroquia fiel, como el propio intérprete, parecen tener un vínculo único que se percibe nada más entrar el alemán en la Canónica. Goerne es un artista de personalidad muy marcada, con una capacidad de concentración y de entrega por encima de la media, pues consigue crear un clima muy especial con el público nada más encarar las primeras notas del primer lieder.

Comenzó con ocho lieder del compositor tardo-romántico Hans Pfitzner, lo menos conocido dentro de un repertorio que incluyó los Wesendonck Lieder de Wagner y una selección de cinco lieder de Richard Strauss. Desde un seductor Sehnsucht, lleno de matices, medias voces y colores varios en las estrofas, Goerne demostró que estaba en plena forma. El timbre terso, un color cálido que transmite una hipnótica humanidad que desarma al instante. La tesitura del registro medio y grave carnoso y pulposo, generoso, con un tercio superior suficiente, en el que puntualmente mostró alguna tirantez, pero siempre justificada en una interpretación medida hasta el más mínimo detalle.

Goerne interpreta y comunica con una grado tal de naturalidad, concentración y expresividad, que da la impresión que no se pueda cantar el lied de otra manera. El público, se queda absorto ante el mensaje musical del oficiante, porque en el ambiente de la Canónica, el escenario en el altar y el grado de vehemencia con el que el cantante transmite las notas y el texto de los lieder, transforma la experiencia en una especie de trance musical. La voz de Goerne rebota en la característica reverberación acústica de la Canónica de manera única, casi mágica. Se diría que el barítono sabe amoldarse como un guante a las piedras centenarias, y estas responde a su timbre aterciopelado y a su capacidad de dotar de mil y un matices los textos y las notas.

Con Pfitzner, el viaje comenzó con una mezcla seductora de añoranza, un sentimiento crepuscular insinuado en Wasserfarht y sublime en Es Gläntzt so Schön die sinkende Sonne. Qué uso de los reguladores, de la intención y ¡qué control de fiato!. Convirtió la selección de ocho líder en un miniciclo donde el viaje se precipitó en un sorprendente final con salto de canto mefistofélico y catártico con Stimme der Sehnsucht.

Sin romper en ningún momento el carácter de música infinita que le otorga al Liederabend, Goerne acometió casi sin solución de continuidad los Wesendonck Lieder de Wagner. Escritos para voz de soprano, el barítono demostró elegancia y profundidad emocional en una lectura inolvidable. Dulcísimo en Der Engel, con la nobleza de un Wotan en Stehe still!, con la dignidad emocional de todo un Rey Marke en Im Treibhaus, humanizado y profundo en Schmerzen, para rematar el ciclo en un Träume menos onírico de lo acostumbrado pero lleno de una vaporosidad vocal inaudita. Goerne demostró estar en un estado de madurez y majestad vocal portentoso, identificado con el mundo musical wagneriano de manera íntima y trascendente.

El final del recital, dedicado a Richard Strauss volvió a sorprender por la lectura de un repertorio escrito y pensado para voz de soprano. Goerne consigue hacerse suyo cada uno de los lieder del compositor del Rosenkavalier, con una capacidad alquímica para interpretar los cinco poemas escogidos con luces, colores y matices que parecieran nunca antes escuchados. Traum durch die Dämmerung fue una filigrana vocal de la messa di voce. En Morgen transformó el verso final: Und auf uns sink desel mundo silencioso de la felicidad, en un alarde de convertir el canto en silencio y serenidad. ¿Y qué decir de Ruhe, meine Seele!?, donde se mostró magnético, con una emisión de telúrica fuerza emotiva, dando una coloración infinita a la palabra Sonnenschein, aportando contrastes para acabar con un final que paró literalmente el tiempo. Nunca sonó más a una dulce nana Freundliche Vision, como una letanía religiosa y ancestral…

Acabar el recital con Im Abendrot ya era de por sí una declaración de intenciones. Lástima de lo mecánico en la introducción del piano por parte de un Alexander Schmalcz, de una corrección durante todo el concierto a veces demasiado aséptica, como si la paleta de colores solo fuera dueña de la voz de Goerne. Matthias escanció el último de los Vier Letzte lieder con una delicadeza y un control del arco respiratorio solo apto para un cantante de su virtuosismo. ¿Se puede respirar dos veces en una estrofa y que parezca solo todo solo una gran y solemne frase? Goerne lo consigue para llegar al final más dulce y evanescente: “Ist das etwa der Tod?” “Es esto, quizás, la muerte?”. No se podía aplaudir, no se podía romper el grado de introspección musical conseguida en el recital…

El ambiente recogido, el público ensimismado, el oficiante en silencio…a guantó el instante eterno que solo se consigue en las grandes ocasiones. Miró al público, medio sonrió y entonces sí, la ovación fue in crescendo hasta explotar en un recogido júbilo. No hubo propina, ni se la esperaba, ni fue necesaria. ¡Gracias Matthias!

Foto: Martí Artalejo.