Vassily Sinaisky

Música de resistencia

Barcelona. 22/5/16. Auditori. R. Strauss: Concierto para trompa núm. 2. Shostakovich: Sinfonía núm. 7 “Leningrado”. Juanma Gómez, trompa. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Vassily Sinaisky. 

“He empezado una sinfonía. No sé si la necesitará alguien en medio del furor de esta terrible guerra”: así se expresaba Shostakovich acerca de su Sinfonía núm. 7 (1941)  “Leningrado”, una obra envuelta pronto en un halo de leyenda, debido al contexto de su génesis. El experimentado director ruso Vassily Sinaisky venía a dirigir la sinfonía tras el buen resultado con la núm. 11 en la temporada anterior, y el monumento sinfónico del compositor ruso –cuya obra según ha manifestado su titular Kazushi Ono, será uno de los hilos conductores de la OBC desde la próxima temporada– se presentaba como la gran atracción del programa. Se coló sin embargo un protagonista antes que deslumbró al Auditori y también a quien escribe estas líneas –teniendo en cuenta que ya había tenido ocasión de escucharlo como solista–: el trompista Juanma Gómez, solista de la OBC desde la temporada 2010-2011 que en esta ocasión se puso frente a uno de los mayores desafíos de todo el repertorio para trompa.

El Concierto para trompa y orquesta nº 2 (1942) de Richard Strauss, estrenado –como en el caso de la “Leningrado”– en plena Segunda Guerra Mundial en Salzburgo, es un quimérico intento de regresar al pasado por parte del compositor en momentos difíciles (incluso a su propia genealogía, pues la referencia al recuerdo de su padre el trompista Franz Strauss, es evidente) en ese período final de su producción que Walter Panofsky acertadamente situó desde la “Machtergreifung” nazi; desde ese ascenso que apenas parecía atender mientras trabajaba concienzudamente en La mujer silenciosa con Stefan Zweig, hasta su muerte, según Strauss al final de su vida “tal como yo la había imaginado en Muerte y transfiguración”. La versión que ofreció Gómez no sólo fue técnicamente brillante sino también musicalmente sabia en la gestión de todas las atmósferas por las que Strauss hace saltar al solista. El sinfín de recursos del trompista como un espléndido legato o una producción de sonido magníficamente estable y sólida, estuvieron acompañados por la concepción musicalmente madura de alguien que supo navegar en profundidad por la partitura, y espolear a una orquesta que respondió al fraseo expresivo de la mano de un Sinaisky contenido pero eficaz para transmitir todos los planos sonoros del concierto y a la vez ejercer de colchón sonoro al solista cuando se requería. Ni trombón ni tuba utiliza Strauss en una obra para la que eligió una plantilla reducida: estos salieron para ofrecer junto a Gómez un bis que terminó de ganarse al público, que ya había sabido recompensar el excelente trabajo del solista, la histórica “Stardust” de Hoagy Carmichael, popularizada por Louis Armstrong o Nat King Cole entre otros. En este caso, en un arreglo para metal del trombonista norteamericano Joseph Alessi, en el que Gómez dirigió y tocó para recibir una merecida segunda ovación. Contar con un solista de esta talla es sin duda una de las mejores noticias de esta orquesta. 

En la segunda parte, el reto era para Sinaisky y una voluminosa orquesta que tenía el desafío de equilibrar todas sus secciones. Inicialmente, esta Séptima Sinfonía debía constar de un solo movimiento: Shostakovich se proponía introducir un coro tras el tema principal y tras el subsiguiente momento culminante, pero lo remplazó por una especie de réquiem instrumental dedicado a los caídos en el combate. El lenguaje musical de la obra está muy simplificado, algo coherente con el propósito de la obra, que debía transmitir a un amplio auditorio la idea de la lucha y el triunfo sobre el enemigo. La estructura, ya desde el primer movimiento se aparta de las convenciones. Tras la exposición de los dos temas, contrapuestos según los modelos clásicos, en lugar del esperado desarrollo aparece una nueva idea, el “episodio de la invasión” (en alusión según algunos críticos, al asalto de las tropas hitlerianas). El primer movimiento es el más seductor a oídos del público, un radiante comienzo con gran presencia de los instrumentos de viento: tanto el despliegue sonoro de estos como el empaste con las cuerdas, fue excelente. Sinaisky, muy atento a las respiraciones y la claridad narrativa de todas las líneas, obtuvo un gran resultado. El segundo movimiento está regado por unas gotas de humor –como contraste con la tensión dramática– y en el resto de la obra, se  hace presente la envergadura de la formación orquestal. Esta no cayó sin embargo nunca en excesos, lo que permitió que resaltaran miniaturas y pasajes sutiles que son el corazón de la obra, entre los que podríamos destacar el fantástico sonido de la solista de fagot Silvia Coricelli, y una soberbia percusión en todas las ocasiones. La sinfonía es una de las más extensas y el despliegue sonoro presenta el riesgo de diluir la claridad o la tensión: nada de eso ocurrió hasta el final, en un inspirado día de la orquesta, bien conducida por el director ruso, quien revelaba un trabajo de profundidad del lenguaje orquestal de Shostakovich. 

Valerian Bogdanov-Beresovski, amigo del compositor, nos dejó una inmortal descripción de su impresión tras escuchar una primera muestra del propio Shostakovich mientras trabajaba en ella: “De repente nos llegó desde la calle el estridente alarido de las sirenas. Cuando terminó el primer movimiento, el compositor se preocupó de que su mujer y sus dos hijos acudiesen al refugio, pero no quiso interrumpir su interpretación. Acompañado por las sordas explosiones de los cañones antiaéreos nos interpretó el segundo movimiento y nos mostró algunos apuntes del tercero; finalmente tocó otra vez todo. Al volver del distrito de Petrogrado veíamos desde el tranvía los resplandores del incendio, muestra de la obra destructiva de aquellos bárbaros de los aires. Impresionados por la música y por el noble pathos de la sinfonía percibimos con una penetración singular el absurdo de cuanto nos acontecía”. Para el auditorio que asistió al estreno el 5 de marzo de 1942 en Kuibyshev se convirtió en algo más. Seguramente eran conscientes de que asistir al concierto podía ser lo último que hiciesen en sus vidas; yodos estaban hambrientos y la solución no la encontrarían en ese auditorio. Sin embargo, la música los inspiró y los devolvió por un momento a la vida. Su acto, al acudir al concierto era un acto de afirmación por encima de todo. Por esa razón la obra se convirtió en un símbolo de resistencia. Hay, lógicamente, muchos tipos de resistencia. Que esta Séptima, pero también este soberbio Concierto para trompa, sean un símbolo de resistencia de la música sinfónica en Barcelona, y de sus héroes que no son más que los excelentes músicos con los que cuenta la orquesta, frente a los muchos despropósitos que les rodean.