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Tríptico para la Alhambra

Granada. 20/07/2020. Festival Internacional de Música y Danza. Patio de los Arrayanes. Beethoven: Sonatas n. 30, 31 y 32. Igor Levit, piano.

Con la que está cayendo ahí fuera -desde muchos puntos de vista-, resultó imposible no sentir un escalofrío cuando la música de Beethoven se hizo paso en la quietud del Patio de los Arrayanes de La Alhambra, en manos del pianista Igor Levit. Su actuación redondeaba una nómina ciertamente extraordinaria de pianistas, desde Martha Argerich a Kristian Zymerman pasando por Daniel Barenboim o Javier Perianes, quienes estos días encabezan la programación del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, en su 69 edición.

Levit, a quien ciertamente cabe considerar un pianista alemán a pesar de sus orígenes rusos -nacido en Gorky en 1987, su familia se trasladó a Hannover en 1995-, ofreció una visión unitaria y compacta de las tres últimas sonatas del genio de Bonn, presentadas como si conformasen un tríptico de suma coherencia, sin apenas interrupción entre unas y otras -se detuvo levemente entre la 31 y la 32, dando pie a una cerrada ovación, pero no lo hizo entre la 30 y la 31-. Lo cierto es que en el verano de 1819 Beethoven acordó la venta de tres sonatas al editor Moritz Schlesinger de Berlín, por 90 ducados. Y aunque Beethoven no logró entregar a tiempo la sonata no. 31 -la completaría en diciembre de 1821-, bien puede decirse que el Opp. 109-111 constituye un tríptico con todas las de la ley.

El enfoque de Levit, desde una seguridad técnica abrumadora, priorizó la intimidad, como si el marco histórico obligase a un cierto miniaturismo. Estas partituras desarrollan, a su manera, una suerte de geometría imprevisible. Son de una lógica apabullante pero de una originalidad inabarcable. Sus manos se afanaron en comunicar la continuidad que va hilando los movimientos de estas tres sonatas -sobre todo las dos primeras- como si no constituyeran obras disjuntas sino partes de un mismo organismo. Elaboradas en paralelo y durante un mismo lapso de tiempo, entre 1820 y 1822, es lógico advertir numerosos vasos comunicantes entre sus páginas. Y Levit puso el acento en esa consideración orgánica, haciendo ver hasta qué punto estas sonatas constituyen el legado último y más puro, destilado, del genio de Bonn.

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Renunciando a cargar las tintas en el dramatismo, Levit quiso subrayar de algún modo la modernidad de estas partituras en tanto en cuanto nos interpelan desde una escala humana, demasiado humana incluso. Fuimos así testigos de una música que trasluce una vivencia contrariada, escapando de una plácida y falsa contemplación y apostando por una gravedad desafiante, casi incómoda en su paradójica ingravidez, desnudando estas obras de cualquier atisbo de grandilocuencia. Una agridulce impresión de soledad marcó la ejecución de principio a fin: Beethoven, de algún modo, ante su propio eco, entre los muros del Patio de los Arrayanes, como si en un quiebro genial del destino hubiera concebido este tríptico para sonar precisamente en el marco poético de la Alhambra.

Bajo el cuño discográfico de Sony, Levit publicó hace ahora un año su aclamada integral de las sonatas para piano de Beethoven. Sin embargo, en dicha integral se incluyeron las tres últimas sonatas que Levit había grabado en 2013, cuando tenía apenas 25 años de edad. Realmente impresiona la madurez del sonido de Levit, quien ofrece un Beethoven impropio de alguien que apenas ha superado la treintena. El trazo amplio, la precisión exquisita, la nitidez del pulso... una capacidad extraordinaria para sugerir la contenida trascendencia de estas páginas.

Sorprendió, por otro lado, la libertad expresiva y la confianza desmedida con la que se arrojó por las dos series de variaciones que cierran las Sonatas opp. 109 y 111, con instantes de asombroso virtuosismo. El segundo movimiento de la 32 fue a buen seguro lo más impresionante de toda la velada, poniendo el broche a un concierto mayúsculo, del que me quedaría sobre todo con la impresión de acabamiento que Levit supo tan bien comunicar: escuchamos esa noche la sonata llevada a su término, en su forma y en su fondo. De hecho, en buena coherencia, no hubo propinas; no cabía siquiera concebirlas tras un programa de semejante consistencia.

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Foto: © Fermín Rodríguez / Festival de Granada