WinterreiseKentridge Foto PatrickBerger 

Winterreise y Lachrimae

Barcelona. 14/4/16. Palau 100 Grans Veus. Palau de la Música Catalana. Schubert: Winterreise. Matthias Goerne, barítono. Markus Hinterhäuser, piano. William Kentridge, concepto y vídeo.

El pasado jueves llegó a Barcelona la colaboración entre el barítono Matthias Goerne, el pianista Markus Hinterhäuser y el artista William Kentridge: un Winterreise ilustrado con una videoproyección que acompañaba cada una de las veinte y cuatro canciones. Cuando salíamos de la sala un amigo me preguntó si me habían gustado las proyecciones de Kentridge. Mi respuesta, "no sabría decirte", provocó la sonrisa de otro espectador, no sé si por mi indefinición o porque él también estaba dándole vueltas. Tras la necesaria reflexión ya puedo explicarme mejor. ¿Necesita Winterreise un añadido? Definitivamente, no. ¿Aporta algo la proyección? Sí, claro, aporta la visión del artista. ¿Aporta algo a los espectadores esta visión del artista? Depende. Depende de la visión del artista y de cómo reciba cada espectador la música.

Markus Hinterhäuser, director de la Wiener Festwoche, encargó a Kentridge, un artista que ha integrado a menudo vídeo y música y ha dirigido la escena de varias óperas, que pusiera imágenes a la obra de Schubert; el proyecto se estrenó en Viena en junio de 2014 y unas semanas más tarde se pudo ver en el festival de Aix en Provence. Desconozco si esta proyecto de Hinterhäuser tiene que ver con la necesidad de introducir nuevos formatos para revitalizar los recitales de lied, como se viene debatiendo desde hace un tiempo, pero si va en esa línea lo hace de una manera realmente sofisticada.

Winterreise es una obra compleja, sugerente, muy rica en imágenes, sentimientos y matices. Cada oyente, en cada audición, enriquece sus imágenes, y eso es lo que presenta Kentridge: sus impresiones (y aquí vale la pena indicar que el artista creció en Johannesburgo). Vemos un árbol pero no es un tilo; un pájaro, pero no es una corneja. No vemos nieve o hielo. Vemos lágrimas y como un viento furioso arremolina trocitos de papel que dibujan y desdibujan el retrato de una mujer. Vemos también una tomografía cerebral, e imágenes de la vida cotidiana como una taza de café o una pecera. Quizás los ecos de la vida que ha dejado atrás el caminante. Quizás no. Los dibujos son en blanco y negro, ocasionalmente hay un toque de color; el trazo es duro, los movimientos son rápidos y los vídeos se proyectan sobre un muro recubierto de hojas impresas. No es una composición sobria, al contrario.

Hemos empezado hablando de la imagen pero lo más importante era la inmensa música de Schubert; cantante y pianista también debían crear sus imágenes y nosotros, los espectadores, las nuestras. Goerne y Hinterhäuser hicieron una versión donde por encima de todo hubo melancolía, con algún golpe de rabia aquí y allá; una dulce tristeza que acabó volviéndose resignación e indiferencia. Desde el punto de vista musical, lo que más llamó la atención fue la elección por parte de los intérpretes de unos tiempos muy lentos. Sorprendente, por ejemplo, Erstarrung, una canción teóricamente bastante rápida donde la frenética búsqueda del caminante viró hacia el abatimiento. Más sorprendente aún fueron las variaciones de tiempo dentro de una misma canción, como en Auf dem Flusse. Esta extremada lentitud fue en contra del acompañamiento, que necesariamente perdió fuerza y ​​expresividad; Hinterhäuser ya hizo suficiente con seguir a su compañero en este recorrido atípico. Goerne, al contrario, sacó buen provecho de esta lentitud. No descubriremos ahora sus medias voces, la riqueza de sus colores ni tampoco su fiato, que puso a prueba (hay que decir que no siempre con éxito). Matizó a placer y dejó frases para el recuerdo: en Auf dem Flusse, un ensimismado, apenas murmurando "Mein Herz, in diesem Bache erkennst du nun dein Bild"; en Im Dorfe, un revelador "Ich bin zu Ende mit allen Träumen"; en Die Nebensonnen, un definitivo "Im Dunkeln wird mir wohler sein". Goerne no nos hizo sufrir con su Winterreise como lo había hecho en otras ocasiones; con su melancolía y su lentitud, recordaba la tristeza eterna de las Lágrimas de John Dowland.

Y qué pasaba cuando se juntaban la interpretación de William Kentridge con la de Matthias Goerne y Markus Hinterhäuser? Porque, en definitiva, se trataba de eso. En mi opinión, el punto débil de este Winterreise fue la integración o, mejor dicho, la falta de integración del, digamos, expresionismo de los vídeos con la, digamos también, miniatura que nos ofrecían los músicos; de la angustia que transmitían a veces esas imágenes con la tristeza resignada de la música. Pocas veces se encontraron las dos vertientes y es una lástima porque cuando lo hicieron el resultado fue estimulante. En Der Leiermann, por ejemplo, donde un largo desfile de siluetas, personas alegres en un día festivo, pasaban de largo, indiferentes al viejo y su música.

Algunas personas me comentaban después del concierto que era una lástima no haber dispuesto de los textos para seguir las canciones, porque se habían perdido muchas cosas. En realidad sí estaban disponibles; en el programa de mano se indicaba que la producción no permitía tener luz en la sala pero que los textos y las traducciones estaban en la página web del Palau. ¿Qué hubiera hecho Goerne, que interrumpió y reinició Der Lindenbaum cuando sonó un móvil, si más espectadores hubieran seguido las instrucciones del programa, como hizo mi vecino de localidad, y la platea se hubiera llenado de pantallas iluminadas?