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Querer y no poder

Pamplona/Iruñea. 14/04/16. Auditorio Baluarte. Nabucco, de Giuseppe Verdi. Damiano Salerno (Nabucco), Maribel Ortega (Abigaille), Ernesto Morillo (Zaccaría), María Luísa Corbacho (Fenena), Enrique Ferrer (Ismaele), Miguel Ángel Zapater (Gran sacerdote), Jorge rodríguez-Norton (Abdallo), Sara Rossini (Anna). Orfeón Pamplonés y Orquesta Sinfónica de Navarra. Dirección de escena: Emilio Sagi. Dirección musical: Gianluca Marcianó. 

Pamplona vive, en esto de la ópera, tiempos convulsos. Por un lado, la demasiadas veces repetida falta de coordinación entre las distintas estructuras organizativas navarras de ópera –a saber, al menos, la Asociación Gayarre de Amigos de la Ópera, la Fundación Baluarte y la Ópera de Cámara de Navarra- hace que se mantenga la falta de coordinación y de lógica en la programación. Por otra la sacudida de la crisis en forma de sustancial recorte a la primera de ellas haciendo peligrar su futuro, es obstáculo importante ahora que parece que las voces exigentes de coordinación y  racionalidad parecen asomar.

Todo esto viene a colación de la necesidad de aunar esfuerzos ante retos como el que supone el poner en escena una ópera como Nabucco, que requiere en el aspecto canoro de cuatro pilares sustanciales: una soprano dramática de agilidad como las que –casi- no hay; un barítono de color verdiano, intenso y con poderío vocal; un bajo profundo de agudos notables y voz que desprenda autoridad y un coro que afronte una partitura tan compleja como exigente, lo mismo en calidad que en cantidad.

De no ser así, puede pasar lo que paso en el estreno de este título, en el auditorio Baluarte: que ante las mejores intenciones el resultado sea escaso. Y eso que, en este caso, el auditorio presentaba una entrada que quizás superaba el 90% del aforo, lo que visto precedentes no deja de ser una buena noticia. 

Apuntados los cuatro pilares canoros, es obvio que la batuta y la orquesta son también de importancia, además de los dos papeles medianos (mezzosoprano y tenor) y secundarios. Pues bien, de estas bases solo estuvieron a la altura de lo exigible la soprano andaluza Maribel Ortega, que pudo solventar con suficiencia el endiablado personaje de Abigaille y el barítono italiano Damiano Salerno, que asumió el rol protagonista con una voz liviana pero entendiendo el canto verdiano y tratando de dotar al personaje, en sus distintos momentos emocionales, de la caracterización necesaria.

Sin embargo, el venezolano Ernesto Morillo naufragó en su Zaccaría, con especial dolor en su primera aparición (Sperate, oh figli!) donde se vio superado por partitura y coro. Tiene las notas pero su voz es demasiado blanquecina y además acuso un tremolo evidente hasta calentar. Salvó la plegaria con dignidad pero en la segunda parte de la ópera volvió a naufragar hasta hacer de su última frase algo inaudible. Una lástima.

Maria Luisa Corbacho hizo una Fenena solvente aunque, eso sí, pareció vestirla su mayor enemigo y, desde el cariño y el respeto, intuyo que su físico le puede condicionar su carrera en exceso; por otro lado, la voz, quizás quepa decir, la emisión de Enrique Ferrer me parece improcedente para papeles como Ismaele, por sencillos que parezcan. Aceptable Jorge Rodríguez-Norton como Abdallo mientras que la voz y el personaje de Miguel Angel Zapater apenas llegó a mi butaca. Incomprensible la contratación de una italiana para el papel de Anna. ¿No hay nadie en casa que pueda cantar este papel?

Otro de los debes, la dirección de Gianluca Marcianó. Ya en la obertura fue evidente la falta de tensión dramática; pareciera que estábamos leyendo la partitura, sin poner alma. No se trata de “hacer ruido”, tentación siempre presente en el primer Verdi pero en esta ópera, de emociones tangibles cabe exigir más dinamismo, lo que no consiguió el director de una Orquesta Sinfónica de Navarra que estaba “como ausente”. El mismo Va pensiero pasó con más pena que gloria, a pesar de las buenas prestaciones y disposición del Orfeón Pamplonés y del público.

La propuesta escénica de Emilio Sagi, se basaba en el color rojo y en la presencia de un elemento escénico a modo de proscenio de teatro y sostenido por cuerdas (rojas, por supuesto) y que delimitaba tanto el espacio de la cárcel de Nabucco como el que han de superar los hebreos en su huída cabe definir tanto de funcional como de poco interesante. 

El público pareció disfrutar aunque me llamó poderosamente la atención el hecho de que durante el descanso y durante la segunda parte (actos III y IV) algunos espectadores abandonaran la sala. Creo que abusar del Va pensiero como reclamo de una ópera hace que algunos no sepan lo que al final van a encontrar. Y es que Nabucco es mucho más que esa página.