Trevino Euskadi Mahler9 Baluarte

Afirmación 

Pamplona. 07/05/2019. Baluarte. Mahler: Sinfonía no. 9. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Dir. musical: Robert Treviño.

Algo serio se está fraguando en la Sinfónica de Euskadi desde que Robert Treviño (Fort Worth, Texas, 1983) es su maestro titular. El joven director norteamericano lleva dos años ya al frente del principal conjunto sinfónico vasco, con la clara ambición de situar a la orquesta en el mapa europeo (no en vano visitaron recientemente Austria y Alemania y harán lo propio en París la próxima temporada). Sin ruido pero con firmeza, Treviño ha impuesto un ritmo de trabajo exigente y los resultados comienzan a ser palpables. La Novena de Mahler que han paseado estos días por San Sebastián, Bilbao, Vitoria y Pamplona es un excelente ejemplo de su buen hacer y una confirmación palmaria de su proyección, confirmado ya Treviño al frente al menos hasta 2022.

La Novena de Mahler a menudo se confunde con una suerte de último lamento. Por descontado que su composición estuvo marcada por un aliento de despedida, por los avatares biográficos de su autor en aquellos años -la muerte de su hija, su dolencia cardiaca, la campaña contra él en Viena...-, pero en realidad la obra es una mayúscula afirmación, un sí rotundo a la vida en sus contradicciones y en sus instantes más agridulces. La Novena, pues, no es una sinfonía mortuoria sino extrañamente vitalista. Y como si quisieran hacer suya esa afirmación, Treviño y sus músicos se impusieron con enorme solvencia técnica, ambiciosa claridad musical y una complicidad evidente entre sus atriles.

Robert Treviño es un maestro bien familizarizado con la obra de Mahler, de cuyas sinfonías va camino de interpretar la integral desde su llegada a la Sinfónica de Euskadi. Las virtudes de su enfoque fueron muchas. Así por ejemplo, a pesar de un inicio algo tenue, logró imprimir al Andante una sugerente progresión, como si la partitura estuviera poseida por una inexorable aunque pausda inercia interior. Treviño acertó también al subrayar el irónico y trágico ritmo de Ländler que atraviesa todo el segundo movimiento, expuesto aquí al modo de una ensoñación, juguetona y cómplice, como si un feliz pasado fuera el único y último consuelo. Y sobrecogió el aliento contenido con el que la orquesta y su maestro alcanzaron el tramo final de la obra, las sucesivas oleadas de ese descorazonador Adagio, hasta extinguirse la última nota en un silencio que logró sostenerse durante varios segundos, de genuina conexión entre el público y la música. Belleza, tristeza, vida. Mahler, en fin.

La Sinfónica de Euskadi ofreció en todo momento un sonido muy compacto, de ejecución decidida y firme, con apenas un par de menores inexactitudes. Treviño comandó el concierto con un gesto claro y pulso bien medido, logrando un perfecto equilibrio entre lo enérgico y lo poético. Es forzoso destacar aquí las brillantes intervenciones de la concertino Birgit Kolar.