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En el buen camino 

Barcelona. 24/11/2019. Palau de la Música. Obras de Chaikovsky y Holst. Orquestra Simfònica Camera Musicae. Gautier Capuçon, violonchelista. Tomàs Grau, director musical.

Un buen indicador para medir la proyección y valía de un proyecto sinfónico radica en la talla de los solistas invitados que consigue congregar. En el caso de la Orquestra Simfònica Camera Musicae, próximo ya su quince aniversario, la nómina de intérpretes es digna de cualquier orquesta europea de primer nivel. El año pasado, sin ir más lejos, acogieron el debut en España del pianista coreano Seong-Jin Cho; y la presente temporada aglutina nombres como los de Mark Padmore, Alexei Volodin, Paul LewisPablo Sáinz Villegas

La pasada semana la OCM recibió al violonchelista francés Gautier Capuçon, quien hizo un gran esfuerzo de agenda para cuadrar estas dos citas en mitad de sendos conciertos en París, junto a la Filarmónica Checa y Semyon Bychkov, con idéntico programa. A saber: las Variaciones rococó de Chaikovski, una pieza breve, inspirada y virtuosa, perfecta carta de presentación para un intérprete de extraordinaria sensiblidad, como es el caso de Capuçon. Con su precioso instrumento, del veneciano Matteo Goffrieller, logró un sonido corpulento y de gran proyección, con extraordinaria precisión en los ataques y bellísimas inflexiones en el fraseo. Su compenetración con la batuta de Tomàs Grau fue una constante, evidente en la complicidad de sus gestos y miradas. Capuçon pareció sentirse muy cómodo haciendo música con la OCM, una orquesta que dispuso un colchón firme y hermoso con su acompañamiento. Capuçon se despidió ofreciendo dos propinas. La primera de ellas, en un gesto que le honra, fue una versión del Après un rêve de Fauré junto a la sección de violonchelos de la OCM. Y después, no podía faltar, El cant dels ocells junto a la plantilla completa de la orquesta.

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La segunda parte del concierto incluía una obra hoy menos frecuentada aunque otrora bastante popular, Los Planetas de Gustav Holst, estrenada en 1918 y de la que el mundo de las bandas sonoras ha bebido con descaro. Se trata de una obra un tanto superficial, más volcada en la exhibición sinfónica que en la indagación emocional. Pero así y todo, es una obra compleja, complicada de exponer y sin duda un buen reto para medir las fuerzas de una orquesta como la Simfònica Camera Musicae, que hizo gala de unos metales firmes e infalibles, junto a unas cuerdas flexibles y precisas. Prueba superada con creces.

La OCM está haciendo las cosas muy bien, sin prisa pero sin pausa, recogiendo ahora los frutos de un trabajo de fondo que empieza ser muy evidente. Y el mérito es doble, porque no se antoja fácil hacerse un hueco en mitad del copado mapa musical de Barcelona, donde confluyen las programaciones del Palau de la Música, el Liceu, L´Auditori, Ibercamera, BCN Clássics... pero también la Simfònica Camera Musicae, apostando por obras menos trilladas y de la mano de solistas de primerísimo nivel, bajo el empuje y afanoso empeño de su director artístico y batuta titular, Tomàs Grau.

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