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Julio García Vico: “Con sus manos, un director puede expresarlo todo”

Flamante ganador del certamen Donatella Flick para directores de orquesta, el joven director gaditano Julio García Vico trabaja ahora como director asistente de grandes batutas como Sir Simon Rattle, Gianandrea Noseda o François Xavier-Roth, con la London Symphony Orchestra. Tras más de seis años residiendo en Düsseldorf, Julio García Vico tiene por delante numerosas actuaciones en nuestro país. Conversamos con él para conocer más de cerca sus inicios y sus próximos planes.

Me gustaría empezar conociendo su trayectoria hasta la fecha. Prácticamente ha pasado de ser un completo desconocido a ser el ganador del concurso Donatella Flick en Londres. ¿Cuándo empieza su vocación por la dirección de orquesta?

Yo siempre había querido dirigir, desde que tengo recuerdos. Pero había diversos elementos externos que no me habían terminado de decidir a la hora de tomar ese camino. Mi familia no lo veía claro, el piano parecía una opción mucho más razonable para todos en mi entorno.

Y sin embargo era mi pasión, pero me costaba decirlo, como si me diera vergüenza. Lo cierto es que todos los instrumentistas que conozco fantasean antes o después con la dirección, pero cuesta dar el paso. 

¿Y cuándo empieza a dirigir, finalmente?

Yo empecé a dirigir con veinticuatro años. Había entrado como pianista en el Ensemble Moderne de Frankfurt y ese año fue determinante para mi vocación como director. Sobre todo noté que el piano no era para mí, tras un año integrísimo de giras con ellos por Japón, Estados Unidos, etc. 

Precisamente con los directores que teníamos en el Ensemble Moderne empecé a hablar de mi idea de dedicarme a la dirección, buscando su consejo y sus orientaciones. Y todos mis dijeron que tenía que ir a Düsseldorf y hablar con Rüdiger Bohn. Y eso hice, con autobuses por la noche desde Frankfurt a Düsseldorf, para asistir a las clases de Bohn.  

Creo que Düsseldorf fue un paso determinante en su formación.

Sí, recuerdo que ahí cambió todo para mí, fue decisivo para mi vocación por la dirección. Recuerdo perfectamente su primera clase, en la que yo estaba como oyente, viendo cómo trabajaban la tercera sinfonía de Brahms. Y lo tuve claro, yo quería morirme haciendo eso, era para mí, era exactamente lo que me gustaría hacer durante toda mi vida. 

Y eso sigue siendo así, a pesar de que tenga delante un repertorio que no me gusta, a pesar de que sean unos días con estrés añadido… no importa, me apasiona dirigir por encima de cualquier otra cosa.

Cada vez que estoy en el podio me lo digo nuevamente: merece la pena. No es una cuestión de poder, ni de autoridad, sino más bien de libertad, tener la ocasión de expresarte a un nivel superior, incluso en un ensayo, no hace falta que sea durante un concierto. Con sus manos, un director puede expresarlo todo y eso es fascinante, algo muy dificil para un piano.

Al hilo de esto que menciona, ¿cómo definiría el trabajo de un director? Tengo la impresión de que es para usted algo mucho más psicológico que meramente técnico. 

Para mí el trabajo de un director consiste sobre todo en convencer a los profesionales que están en los atriles, convencerles de que tu idea musical es tan buena e interesante que merece la pena que te sigan.

Para mí dirigir atendiendo únicamente a la técnica es algo aburridísimo. Lo fascinante es buscar una manera de expresarse tal que lo profesional y lo artístico tengan sentido y se den la mano. Durante un concierto, constantemente, tienes que ir buscando el balance entre ambas cosas. La música es algo muy libre, mucho menos predeterminado de lo que pueda parecer viendo una partitura.

Un director es un generador de energías: hacia los músicos, hacia el público, hacia la música… En contadas ocasiones un director siente que está cambiando el mundo. Esto puede sonar presuntuoso pero es cierto. Hay instantes, en el podio, en el que tienes la impresión de que está pasando algo que va a cambiar a los oyentes.

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Retomando su trayectoria, creo que en Düsseldorf encontró también su primera orquesta, aunque fuera a un nivel amateur.

Sí, como le decía en Düsseldorf cambió todo para mí, en el sentido de que tomó forma mi vocación como director. Y allí también encontré la posibilidad de trabajar con una orquesta en Düsseldorf de la Embajada de Japón en Alemania. Buscaban a alguien que supiera algo de japonés, como era mi caso. Y de un día para otro me aceptaron y empecé a trabajar con ellos. Era una orquesta amateur pero conectamos enseguida y estuve trabajando con ellos durante tres años.

Y de ahí a los diversos concursos que ha ganado, todos ellos al primer intento y con gran proyección internacional.

Sí, el siguiente paso fue presentarme al Forum Dirigieren, con tan solo veinticuatro años. Era la primera vez que yo estaba ante una orquesta profesional, fue una impresión tremenda para mí, lo recuerdo como algo muy emocionante. El tiempo en el Forum ha sido determinante.

Decidí presentarme también a concursos. Empecé con el Deutscher Dirigentenpreis, el concurso internacional de dirección de orquesta de Alemania, en 2019 y obtuve el primer premio junto a todos los premios, el de ópera, el del público… Fue una experiencia inolvidable.

Y llegó dos años más tarde el primer premio en el concurso Donatella Flick. 

Sí, en cuanto empecé a dirigir a la London Symphony pasó algo extraordinario, una conexión que no se puede expresar en palabras, por su parte y por la mía, una vivencia increíble. Y fue así durante todo el concurso. Ellos estaban casi más contentos que yo de que lo ganase. El último día me pidieron hacer la octava sinfonía de Beethoven, una obra dificilísima, casi intocable. Todo el concurso fue una experiencia fuera de lo común, sin miedo, sin red. La London Symphony es la única orquesta que conozco a la que le gusta el riesgo.

El premio del concurso Donatella Flick lleva aparejado el hecho de ser director asistente de la London Symphony Orchestra, lo que le da la ocasión de trabajar junto a maestros de la talla de Simon Rattle, Gianandrea Noseda o François Xavier Roth.

Sí, así es. A Roth le conocía ya de la Orquesta Gürzenich de Colonia. Con Rattle empecé a trabajar en agosto y ha sido una experiencia fascinante. Hicimos veinte proyectos en dos semanas, con un repertorio amplísimo, muy diverso. Literalmente recibí veinte kilos de partituras (risas). Para el primer proyecto con Rattle me tuvo tan solo como oyente y para el segundo ya me pidió dirigir la Cuarta de Bruckner y una pieza contemporánea. Rattle me dejó ensayar las dos obras enteras… yo no daba crédito, eso no es lo habitual. Conectamos muy bien, me ha dejado dirigir muchísimo. Y con Noseda la conexión ha sido también increíble, nos hemos conocido este pasado otoño y me ha pedido que haga con él la sinfonía número quince de Shostakovich en febrero.

¿Cuáles son los proyectos más inmediatos en su agenda? ¿Podremos verle dirigir pronto en España?

Lo más inmediato en España son conciertos con la Sinfónica de Navarra en marzo, en el Festival Musika-Música. Y también dirigiré a la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Tengo especial ilusión por dirigir El pájaro de fuego de Stravinsky y El amor brujo de Falla.

Lo cierto es que tengo previsto dirigir mucho en España las próximas temporadas, con muchas de nuestras orquestas. Y estamos trabajando también ya compromisos en Italia y en Estados Unidos para las próximas temporadas.

Por último me gustaría preguntarle por su experiencia en el Teatro Real de Madrid asistiendo a Nicola Luisotti en las recientes funciones de La bohème de Puccini. ¿Ha sido esta su primera experiencia con la lírica? ¿Y cómo se enfrenta a una partitura de ópera, de un modo distinto a como lo hace con el repertorio sinfónico?

No ha sido mi primera experiencia con la lírica, aunque sí a este nivel tan alto. Yo mismo había dirigido La bohème en 2019. Y he hecho también Madama Butterfly, La flauta mágica y La Cenerentola, pero en proyectos más modestos. Y también he hecho otras asistencias en ópera, antes de esta Bohème en el Teatro Real de Madrid.

Cuando trabajo ópera estudio la obra de manera muy distinta. Comienzo por el texto, hasta memorizarlo y después hago lo mismo con todas las voces, hasta que soy capaz de cantarlas al piano sin mirarlas. Lo último que llega es la orquesta. Sin ese domino de la partitura desde el piano me parece inviable dirigir una ópera desde el foso.

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Fotos: © Harmut Bühler