Kazushi Ono may zircus

 

Inauguraciones e interrogantes

Barcelona. 28/9/2019. Auditori. Cruixent: Human Brother para soprano y orquesta. Brahms: Un réquiem alemán. Ilona Krzywicka, soprano. Dietrich Henschel, barítono. Orfeó Català. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Kazushi Ono, dirección de orquesta.

No siempre se tiene la ocasión de disfrutar de un estreno mundial en el concierto inaugural de la OBC, que además ocupó toda la primera parte y fue bien recibido en la sala grande del Auditori que presentaba una entrada magnífica. Siempre se trata de una buena noticia, aunque sea algo que quizás nunca entenderán los gestores y responsables en un entorno musical miope y acomplejado como el nuestro. 

La obra encargo, esta inclasificable Human Brother (2019) de Ferran Cruixent, cuya música sinfónica ha tardado en escucharse aquí, y sólo lo ha logrado tras recibir reconocimiento fuera. Formado en Barcelona y Munich, una de las temáticas constantes en el catálogo de Cruixent es la reflexión sobre el humanismo y el poshumanismo a la luz de nuestra relación con la tecnología y el lenguaje digital, con especial atención a la antropología cyborg. Entendiendo el cyborg en el sentido que le dio desde los estudios culturales Donna Haraway en plena efervescencia posmoderna –como híbrido de organismo biológico y artificio tecnológico– Cruixent lo traslada a la música aventurándose a acuñar el concepto de cyber singing o “cibercanto” desde su obra para orquesta sinfónica Cyborg (2010) y explorada también en Virtual (2011) Solaria (2015) y Binary (2015). Esto es, convertir la orquesta sinfónica en un híbrido donde tenga lugar la interacción, en la misma interpretación, entre la dimensión artesanal-acústica de los instrumentos y el sonido de un dispositivo (el teléfono móvil de los propios músicos). 

El compositor participa de cierto entusiasmo –y esperanza incluso– por la cultura tecnológica, pero también por las aportaciones de la física moderna. Se podrá discutir la mayor o menor hondura estética de la propuesta, pero todo ello se refleja, bajo un punto de vista estrictamente técnico y musical, en algo más interesante: la exploración tímbrica del dispositivo orquestal y la inclusión de elementos sonoros electrónicos administrados con inteligencia, que fueron tratados por Kazushi Ono con detallismo y por la orquesta con exactitud (mención especial a la precisión de trombón y percusión, tratados en ocasiones un mismo bloque sonoro). En suma, y como sucede en otras piezas de su catálogo, una exuberante orquestación se pone al servicio de un discurso de proyección plástica. En una primera audición de Human Brother, identificamos un largo comentario musical al texto, mediante un lenguaje arraigado en la tradición sinfónica donde tiene una importante presencia expresiva la cuerda, que se mostró siempre dúctil a la batuta. El monólogo de la figura mesiánica de una inteligencia artificial que viene a señalarnos (y preguntar acerca de la muerte del humanismo) recae en la soprano, que presenta tantos desafíos vocales como dramáticos. En ambos aspectos fue impecable la soprano polaca Ilona Krzywicka, dotada de un tercio superior poderoso y un trabajo de gran implicación con el sentido del texto, que finalmente adquiere en la obra mucho más peso que la propia música. 

No tan afortunado fue Ein deutsches Requiem sin accidentes pero carente de profundidad expresiva, ya desde los primeros compases leídos con una premura y superficialidad que preludiaba lo que seguiría. La partitura de Brahms requiere tanta sutileza como capacidad de administración de lo íntimo y lo exaltado, en los contados momentos que esto aparece. Porque por encima de todo “esto no es un Requiem”, podríamos decir tomando prestada la imagen de Magritte, sino una reflexión sobre la vida y la muerte a la luz de los textos luteranos, servida en forma de representación dramática cuando se acerca al oratorio. Un monumento sinfónico y coral nada fácil de abordar que no renuncia a la trascendencia pero lo hace mirando hacia este lado, hacia los claroscuros de la vida, brotando de una música que debe ser elocuente en lo pequeño y deshaciendo toda mediación litúrgica. En primer lugar los solistas tuvieron una actuación desigual. Aunque no respetara las dinámicas extremadas que Brahms escribe en la partitura –quizás en pugna con los decibelios orquestales– la voz de Krzywicka sonó timbrada y con brillo en un soberbio quinto número (Ihr habt nun Traurigkeit). Culminó su intervención Dietrich Henschel en el sexto número sin mejorar su prestación hasta entonces, engolado, engullido por la orquesta en el tercio grave y visiblemente forzado en el registro agudo. 

Sin poesía en una batuta que atendió más a la letra que al espíritu, se bordeó el tedio y las carencias en la capacidad de distinguir planos sonoros redundó en ausencia de claridad. Tampoco esta se logró en la distinción de voces, crucial en el tejido contrapuntístico, con especial gravedad en un descuidado y algo atropellado final del segundo número (Denn alles Fleisch, es ist wie Gras). Si a ello sumamos la aspereza, las temidas estridencias y una cuerda de sonido delgado, el resultado no logró nunca rozar el corazón poético y espiritual que late en la partitura. El coro del Orfeó Català tuvo momentos afortunados en el control de la gradación dinámica y el ensamblaje con la orquesta –si obviamos las dudas en los pasajes fugados–, aunque con sopranos carentes de proyección y forzado en varias ocasiones mostró margen de mejora. 

Comenzaba celebrando el estreno de una obra en el concierto inaugural. Se trata sin embargo de un trámite, porque así es como esta institución viene enfocando la creación nacional desde hace años. Sin ir más lejos, uno ya no lee la palabra compositor en residencia sino compositor invitado (hay que reconocer que los han desahuciado con elegancia). En este caso han sido dos –Ramon Humet y Pablo Carrascosa– cuya obra no veremos en los atriles de la orquesta hasta mayo (!). Del valioso patrimonio catalán del siglo pasado –y esa ausencia de Gerhard que clama al cielo– mejor no hablemos. En resumen, en este aspecto parece cada vez más evidente la falta de una dirección artística clara, más allá de bandazos. 

Por cierto, el concierto inaugural genera siempre una expectativa y convoca una presencia de colegas que se diluye con el tiempo. ¿Por qué sucede y de quién es responsabilidad? En nuestra ciudad está cada vez peor visto hacerse preguntas, es casi peor que eructar en público, pero les aseguro que es una costumbre muy sana.