Gergiev Mariinsky Baluarte19 Inaki Zaldua 

En el año de Berlioz

Pamplona/Iruñea. 16/03/2019. Auditorio Baluarte. La damnation de Faust, de Hector Berlioz. Alexander Mikhailov (Faust), Mikhail Petrenko (Mefistófeles), Yulia Matochkina (Margarita), Oleg Sychov (Brander), Orfeón Pamplonés, Orquesta del Teatro Mariinsky, de San Petersburgo. Dirección musical: Valery Gergiev. 

En el año en que se está conmemorando el 150º aniversario del fallecimiento de Hector Berlioz el Auditorio Baluarte ha tenido a bien recordar al compositor francés con una de sus obras principales, La damnation de Faust (La condenación de Fausto) aprovechando la gira de Valeri Gergiev y su orquesta así como la buen relación existente entre el director ruso y el Orfeón Pamplonés. De esta buena relación estamos saliendo beneficiados los melómanos navarros y adyacentes que ya pudimos disfrutar de sus versiones de la Sinfonía n.º 2, de Gustav Mahler en concierto celebrado en enero de 2017 o la cantata Alexander Nevsky, de Prokofiev más la Sinfonía n.º 5, del mismo Mahler en el concierto del año pasado.

La obra de Berlioz elegida, definida por el mismo compositor como “leyenda dramática”, fue concebida para ser interpretada en forma de concierto como si de una sinfonía coral se tratase; sin embargo no ha dejado de proponerse en diferentes escenarios la puesta en escena de la obra aprovechando el carácter dramático de la misma aunque tal carácter no deje de ser “peculiar”. Y es que La damnation de Faust recorre en sus dos horas largas distintas escenas de la obra de Goethe de forma escasamente entrelazada y plantea algunos cambios con respecto a la obra original siendo la más importante el hecho de que Fausto entregue su alma a cambio de la de Margarita.

Valeri Gergiev y la Orquesta del Mariinsky han traído la obra en su planteamiento original, es decir, ofrecida en versión de concierto, desarrollando el mismo en dos partes, planteándose el descanso en el momento previo a la aparición en escena de Margarita. El balance del concierto ha de ser positivo aunque convenga decir desde el principio que faltó un punto de magia para desbordar el entusiasmo.

El papel protagonista fue asumido por Alexander Mikhailov, un tenor lírico que canta papeles como el Duque de Mantua o el Edgardo donizettiano y que se enfrentó al papel de Fausto con voz de color bello pero sin poder evitar ciertas dificultades para expandirla por el auditorio; la voz se “quedaba” en el escenario, estrangulada las más de las veces, evitándonos con ello el poder disfrutar de un Fausto más voluminoso. Hubo frases de interés pero la voz encontró demasiados problemas para ocupar la sala además de ofrecer una franja aguda algo debilitada. 

Mikhail Petrenko, cantante indisolublemente unido a Valeri Gergiev y que era bajo hace unos años (presencié su Rey Enrique en un antiguo Lohengrin de la ABAO) ahora se autodefine como bajo-barítono y bien haría en quitarle la primera parte de su definición. De voz algo gastada, Mikhail Petrenko tiene, eso sí, categoría y experiencia suficientes para darle forma teatral al Mefistófeles aunque le falta empaque y gravedad vocales para transmitir la versión más trágica del personaje. Su Mefistófeles es más sardónico que perverso. 

La voz más interesante de la noche, voluminosa y de bello color fue la de la mezzosoprano Yulia Matochkina. Desde su primera intervención la mezzo enseñó una voz de cuerpo, sonora y supuso un cierto alivio frente a la debilidad vocal de alguno de su compañero. Lo mismo ocurrió con la voz, realmente de bajo, de Oleg Sychov en un Brander de categoría, con un timbre oscuro que hubiera sido bonito encontrarlo en la de su compañero Petrenko.

Notable el Orfeón Pamplonés, con ciertos titubeos en algunas entradas (¿tendrá algo que ver en ello el peculiar gesto del director?) pero conviene señalar la bella voz que enseñaron los hombres en la escena de la entrada en los infiernos, más efectiva y dramática que las de ellas en la escena celestial. De todas formas, el Orfeón Pamplonés está en forma y seguro que colaboraciones de este tipo estarán sirviendo para asentar lo que parece una línea de trabajo seria.

Valeri Gergiev es todo un espectáculo. Verle dirigir, con ese gesto tan característico, tan implicado sirve para aprender algo más acerca de la labor de un director; la Orquesta a sus órdenes enseñó una cuerda de sonido grande, acertados vientos y metales de contundencia que habían de responder a las agitadas órdenes de su director.

Un concierto más que interesante; quizás uno espera más aun de uno de los grandes de la dirección mundial de la actualidad pero los aficionados podemos sentirnos afortunados de la rutina que se va imponiendo, pudiendo disfrutar una vez al año del trabajo en común entre San Petersburgo y Pamplona.

El público respondió con una ocupación del 80-85% del auditorio -con importante aportación de Bilbao, con autobús incluido, organizado por la Sociedad Filarmónica- y con unos aplausos intensos pero sin excesivo fervor. Es de esperar que la relación continúe en un futuro pues sigue siendo un lujo disponer de Gergiev en la capital navarra.