Cena Beffe Scala

Mucho ruido y pocas nueces

Milán. 07/05/2016. Teatro alla Scala. Giordano: La cena delle beffe. Marco Berti (Giannetto Malespini), Kristin Lewis (Ginevra), Nicola Alaimo (Neri Chiaramantesi), Leonardo Caimi  (Gabriello Chiaramantesi), Luciano Di Pasquale (Il Tornaquinci), Giovanni Romeo (Il Calandra), Frano Lufi (Fazio), Francesco Castoro (Il Trinca), Bruno de Simone (Il Dottore), Edoardo Milletti (Lapo, Un cantore), Jessica Nuccio (Lisabetta), Chiara Tirotta (Laldomine), Federica Lombardi (Fiammetta), Chiara Isotton (Cintia). Dir. escena: Mario Martone. Dir. musical: Carlo Rizzi

Estrenada en 1924 en la propia Scala de Milán bajo la batuta de Arturo Toscanini, con un reparto estelar integrado por Hipólito Lázaro como Giannetto, Benvenuto Franci como Neri y Carmen Melis como Ginevra, el éxito de La cene delle beffe de Umberto Giordano fue tan sobresaliente como efímero. El título se repuso al año siguiente, fecha en la que llegó también al San Carlo de Nápoles. Un año después llegaba al Metropolitan de Nueva York -con Beniamino Gigli, Titta Ruffo y Frances Ada- y a la altura de 1930 se había exhibido ya en una cuarentena de teatros de todo el mundo. Y desde entonces a nuestros días, prácticamente un silencio sepulcral, con esporádicos y vanos intentos por revitalizar el título en teatros como Zúrich o Bologna. De ahí el singular interés de esta nueva producción que nos ocupa, precisamente en la Scala, camino ya de los cien años del estreno de la obra. 

A decir verdad, la partitura tiene un interés más bien bajo. Por descontado, el libreto de Sam Benelli es de entrada responsable del tedio general que preside la representación, que es una sucesión casi grotesca de números, en un crescendo de venganzas que no lleva a ninguna parte. La música de Giordano tiene algunos pasajes más inspirados -singularmente el dúo entre tenor y soprano-, pero en líneas generales es de un exceso fatigoso y vulgar. Lo mismo sucede con la línea vocal de los personajes, demasiado grandilocuente y a menudo crispada, de una exigencia que no se corresponde con el trasunto real de la representación. 

Con decorados de Margherita Palli, colaboradora habitual de Luca Ronconi, la propuesta escénica de Mario Martone se esfuerza por situar la trama medieval original en un escenario nuevo, el Nueva York de las primeras décadas del siglo XX marcado por la mafia. Sin duda la traslación funciona y es operativa, pero ahí queda toda la virtud de su trabajo, ciertamente limitado por la propia naturaleza de la obra, sin margen para abundar en dramaturgias más elaboradas.

Entre las voces protagonistas se impone sin duda el buen hacer del Marco Berti y Nicola Alaimo. El primero consigue cantar con solvencia una parte escrita rozando lo imposible, con frases que inciden una y otra vez sobre el pasaje y con una acentuación casi histérica. Berti posee los medios, al margen de algún titubeo de afinación puntual, pero le falta hondura dramática para conferir mayor relieve a una parte que termina por desdibujarse como pura pirotecnia vocal. Nicola Alaimo es el protagonista más redondo de la noche, no sólo por la solvente factura vocal de su Neri Chiaramentesi, sino especialmente por el desempeño escénico, contrastado y verdaderamente creíble. El material es sonoro y amplio, capaz de resolver también en su caso la exigente tesitura, dando asimismo muestras de flexibilidad, sonando con idéntica solvencia cuando se le requiere fiero (la precipitación de su venganza en el último acto) que cuando se le requiere sutil (última intervención apelando a Lisabetta). 

Al lado de ambos decepciona un tanto la labor de Kristin Lewis como Ginevra. La voz es corta en los extremos, carece de proyección y el fraseo es anodino. Da la impresión de sostener su interpretación haciendo pie en su desempeño escénico, que tampoco motiva demasiado. Mejor impresión deja en cambio la breve intervención de Jessica Nuncio como Lisabetta: voz ligera, de timbre perlado y canto fácil. Del extenso equipo de comprimarios cabe resaltar el buen desempeño de Leonardo Caimi como Gabriello y del veterano Bruno de Simone como Dottore.

En el foso, la labor de Carlo Rizzi es tan vulgar por momentos como la naturaleza misma de la música. Deslavazado y superficial, apenas acierta a sostener en pie el edificio orquestal con rudeza, extrayendo un sonido muy grueso de la orquesta titular de la Scala, esa misma que sonaba tan refinada la noche anterior con Chailly en La Fanciulla del West. En suma, mucho ruido y pocas nueces en esta apuesta por recuperar La cena delle beffe, una ópera que francamente no apetece escuchar una segunda vez, visto lo visto.