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El heroísmo y las primeras veces

Gustavo Dudamel dirige su primer Trovatore para su debut en el Liceu

Barcelona. 01/10/2020. Gran Teatre del Liceu. Verdi: Il trovatore. Rachel Willis-Sørensen (Leonora). Yusif Eyvazov (Manrico). Ludovic Tézier (Conde de Luna). Okka von der Damerau (Azucena). Dmitry Belosselskiy (Ferrando). Mercedes Gancedo (Ines). Néstor Losán (Ruiz). Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Versión concierto. Gustavo Dudamel, director de orquesta.

Desde el pasado mes de marzo el foso del Liceu había estado desierto. Tras el concierto del pasado domingo, con las voces de Piotr Beczala y Sondra Radvanovsky, el teatro de La Rambla dio anoche un paso más hacia la reconquista de su normalidad, proponiendo una versión en concierto de Il trovatore de Giuseppe Verdi. La cita, en origen, tenía el atractivo de presentar a Anna Netrebko como Leonora. Se sumó después la figura de Gustavo Dudamel, para su debut en el teatro. Iba a ser, de hecho, la primera colaboración entre la soprano rusa y el director venezolano. Pero Netrebko contrajo el covid-19 y quedó fuera del cartel por razones obvias, ocupando su lugar la norteamericana Rachel Willis-Sorensen, quien ha protagonizado La traviata estas últimas semanas en la Ópera de Burdeos y quien firmó anoche su inesperado debut en el Liceu.

Caruso sostenía, dicen, que para poner en pie Il trovatore tan solo hacían falta las cuatro mejores voces en activo. Tan solo eso... Las de anoche en el Liceu quizá no fueran las cuatro mejores, pero no puede negarse su total entrega y su convincente desempeño. Pero la supuesta afirmación de Caruso bien podría llevar a engaño, y es que Il trovatore no es una ópera que se sostenga en pie tan solo por las voces: el foso es fundamental. En su primera vez con esta partitura, y en su debut en el foso del Liceu, Gustavo Dudamel se reivindicó como un director con un discurso propio, lejos del retrato plagado de clichés al que su fulgurante carrera ha quedado reducida en ocasiones, bajo la insistente mirada de partidarios y detractores.

Haciendo gala de ese genuino gesto abbadiano, Dudamel ha comprendido bien lo que Verdi pretendía con esta música, que requiere de una constante alternacia entre tensión y belleza, entre fuego y contemplación. Dirigió anoche el venezolano con auténtico primor, no dejando compás alguno al descuido. Lo cierto es que la ópera no ha sido una constante demasiado presente en la trayectoria de Dudamel, quien se curtió desde sus inicios como un director marcadamente sinfónico, a diferencia de otros colegas que forjaron su oficio en el foso de algún teatro de provincias. Pero anoche Dudamel exhibió un manifiesto entendimiento con las voces, acomodando tiempos, intensidades y dinámicas a las necesidades de los solistas, a quienes se escuchó cómodos en todo momento. Vibrante y voluptuosa la Pira, sutilísimo el empleo de las maderas (flauta y oboe sobre todo) en la introducción de varias escenas, manejo virtuoso de los concertantes, recreación de ambientes y colores con genuina fascinación, batuta narrativa, poético acento en el acompañamiento a las voces... En suma, un trabajo refinadísimo, de muchos quilates.

A las órdenes del director venezolano la Orquesta del Liceu firmó ayer quizá su mejor trabajo en muchos, muchos años. De hecho, por momentos, parecía otra con un sonido refinado y preciso, de texturas claras y bien definidas. Dudamel logró un compromiso extraordinario de sus atriles. Era evidente la química: entrega, pasión, el foso del Liceu sonó crecido anoche, a un nivel al que realmente querríamos escucharla a menudo. Muy buen desempeño también del coro titular del teatro, preparado por Conxita García -su directora titular- para su regreso al escenario del Liceu.  

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto prestando atención a lo que sucede en el foso. Tras esta primera toma de contacto no me extrañaría que Gustavo Dudamel acabase siendo el director titular del Liceu en un plazo de tiempo no muy lejano. De hecho, Victor García de Gomar llegó al Liceu con una carta de recomendación del venezolano sobre la mesa. Ahí lo dejo. Por cierto, que no nos haga falta una pandemia para asumir de una vez por todas que la orquesta debe estar siempre en el foso en las versiones en concierto. Es tan evidente... 

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La mayor incertidumbre de la noche la representaba la citada Rachel Willis-Sorensen, quien retomaba anoche el rol de Leonora, debutado en el Regio de de Turín en la temporada 18/19. Lo cierto es que canta con gusto e irreprochable corrección. El material no es arrebatador pero es grato, de sonoridad homogenea y con suficiencia en los extremos. Su actuación fue claramente in crescendo, firmando una versión muy estimable de su extensa escena del cuarto acto, alternando con fortuna entre el lirismo más etéreo y los pasajes de mayor carga dramática. Prueba superada con creces, pues; la norteamericana logró que no pensásemos en Netrebko y eso es lo mejor que puede decirse de un recambio como el suyo.

Imperial, pletórico, culmen, el Conde de Luna de Ludovic Tézier alcanzó anoche el estatus de lo memorable. Voz amplísima y sonora, de timbre terso y robusto, de línea de canto noble y fiera, dueño de un legato de la mejor escuela, su 'Balen' quedará en los anales del teatro como algo histórico. Qué clase, qué elegancia, qué verdad en su canto. El barítono francés vive un momento de dulce madurez vocal e interpretativa. Escucharle anoche, era evidente, suponía escuchar a un grande de talla histórica. Extraordinario.

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El caso de Yusif Eyvazov lo he glosado aquí ya varias veces con anterioridad. Es un tenor a quien a buen seguro no se le habrían abierto las puertas de algunos teatros de no ser el esposo de Anna Netrebko. Es cierto. Pero al mismo tiempo es alguien que no ha dejado de trabajar para reivindicarse por méritos propios, eso es innegable. El timbre no es grato, pero la voz es generosa y está bien proyectada. Eyvazov se ido esmerando como intérprete, buscando un fraseo intenso y elaborado que termina por convencer. Su Manrico superó con nota su gran escena, coronada con una Pira más que desahogada. 

Celebro la apuesta de Victor García de Gomar por la mezzosoprano alemana Okka von der Damerau, a quien recuerdo en muchas noches brillantes en la Bayerische Staatsoper de Múnich. Aunque su repertorio natural está en las antípodas de este melodrama verdiano -cantó Ulrica en Múnich, con desigual resultado-, lo cierto es que su timbre posee el color idóneo para bordar una Azucena de rompe y rasga. Hay que elogiar también su esmeradísima dicción en italiano y su constante esfuerzo por brindar un retrato fogoso y teatral del personaje. Para ser su primera Azucena, no se le puede pedir más.

Sonoro y rotundo el Ferrando del bajo ruso Dmitry Belosselskiy, quien posee un material imponente. Y tematando el elenco, las jóvenes voces de Mercedes Gancedo como Inés y Nestor Losán como Ruiz. 

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En el actual contexto, marcado por la pandemia del coronavirus, cada vez que un teatro levanta el telón, asistimos a una heroicidad. El Liceu no pudo abrir sus puertas en julio, como sí hizo el Teatro Real con La traviata. Cada casa tiene sus propias dinámicas, sus complejidades intrínsecas. Esto no es (creo que no lo ha sido y desde luego no debería serlo) una competición para ver quién abre antes. Se trata de hacer la cosas bien, con la máxima seguridad para todos los implicados, artistas, público y personal del teatro. Ludovic Tézier gesticulaba anoche en los saludos finales dando a entender lo importante que era que el público responda llenando un teatro (con sus limitaciones de aforo) en estos tiempos de pandemia. Lo cierto es que la heroicidad es cosa de todos y nadie debería remar en contra. El siguiente reto para el Liceu, en apenas veinte días, llegará con el estreno de Don Giovanni

Fotos: © A. Bofill