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Maître chanteur

Peralada. 20/07/2019. Iglesia del Carmen. Festival Castell de Peralada. Obras de Liszt, Schumann, Schubert, Berlioz, Mozart, Tchaikovsky, Verdi y Giordano. Maria Prinz, piano. Ludovic Tézier, barítono. 

Durante la última década el barítono francés Ludovic Tézier ha confirmado su valía como una de las voces más importantes de su cuerda, quizá la más relevante de su generación junto a la del malagueño Carlos Álvarez. No en vano Tézier lleva ya unos cuantos años sumando papeles cada vez más dramáticos a su repertorio, como hiciera la pasada temporada con Simon Boccanegra de Verdi, pero sin perder nunca de vista los origenes más líricos de su carrera. Lo cierto es que su voz suena hoy pletórica, tan segura como flexible, domeñada con una técnica natural, sin efectismo, donde no tienen apenas cabida los sonidos forzados o tirantes. El presente recital en la Iglesia del Carmen de Peralada fue de algún modo la confirmación del extraordinario momento de forma que atraviesa Tézier, quien sonó como los más grandes de antaño. ‘Parece Cappuccilli’, se escuchaba murmurar entre el público. Y no fue para menos.

Habrá quien vea poco interés en un programa que amalgamaba algunos lieder en la primera parte con varias arias de ópera en la segunda mitad. En este caso creo que fue un buen muestrario, todo un catálogo de las virtudes de Tézier, quien se mostró preciso y sensible con el texto en las piezas de lied, para abundar después en una mayor teatralidad con los fragmentos de ópera. En ningún caso es Tézier un artista dado a grandes ademanes y gestos grandilocuentes. Hay algo de estoica contención en su canto que ennoblece su línea vocal y agranda paradójicamente su expresividad. 

La velada comenzó con una cuidada y medida selección de piezas de Liszt (S´il est charmant gazon, Comment disaient t´ils, Oh! quand je dors), Schumann (Mondnacht, Hör ich das Liedchen klingen). Tézier exhibió aquí un plácido dominio de la palabra, siempre con una magistral respiración, enfatizando el texto con la medida justa, caldeando la voz conforme avanzaban las piezas. Y llegó Schubert y con él comenzó la magía. An die Musik y Ständchen. Lirismo y belleza, la forma y el fondo exaltados al unísono. Tézier se reveló aquí como un liederista consumado, por mucho que esta faceta no haya sido la más pródiga en su ya larga trayectoria profesional. Conmovedora su media voz en la célebre serenata con texto Ludwig Rellstab (Ständchen) y verdaderamente elegíaca la previa exaltación del arte y la belleza, de un lirismo emocionante ("Du holde Kunst..."). 

Cerró esta primera mitad una partitura de Héctor Berlioz, en el año del 150 aniversario de su muerte: "L´île inconnue", la última y más extensa de las seis canciones que conforman Les nuits d´été, Op. 7. Sonó ejemplar aquí Tézier en su manejo de la singular prosodia del compositor francés, con ese estilo declamatorio tan suyo, cuajado de ascensos comprometidos por el tercio más agudo de la partitural, resueltos con iguales firmeza y naturalidad.

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Tras esta expresiva y honda presentación, la segunda mitad del recital deparaba un buen muestrario del repertorio lírico de Tézier, desde Mozart a Verdi pasando por Tchaikovsky o Giordano. Tézier ha sido y sigue siendo un fabuloso Don Giovanni, como quedó patente con una ejemplar recreación de la serenata "Deh, vieni alla finestra", donde el lirismo trasluce la carnal apetencia del licencioso noble sevillano. Dos canciones del mismo compositor, cuyo catálogo de lieder es a menudo poco ponderado, sirvieron de aperitivo: Abendempfindung an Laura, KV 523 y Komm, liebe Zither, komm KV 351.

Confieso sentir debilidad por el papel de Yeletsky en La dama de picas, y más aun por su gran aria en manos de la tersa y noble voz de Ludovic Tézier. Fue muy emocionante escucharle cantar esta pieza en vivo, en un lugar tan recogido como la Iglesia del Carmen de Peralada, en una intimidad extraordinaria. Tézier logró llegarnos muy dentro con este Tchaikovsky; las lágrimas asomaban, era inevitable ante semejante interpretación. Pero quedaba quizá lo más imponente de toda la velada: la gran escena final de Posa en el Don Carlo de Verdi, con sus dos arias consecutivas. Monumental es lo mejor que puede decirse de la lectura que brindó Tézier. De esas ocasiones en las que las palabras se quedan cortas, a riesgo de caer en hipérbole. La rotundidad vocal fue apabullante. Qué manera de frasear y qué control de la respiración uniendo varias frases como hiciera el mítico y ya citado Cappuccilli. Y qué contundencia en el agudo, amplio y bien timbrado. Un momento memorable, quizá la mejor foto fija posible del actual instante de excelencia y madurez que atraviesa Tézier, tanto en términos puramente vocales como en términos interpretativos.

La epatante aria de Carlo Gérard en Andrea Chénier, el célebre "Nemico della patria" sirvió de broche a una velada extraordinaria, con un Tézier sobrado de medios, medido e inteligente en lo interpretativo e impecable en sus formas, tan elegante como amable en su breve contacto con el público. Dos imponentes propinas (la canción de la estrella de Wolfram en TannhäuserZueignung de Richard Strauss) bastaron para confirmar que Tézier reina hoy en la cima de los barítonos. El acompañamiento al piano de Maria Prinz fue en todo momento exquisito: delicado, seguro, aportando complicidad en los fragmentos de lied y obrando desde un eficaz segundo plano en las páginas de ópera. 

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