Ignasi Cambra II

Ignasi Cambra: "La música es encontrar la libertad en aquello que escribió el compositor"

El pianista barcelonés Ignasi Cambra presenta Spaces, su disco debut en Sony Classical, con dos grandes totems del repertorio para teclado como son Schubert y Chopin. Con él hablamos de sus Impromptus y de la música que da forma a su piano, de la libertad a la hora de interpretarla, de su relación con Maria João Pires y sus próximos proyectos juntos, de su visita a Ucrania con un concierto benéfico en plena guerra o de los muchos aspectos de la vida que nutren su forma de entender la música.

La primera pregunta es obligada: ¿Por qué Schubert y Chopin para su primer disco con Sony? ¿Y por qué agruparlos bajo el título de Spaces?

Cuando uno graba un disco, quiere presentar algo con lo que se identifica. Si uno se especializa en música contemporánea o española, por ejemplo, en un primer disco lo das a ver. Aquello en lo que te sientes más cómodo, aquello con lo que puedes firmar tu forma de ser. Schubert y Chopin, aunque sea algo que se toque mucho, son músicas donde yo encuentro mi expresión, donde me encuentro cómodo y tranquilo.

¿Por qué Spaces? Con este nombre me refiero al espacio que he dedicado a las obras que conforman el disco. Las grabaciones que salen publicadas en el álbum se han realizado en sitios diferentes. Son, digamos, semi-directos. No son grabaciones de conciertos, pero tampoco tomas que se pretendiera, en un principio, utilizar para disco.

¿Cómo es eso?

Son grabaciones que hice por distintas razones y que, finalmente, vi que podría dársele forma de disco. Los Impromptus de Schubert se hicieron en el Auditori de Girona y los Chopin se grabaron en Londres.

Esa vibración que se capta en a naturalidad del directo o semi-directo, ha querido trasvasarla al disco, ¿entiendo?

Sí, exactamente. Son grabaciones que tienen una cierta vida, por el hecho de haber gente presente durante la grabación. Las sesiones de Londres, por ejemplo, nunca pensé que llegara a editarlas. No era la pretensión. Resultó que se estaba grabando ese día, pero en realidad eran unas sesiones de foto y video. Como en ese momento tenía acceso a la sala de control… entre y lo puse a grabar. Tal cual (risas). De ahí salió algo muy bonito y sí, es verdad, son grabaciones con mucha vida. Así lo pienso yo, al menos. Seguramente porque aquel fue un día en el que me levanté por la mañana, toqué todo aquello y no tuve ninguna intención de nada.

Quizá es cuando mejor salen las cosas, cuanto menos consciente eres de ellas.

¡Seguramente! ¡No tienes ninguna presión! De hecho, estuve tocando como seis horas y grabé también otras cosas. Tocar por gusto, libre de pretensiones. La idea de Spaces viene de todo ello, de que las cosas, en su tiempo y lugar adecuados, son cuando mejor salen.

Para quien pueda no saber qué es un impromptu, ¿cómo lo definiría usted?

Los impromptus, como su nombre indica, te permiten tener la sensación de improvisación. ¡Y realmente es así! El otro día, mientras tocaba en la Academia de Bellas Artes de San Fernando un par de ellos, de Schubert, lo pensaba. Es música que tengo muy asumida, sí, porque hace muchísimos años que la toco, pero sigue dándome bastante espacio para tener una sensación de improvisación... dentro de la sobriedad con la que ha de tocarse Schubert a mi entender.

¿Le da libertad interpretativa?

Sí. Pienso que los impromptus, sin entrar en tecnicismos, refuerzan tu imaginación. Hay mucho que explorar en ellos.

Es curioso, porque normalmente se asocia la improvisación a una exhibición de virtuosismo técnico… y esto son piezas, digamos de desarrollo interior…

Para mí, la música es el encontrar la libertad en aquello que escribió el compositor. En el caso concreto de los impromptus, entiendes que, además de toda la música que encierran, el compositor buscaba que tuvieras esa libertad. Ocurre tanto en los de Schubert como en los de Chopin. En estos últimos, por ejemplo, al tener su música en las manos te das cuenta de que, de alguna manera, en sus impromptus la música te permite mayor libertad que en sus baladas o, incluso, en sus scherzos.

¿Cómo ha encontrado su propia libertad en este Chopin y en este Schubert?

No sabría decirle exactamente qué tienen estas piezas de mí. Igual cuando usted escuche el disco, es capaz de decirme mejor que yo. Siempre he dicho que la música, o al menos la que vale la pena escuchar, debería ser comprendida sin palabras. Y si hay algo que se me da mal a mí en la vida es explicar la música. Nunca lo he sabido hacer ni creo que llega a saber hacerlo. ¡Más allá de sentarte y tocar! Cuando intentas ponerle palabras a todo… pierde su sentido, ¡incluso lo destrozas! Decir esto delante de alguien como usted, que tiene una revista de música, es complicado, lo sé (risas).

La música en sí tiene que poder hablar. Y si no habla, o es mala música o el pianista lo hace mal. Es decir, la música ha de ser suficiente para que llegue a la gente. Si empiezas a añadir demasiadas cosas, te distraes.

En las notas de presentación del disco se habla de Cortot. Me pregunto cuánta gente le recuerda… a Cherkassky, Moravec… y hasta qué punto el intérprete está abocado al olvido.

Yo no creo tanto que el intérprete desaparezca olvidado. Por la razón que sea, hay pianistas del siglo XX que se recuerdan más que otros, pero en ningún caso será porque los que no se recuerdan tanto fueran peores. Si yo me pregunto qué pianista del siglo XX resulta un referente para ti, el primero que me viene a la cabeza es Dinu Lipatti. Es un pianista muy importante, pero, hoy en día, ¿cuánta gente te habla de él? Sin embargo, al menos en Estados Unidos, en España no sé si tanto, Vladimir Horowitz sigue siendo un artista reconocido, ¡O Rubinstein!

Al final, depende también del carácter de cada uno de ellos. De cómo se comportaban, de su manera de hacer… igual Dinu Lipatti, además de los muchos conciertos que dio, lo que le interesaba era estar en Suiza, dando clase… e igual Glenn Gould o Horowitz tuvieron vidas más llamativas, estaban más expuestos… y eso llega a más gente.

¿No es un poco injusto el tiempo con los intérpretes, en cualquier caso?

No, de verdad que no lo creo. Insisto, depende mucho de la atención que persiga y espere cada uno. Por ser una persona muy cercana a mí, le diré que, por ejemplo, a Maria João Pires le da bastante igual cómo se le recuerde. Lo último que le importa en la vida es si dentro de 50 años alguien se acordará de ella. De hecho, es que ni lo contempla. En cambio, hay gente que se preocupa mucho por su legado y por cómo se hablará de ellos. Quizá se den más importancia a sí mismos.

Hablando de legado, no sé si ha tenido oportunidad de conocer los pianos de cierta casa, que pueden tocar solos una obra específica, a la manera de un pianista concreto. Vivo o muerto. Puedes elegir: Yuja Wang, Vladimir Horowitz...

En general, la inteligencia artificial aplicada a la música, hoy en día, no funciona; ¡por suerte! (risas). Cuando digo que no funciona, no quiero decir que no pueda funcionar. Simplemente, si te fijas en ChatGPT por ejemplo, puedes tener una conversación con él y te habla como un ser humano. A veces se equivoca y te dice cosas que no son ciertas, pero te las dice con gran seguridad y aplomo. Leía esta mañana que Google, que quiere sacar una versión propia, ha metido la pata porque en un tweet que ponían como ejemplo de su gran habilidad, le preguntaban cuál era el primer telescopio que había hecho fotos de un planeta concreto. Se equivocaba en la respuesta, pero aún así lo sacaban en Twitter y un especialista en la materia les preguntaba: ¿No podíais haberlo comprobado antes de publicarlo? (Risas).

¡Hay muchos matices aquí! Por una parte, estos robots escriben muy bien. De hecho, tú puedes pedirle que te escriba un soneto y lo hace. Muy bien hecho. Rima y todo. ¡Es una maravilla! A nivel técnico lo hacen bien… aunque se equivoquen. ¿Cómo aplicas esto a la música? Las cosas menores en una conversación, en la música pueden serlo todo. De nuevo Google acaba de sacar una especie de chat de estos, enfocado a la música. Tú puedes decirle que te escriba una melodía de violines, acompañada por piano y que genere relajación. Y lo hace. ¡Pero el resultado es horroroso! ¡Y aunque estuviese tocado por la Filarmónica de Berlín! Sigue faltando algo… Y también lo tengo claro: si falta algo es porque a las compañías que desarrollan estos programas, de momento, la música no les interesa porque no les da dinero. ¿Qué ocurrirá cuando alguien invierta dinero en que una inteligencia artificial componga como Schubert? No lo sé.

En cuanto a los pianos, aún queda mucho, porque muestran sólo la forma más superficial de tocar de los pianistas que escogen. Horowitz, como puede comprender, más allá de tocar “despegadito” como hace este teclado, ofrecía mucho más. Y a pesar de las mil y pico dinámicas con las que cuenta esta tecnología… ni se le acerca.

¿Cómo comenzó su relación con el piano? Ahora que estamos en el centenario de Larrocha, ¿podemos hablar de niño o joven prodigio?

Qué va. En absoluto. Yo empecé a tocar a los seis años porque mi hermano también tocaba y me hacía gracia. Nunca fui ningún tipo de niño prodigio. De hecho, seré sincero: muchas veces me preguntan cuándo decidí ser pianista y la respuesta es que todavía no lo he decidido.

De alguna manera, yo tuve mucha suerte. Estaba matriculado para hacer Empresariales e Ingeniería Informática. En ese momento me dieron una beca para irme a Estados Unidos y me pareció más estimulante ir para allá. Básicamente yo fui tirando del hilo de mi vida, a ver dónde me llevaba. Sin embargo, nunca tuve aquello de que mis sueños fueran tocar en tal sitio o tal sala. Y de pronto te encuentras, sorprendido, dando conciertos en el Palau, el Auditori, el Liceu… lugares donde había ido toda mi vida a escuchar a los demás… ¡Ostras! ¿Qué hago yo aquí tocando ahora? Eran o son objetivos que nunca me he marcado.

A comienzos de 2023, ¿no lo tiene algo más claro?

Bueno, sí. O no. (Risas). Es que es como todo. Mire, yo soy una personal relativamente antipática y el piano me permite expresarme como me gusta. Pero también me comunico, de alguna manera, a través de las otras cosas que me gustan. Además, me gusta mucho combinar todas esas cosas, porque lo necesito. Si no lo hago, me aburro.

¿Y quizá todo ello le venga bien a su forma de expresarse al piano?

¡Totalmente! Ahora mismo estoy haciendo 70 cosas a la vez y es algo que me ayuda. También a mantener una perspectiva sobre las cosas. Nada es tan importante. En realidad todo da igual. Y el piano es una cosa más que da igual. Es bonito, es fantástico, maravilloso, pero no hay nada sin lo que no se pueda vivir. ¿He decidido dedicarme únicamente a esto? No, seguramente nunca lo haga. ¿Dejaré alguna vez de dar conciertos? Tampoco. Sin dar conciertos, sin el piano, me faltaría algo importantísimo.

Desde luego, ¡quisiera tener su capacidad de reflexión ante la vida! (Risas).

Mire, como dice Maria João, peor que salir a tocar, realmente no hay nada. Hay cosas peores, obviamente, pero en cuanto a un trabajo que tienes que hacer un día concreto, es cierto. Los conciertos, en mi caso, me permiten darle un poco la vuelta a las cosas. Lo de salir a tocar nunca mejorará. Siempre es una tortura.

Pero es una tortura que genera cierta dependencia. La propia Maria João me comentaba hace unos años que se retiraba… y aquí sigue…

Quizá esté en el hecho de que no tienes el 100% del control, como sí puedes tenerlo en una presentación, un discurso, una charla… Aunque tuvieras todo el control al tocar… ¡es que tienes que soltarlo! Si no, ¡nunca será música! Hay que dejar un espacio para que las cosas sucedan. Hay pianistas que no lo hacen… y así les suena el piano.

Ese pianista que, dice usted, es un tanto antipático… sin embargo se ha ido a ofrecer un concierto benéfico a Ucrania en plena invasión rusa. ¿Cómo ha sido la experiencia?

Bien, ha ido muy bien. La idea de ir para allá ya estaba sobre la mesa antes de que comenzase la guerra. Obviamente, cuando empezó se tuvo que cancelar, pero en un momento dado nos dijeron que podríamos intentarlo. Dijimos que sí y justo fue la semana que los rusos comenzaron con las oleadas de misiles. Hablé con tanta gente como pude que estaba allí trabajando y llegué a la conclusión de que seguro del todo no se está en ningún sitio. Que se podía ir. Fue una experiencia muy buena. Es cierto que nos paraban los ensayos por las sirenas y había que trasladarse al refugio antiaéreo. Las líneas ferroviarias estaban bombardeadas y los músicos tardaban más en llegar… Haces lo que puedes en esa situación, pero mientras estés dispuesto a adaptarte y viendo que ellos están tocando allí por su causa, siempre salen emociones bonitas.

Esta experiencia también define un poco su manera de entender la carrera, como los muchos conciertos benéficos que ofrece aquí…

Simplemente, entiendo que cuando he podido ayudar, lo he hecho. Tampoco puedo decir que yo haya tenido grandes iniciativas por mí mismo. Quizá hasta ahora no he tenido el tiempo o la manera de organizar cosas a nivel social. Ahora, siempre que se me ha pedido y he podido, ahí he estado. La verdad es que me encanta. Al final, para eso estamos.

Ha salido su nombre durante esta entrevista y tengo entendido que iniciará en breve una gira de conciertos con ella, con Maria João Pires.

Sí. Ya hemos tocado juntos en muchas otras ocasiones y este es un proyecto concreto que a ella, realmente, le encanta: hacer schubertiadas. Lo estamos montando poco a poco. De momento está pensado en cuatro conciertos, donde participamos tres pianistas: Maria João, Ricardo Castro y yo. Hay obras para cuatro manos como la Fantasia, para piano solo… hay un cuarteto de cuerda… se hacen obras de cámara como La trucha… también hay un cantante de Lied… un pianista de jazz que improvisa sobre Schubert, una cantante pop… En total somos como unos 12. Todo ello con un trabajo importante de dramatización. Es algo muy pensado, creando un espíritu de colaboración y como de estar en el salón de casa, haciendo algo cercano, con ese cierto, carácter cuasi improvisatorio. De momento está previsto hacerse en París, quizá Ámsterdam, Lisboa…

Por concluir: hemos comenzado hablando de un disco y quisiera preguntarle por otro, que si no me equivoco tiene previsto sacar próximamente, en torno a Brahms, Skriabin y Ferran Cruixent.

¡Ah, sí! ¡Cierto! Con Ferran, del que soy muy amigo, un día hablando me dijo que me iba a hacer una obra. Él es genial. Toco poca música contemporánea, la verdad, pero la suya sí. Le conocí porque tocando con la OBC, la orquesta abría el programa con otra partitura suya. Es un tipo de música diferente. Recuerdo una obra suya en Youtube, con Leonard Slatkin, donde los músicos de la orquesta, de repente, sacan el móvil y ponen un archivo a reproducir… sonaba como algo galáctico… y unido a una especie de coral en la cuerda… ponía la piel de gallina. Tiene otra obra sobre una inteligencia artificial que sufre por si la apagan. Le digo de veras, su obra es muy bonita, es impactante.

Sobre la obra que voy a grabar, estamos ultimando cómo hacerla, porque incluye un altavoz con el que hay cierta conversación con el piano… con un ricercare en el que se alternan, muy complejo… quizá lo realicemos con un piano transacústico, que llevan bovinas en la tapa armónica y suena curiosísimo. Lo uniré a la Sonata nº2 de Skriabin y el Op.118 de Brahms.

Le intuyo a usted, en un concepto que me acabo de inventar, como de Romanticismo interior, de ese piano hacia dentro...

Sí, bueno. Al final son las influencias que uno ha tenido a lo largo de su vida y de su carrera. Yo he estudiado con Jerome Lowenthal, que a su vez era alumno de Cortot. Con Maria João pues tocas Brahms, Schubert…

Otro de sus profesores ha sido Menahem Pressler, que cumple 100 años. ¿Se ve usted tocando hasta los 100?

¡Sí! ¿Por qué no? Gente como Pressler, seguramente porque han conseguido y han hecho tanto en la vida, sí que tiene un objetivo de que quiere tocar hasta los 100 años. Yo no creo que tenga nunca esa meta… ahora, si puedo tocar y se me mueven los dedos… y sobre todo, si vivo hasta entonces (risas)… yo no voy a renunciar a ese placer. Otra cosa es hacerlo delante de gente… eso tendremos que ir hablándolo.