Pires 

El arte del sonido

Santander. 26/08/2019. Festival de Santander. Maria João Pires, piano. Obras de Beethoven y Schumann.

Pocos pianistas logran crear un sonido propio y reconocible, tanto que apenas baste un puñado de notas para reconocerles al teclado. Es el caso, sin duda, de la portuguesa Maria João Pires (Lisboa, 1944), un portento de sensibilidad y una exquisita exhibición de técnica. A pesar de haber anunciado su retirada ya en varias ocasiones, lo cierto es que Pires sigue en activo, a su manera, con un ritmo pausado, seguramente paladeando el camino hacia su definitivo adiós a los escenarios, que nadie sabe en realidad cuándo llegará -ni falta que hace, me atrevo a decir-. Sea como fuere, lo cierto es que Pires visitó el Festival de Santander en el marco de una supuesta gira internacional de despedida.  

Y lo hizo con un programa tan clásico como exigente, cuajado de piezas emblemáticas ante las que no cabe esconderse. El recital se abrió con la Patética de Beethoven, una sonata -la no. 8 en do menor, Op. 1- que se encuentra sin duda entre lo más granado de cuanto salió de manos del genio de Bonn en sus años más tempranos. Sorprendieron la frescura y la ambición con la que Pires abordó la obra, poniendo al descubierto la ambición y riqueza de su escritura, como si hubiera un hilo conductor que la emparentase indefectiblemente con la obra que iba a cerrar el recital, la Sonata no. 32, Op. 111.

Cerrando la primera mitad del programa, dos piezas de Schumann, bien conocidas: Arabesque Op. 18 y Kinderszenen Op. 15, ambas -aunque sobre todo la primera- emparentadas de un modo u otro con la figura de Clara Wieck. Pires logró aquí crear una intimidad fuera de lo común, como si estuviese tocando el piano únicamente para cada uno de los oyentes en la sala. Extraordinaria capacidad la suya para moverse por ese difícil arte de interiorizar para exteriorizar. Y es que Pires se encarna en un verdadero vínculo, en una suerte de cordón umbilical entre la partitura y el espectador. Su Schumann tuvo una sutil naturalidad y sonó etereo, delicado, cómodo.

Hacer música consiste básicamente en comunicar. Esto es, ir mucho más allá de la mera exhibición técnica. Los grandes músicos lo son, así, por su facultad insólita para hacernos llegar con nitidez un mensaje complejo, encriptado en un amasijo de notas. Pires posee ese don y lo dejó claro con la Sonata no. 32 de Beethoven, la última del compositor y de algún modo el culmen de esta forma musical, su ápice. La pianista lisboeta nos hizo escuchar aquí a un Beethoven de vanguardia, premonitorio, como si de algún modo intuyera ya unas músicas -como el jazz o el swing- que tardarían un siglo aun en irrumpir. Denominado Arietta, el segundo movimiento de esta sonata es una serie de seis variaciones sobre un mismo tema, en el inusual compas de 9/16, cuyos cambios de ritmo y armonía tuvieron una preclar traducción en manos de Pires.