Lucas Macias Navarro Marco Borggreve 

Lucas Macías: "Un director nunca debería ponerse a sí mismo por delante de la música"

El director onubense Lucas Macías debuta hoy al frente de la célebre Staatskapelle de Dresde, una de las formaciones más importantes de Alemania y una de las más renombradas de toda Europa. Tras sus años como oboísta, cuando llegó a ser titular de su instrumento en la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam, decidió dejarlo todo y emprender una carrera como director que ya ha dado sus frutos. No en vano es el director titular de dos orquestas españolas, la Oviedo Filarmonía y la Orquesta Ciudad de Granada. Con esta última debutará este verano en el Festival de Granada, estrenando una nueva obra de Mauricio Sotelo para Tabea Zimmermann. También le espera su debut en el Teatro de la Zarzuela, el próximo mes de mayo, al frente de Don Gil de Alcalá, de Manuel Penella.

Este debut con la Staatksapelle supone, de algún modo, la confirmación a una trayectoria claramente en ascenso. Hace unas semanas debutó al frente de la Orquesta Nacional de España e imagino que este debut en Dresde será el primero de muchos más con importantes formaciones europeas. 

Estoy realmente ilusionado pero al mismo tiempo siento una gran responsabilidad. La víspera de mi concierto Christian Thielemann dirige Aida en la Semperoper. Imagínese... La última vez que yo toqué el oboe con la Filarmónica de Berlín, me dirigía Thielemann, poco antes de que se inclinasen por Petrenko finalmente. Tengo un buenísimo recuerdo de aquel concierto, hicimos una versión fantástica de la Heróica de Beethoven.

La Staatskapelle de Dresde es una formación a la que la historia de la música le debe mucho, por toda su tradición y toda su historia. Respecto al programa que haremos, finalmente ha habido un cambio, ya que no haremos el Divertimento para contrabajo de Nino Rota. Lo íbamos a hacer con el solista de contrabajo de la orquesta, que es un chico joven ucraniano que ha marchado a Ucrania a ayudar a su familia. 

Su agenda ahora mismo se organiza en torno a sus dos titularidades en Oviedo y en Granada, dos orquestas muy diversas, con proyectos y necesidades muy contrastadas, imagino.

Es verdad que son muy diferentes, sí. Yo llegué primero a Oviedo en el verano de 2018 para empezar en el año 2019. Esta es una orquesta más joven, con diez años menos que la Orquesta Ciudad de Granada o la OSPA, como tantas otras formaciones que se crearon en los años noventa. En el caso de la Oviedo Filarmonía me encontré desde el principio con una orquesta abierta y flexible, con una media de edad más joven en sus atriles; me encuentro poca resistencia a la hora de trabajar con ellos. La única lástima es que la orquesta no tiene su temporada propia de conciertos. Tocamos dentro de la programación del Auditorio Príncipe Felipe, unos cinco o seis programas al año. Esto es muy distinto en Granada, donde tenemos nuestra propia temporada y escogemos directores y solistas. Además en Oviedo nuestra orquesta toca también ópera y zarzuela en la temporada del Teatro Campoamor. Todo esto hace que sea una orquesta muy acostumbrada a acompañar, son músicos que saben escuchar. En Granada, donde llegué en 2020, tengo en cambio una gran oportunidad de programar repertorio, algo que valoro mucho.

Echando la mirada atrás, es bien sabido que tuvo una importantísima trayectoria como oboísta, estrechamente vinculado a la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam. Pero, ¿en qué momento decidió apostarlo todo por la dirección musical?

Yo llevaba varios años con la idea en mente. De hecho había contactado ya con el que más tarde sería mi profesor de dirección en la Universidad de Viena, Mark Stringer, quien no me quiso acoger en sus clases al principio, porque no terminaba de creerse que yo fuera a dejar mi plaza en Ámsterdam para estudiar dirección. Y fue entonces, en enero de 2014, cuando murió Claudio Abbado. Yo llevaba ya diez años trabajando con él en la Mahler y en Lucerna, entre otros sitios. Y dos meses más tarde, ese mismo año, Mariss Jansons nos comunicó que dejaba la titularidad de la Orquesta del Concertgebouw. Y lo vi claro, vi que era el momento oportuno para dejar a un lado mi carrera como oboísta y ponerme a estudiar dirección en serio. Así que contacté nuevamente con Mark Stringer, se lo expliqué y finalmente me tomó en sus clases en Viena tras presentar mi dimisión en Ámsterdam. Obviamente me lo pensé mucho: yo llevaba toda la vida estudiando y tocando el oboe para llegar precisamente a donde había llegado. Y después de ochos años en Ámsterdam, era un gran paso dejarlo todo a un lado para estudiar dirección. Pero debo decir que no me he arrepentido en ningún momento. No echo de menos mis años como oboísta en la orquesta. Todo ha ido poco a poco, ha habido momentos más complicados que otros, y obviamente dejé atrás una vida que consistía en estar unos días tocando con el Concertgebouw y la semana siguiente como invitado en la Filarmónica de Berlín. También me llamaban cada año de Lucerna, de la London Symphony...

¿Y no echa nada de menos estar el atril, en lugar de en el podio?

Yo toco una vez al año con la Orquesta de Lucerna, en el festival, junto a algún concierto de cámara puntualmente. Y no, no echo de menos tocar más allá de esas ocasiones puntuales. Han sido diez años con las mejores orquestas y ha sido suficiente. A ese nivel las cosas son más fáciles, porque hay muchísima motivación; también hay más presión, obviamente, pero todo empieza ya mucho más arriba. Ahora en cambio me encuentro con orquestas donde hace falta un trabajo de base más intenso, pero de todo se aprende, todo es apasionante.

Es curioso el mundo de los directores de orquesta porque no hay ni una sola fórmula única que valga para todos. Ahora mismo tenemos a un jovencísimo director como Klaus Mäkelä, del que todo el mundo habla maravillas, y al mismo tiempo a un veterano como Herbert Blomstedt, ofreciendo quizá algunos de los mejores conciertos de toda su trayectoria. No hay un camino infalible, cada uno tiene que encontrar su camino.

Los casos como el de Klaus Mäkelä, a quien todavía no tengo el gusto de conocer, son excepcionales. Es fascinante, sin duda. Pero la mayor parte de los directores sí que sigue un camino más o menos regular en sus trayectorias. Lo que sí es cierto es que nunca se termina de aprender. Esto es algo que me fascinó de Abbado desde el primer día que lo conocí. Su actitud era de constante curiosidad. Y la gente que conocí que había trabajado con él durante años y años, te decía que cada vez dirigía mejor. Lo mismo pasaba con Haitink en Ámsterdam. Y por eso son tan grandes todos ellos, porque no dejan de mejorar ni un minuto durante décadas y décadas de trayectoria. Esto también pasa con los músicos, como solistas; pienso en gente como Tabea Zimmermann, que tiene un nivel de autocrítica y autoexigencia que es altísimo. Cuando el ser humano tiene esa ambición sana de querer mejorar, suceden cosas fascinantes. El caso de Blomstedt es paradigmático: un gran estudioso, un gran músico, un trabajador infatigable y apasionado. Hace dos años tocamos con él en Lucerna y lo vi musicalmente mejor que nunca. 

Hemos mencionado ahora en la conversación a Haitink, Jansons y Abbado. Y con estos tres directores en concreto, con su desaparición, he tenido la impresión de que se cerraba un ciclo, un capítulo fundamental en la reciente historia de la música, por su manera de entender el oficio y por su relación con la música, siempre a su servicio. Usted que trabajó con todos ellos, ¿tiene esa misma impresión? Junto con Daniel Barenboim y Zubin Mehta, vinculado a todos ellos por formación y trayectoria, ¿diría que se termina algo de algún modo insustituible?

Totalmente. Las cosas están cambiando mucho en el mundo de la música, durante los últimos años. Tanto desde un punto de vista profesional como artístico, casi nada es ya como era hace cincuenta años. Y esto me da un poco de pena, la verdad. Tanto Jansons como Haitink y Abbado tenían en común una misma actitud de servicio hacia la música. Yo jamás les vi hacer algo simplemente de cara a la galería, por puro lucimiento personal. Nunca les vi poner su carrera por delante de su oficio. Y no digo que fueran ejemplares y perfectos en todo lo que hacían, no querría idolatralos aunque fueron muy importantes para mí. Pero sí creo que nos legaron esa gran lección de que hay que poner la música por delante de todo lo demás. Y esto hay que vivirlo además como un privilegio, todos ellos lo decían una y otra vez. Qué afortunados somos de podernos dedicar a algo que nos apasiona, decía Jansons una y otra vez. Y qué respeto mostraba siempre Haitink por el músico de orquesta. Y Abbado era tan fiel a la partitura, sabía leerla de un modo tan genuino. Todo ello es el espejo donde yo me miro y representa lo que yo quiero, por lo que yo trabajo. Y creo que en los últimos años está ganando protagonismo todo lo que se hace de cara a la galería, como decía antes. Quizá sea por las redes sociales, pero a veces es agotador ese espectáculo del autobombo. Hay gente que pareciera estar siempre tocando el cielo pero cuando los conoces de cerca te das cuenta de que no hay nada, es todo pura fachada.

En el caso de Claudio Abbado, como en el caso de Gustavo Gimeno, usted llegó a tener con él una relación muy estrecha, hasta el punto de que puede considerarse su mentor.

Sí, yo conocí a Abbado en el 2004 en Bolzano, con la Joven Orquesta Gustav Mahler. Tocamos allí La canción de la tierra de Mahler y en el Abschied hay un pasaje importante para el oboe y le gustó mucho como lo hice. En aquel momento él estaba formando la Orquesta Mozart en Bologna y me invitó a formar parte de su plantilla. De ahí en adelante la relación se fue estrechando y me invitaba a Lucerna con regularidad, también en ocasiones a Berlín cuando tenía la posibilidad. Fue muy generoso conmigo. Me considero muy afortunado por haberle conocido, porque además pude pasar mucho tiempo personal con él. Y era ahí, en la distancia corta, cuando te terminaba por maravillar. La humildad que yo vi en Abbado esos años, cuando él ya lo era todo y más en el mundo de la música, es de esas cosas que no se olvidan. Le encantaba trabajar con los músicos, se encontraba muy feliz con los músicos jóvenes. De algún modo encontraba en nosotros más apasionamiento, relajación y entrega y a pesar de no ser músicos con el mismo nivel que los que él tenía en otras orquestas ya consagradas, él siempre decía que se lograban resultados increíbles gracias a esa pasión con la que todos vivíamos la música. Por encima de todo Claudio Abbado era un gran músico con una lema fundamental: "Escucharse los unos a los otros". Era un hombre sensible, con mucho gusto y a todos los que le conocimos nos dejó una huella imborrable.

¿Destacaría a algún otro director que le haya dejado una huella importante?

Por supuesto. Para mí Bernard Haitink fue determinante. Vi en él una sencillez y una entrega tan honesta a la música... Recuerdo en una ocasión, ensayando la Cuarta de Mahler; yo arriesgué mucho para lograr un efecto en una nota y fallé un ataque. Y vino a mí con enorme serenidad y me dijo: "Tranquilo, no arriesgues, siéntete libre...". Y de repente dejó de hablar y añadió: "Qué fácil es hablar de esto y qué dificil es tocarlo". Y ese detalle no se me olvidará nunca porque me pareció de una humildad increíble. Lamentablemente muchos grandes directores no se dan cuenta de eso, de la presión y dificultad que supone tocar un instrumento y aún más en el seno de una orquesta. Lo mismo sucedía con Mariss Jansons, que era pura pasión por la música. Era lo más opuesto que uno pueda imaginar al narcisismo en el podio. Otro director que me dejó huella fue Nikolaus Harnoncourt, que venía regularmente a Ámsterdam y era como un libro abierto, leía las obras como pocos. Me considero realmente afortunado de haber trabajado con todos ellos. 

En su agenda destacan próximamente dos compromisos, uno de ellos su debut en el Teatro de la Zarzuela al frente de Don Gil de Alcalá

Sí, me hace muchísima ilusión. Estoy muy agradecido a Daniel Bianco por este voto de confianza, puesto que hay colegas mucho más experimentados que yo con este repertorio. Ahora mismo estoy estudiando a fondo la obra, tengo muchas ganas de que lleguen los ensayos, además con un elenco tan magnífico, con Sabina Puértolas, Celso Albelo... Va a ser estupendo, un momento muy especial para mí.

La otra cita importante, este verano, será el estreno de una nueva partitura de Mauricio Sotelo para Tabea Zimmermann, en el próximo Festival de Granada.

Así es, vengo colaborando estrechamente con Tabea Zimmermann y ella y Mauricio Sotelo son además grandes amigos, así que me hace mucha ilusión poder dirigir el estreno de esta nueva obra, este verano en Granada y al frente de mi orquesta. Yo llevo unos treinta años visitando el festival; recuerdo perfectamente que yo tenía unos trece o catorce años cuando mi padre me llevó a ver un concierto con Sergiu Celibidache al frente de la Filarmónica de Múnich, con una Quinta de Chaikovski que me dejó de piedra. Debutar en el festival y con una obra así, es como un sueño hecho realidad. 

Foto: © Marco Borggreve