Fidelio Bayerische 2019 vertical

Olímpico 

Múnich. 24/01/2018. Bayerische Staatsoper. Beethoven: Fidelio. Jonas Kaufmann, Anja Kampe, Hanna-Elisabeth Müller, Günther Groissböck, Wolfgang Koch, Tareq Nazmi y otros. Dir. de escena. Calixto Bieito. Dir. musical: Kirill Petrenko.

Casi una década ha transcurrido ya desde que Jonas Kaufmann y Anja Kampe protagonizaran el estreno de esta producción del Fidelio beethoveniano firmada por Calixto Bieito en 2010, entonces con el hoy defenestrado Daniele Gatti en el foso. Una década es tiempo suficiente para valorar la evolución de solistas y producciones. La propuesta de Bieito ha envejecido mejor de lo que yo esperaba. Pude verla ya en el verano de 2011, entonces con Nagano en el foso, y más recientemente en 2016, con Zubin Mehta al frente. Ignoro si por efecto de la dirección musical de Petrenko, pero confieso que en esta ocasión conecté como nunca antes con la visión de Bieito, reluctante a toda feliz redondez romántica, poniendo al descubierto el acerado y punzante trasunto de este libreto. Sin ser un trabajo memorable, la producción de Bieito tiene un apropiado aire de thriller psicológico que justifica su reposición. 

Por lo que hace a Jonas Kaufmann, el tenor bávaro ha confirmado esta temporada su regreso en plenitud a los escenarios. Lo hizo ya con un fantástico Otello hace un par de meses, también entonces bajo la batuta de Kirill Petrenko, y lo cierto es que este Florestan es el mejor que le he escuchado en la década que vengo siguiéndole por los escenarios. Superior, sin duda, a anteriores encarnaciones del papel aquí mismo en Múnich o hace algunos veranos en Salzburgo, sin ir más lejos. La voz de Kaufmann ha perdido algo de su flexibilidad original pero ha ganado en cambio caudal, sonando ahora más ancha y contundente. Sigue resolviendo la intrincada tesitura de este breve papel con insultante facilidad y no renuncia a su "marca de la casa", con ese crescendo epatante en "Gott!", nada más abrise su escena en solitario. 

Por su ímpetu y su entrega, amén de su caudal genuino -no siempre bien domeñado, todo hay que decirlo- la soprano Anja Kampe se ha hecho un lugar propio en el repertorio alemán, aunque no se arredra con otras latitudes (pronto encarnará a Minnie en una nueva producción de La fanciulla del West en Múnich, precisamente). Su Leonore es auténtica aunque quizá carezca del lirismo trascendente que voces más líricas han alcanzado en esta parte, pero compone en escena un papel creíble, muy acorde con la propuesta de Bieito y antojándose una réplica excelente para el Florestan de Kaufmann.

El resto del elenco fue excelente, como suele ser el caso en estas imponentes reposiciones de la Bayerische Staatsoper. Todo un lujo Wolfgang Koch en la parte Don Pizarro, si bien con un timbre algo más gastado y una emisión algo más cansada que otrora. Imponente asimismo el bajo Günther Groissböck, con una voz en plenitud, un instrumento que ha ganado enteros en proyección y redondez. Impecable la Marzelline de Hanna-Elisabeth Müller, de aliento lírico y pleno compromiso escénico. Algo menos desenvuelto, aunque no menos eficaz, el Jaquino de Dean Power. Y todo un acierto contar con Tareq Nazmi, un cantante forjado en la casa, espléndido en su breve intervención como Don Fernando.

Cada vez que Kirill Petrenko regresa al foso de Múnich es un acontecimiento. Juraría que estas funciones han supuesto su primera aproximación a la partitura de Fidelio. Y pareciera que lleváse toda su vida estudiando la partitura, a tenor del amplio plantel de detalles que despliega. En primer lugar hay que elogiar, incluso loar, su manera de trabajar con las voces. Pocos directores las arropan de tal manera, confiriéndo tal confianza a los intérpretes y sin demérito de la partitura. Hay directores que parecen no encontrar alternativa entre dar el protagonismo al foso o a los solistas. Petrenko en cambio logra que ambos suenen en un mismo plano, perfectamente engarzados, confiados los solistas y transparente la orquestación, desvelando su alma camerística. Me atrevo a decir, de hecho, que Jonas Kaufmann no canta con tal desahogo con ninguna otra batuta como con Petrenko.
 
Por lo que hace su versión de esta partitura, y como ya sucediera hace unos meses con la Septima sinfonía junto a los Berliner, Petrenko atenúa por lo general la inercia melódica de las cuerdas, no dejándose llevar por su aliento y privilegiando en cambio el hermoso trenzado de las maderas, prodigiosamente orquestadas por Beethoven. El resultado es una lectura colorista, intensa, con una tensión teatral extraordinaria, en la que se alternan verdaderos oasis de lirismo, en los que todo parece detenerse. De alguna manera Petrenko conjuga la trascendencia de Abbado, el vigor de Furtwaengler y la claridad de Harnoncourt. Algo bárbaro e inaudito, como si no hubiera límites para Petrenko, verdaderamente olímpico al frente de su superlativa orquesta.