Albert Boadella

Albert Boadella: “Hemos hecho, por fin, la versión española del Don Carlo”

Enfant terrible venido a menos, burgués confeso, hombre de teatro de los pies a la cabeza, controvertido como todo aquel que no se muerde la lengua en materia política y sobre todo y por último artífice de la puesta en marcha de los Teatros del Canal, Albert Boadella estrenó el pasado verano en El Escorial su versión del Don Carlo de Verdi. Una obra a mayor gloria de la leyenda negra sobre la historia de España que Boadella dice haber cogido por las solapas para ofrecer, por fin, una versión que se ajuste a la naturaleza de los hechos. 

Personalmente, habiendo visto la producción en El Escorial, tengo mis dudas de que el resultado final esté a la altura de lo que su director de escena pregona. Sea como fuere, este Don Carlo llega ahora a los Teatros del Canal, con un reparto netamente distinto al que la puso en pie el pasado verano. Albert Boadella conversa con Platea Magazine acerca de su propuesta para este título, acerca de la realidad de los Teatros del Canal y en torno a sus próximos proyectos.

¿Por qué a estas alturas de su carrera se decide a embarcarse en una tarea tan ardua como la de escenificar una ópera, y nada menos que una obra de la envergadura del Don Carlo de Verdi?

Desde que abandoné Els Joglars hace ya dos años, uno de los motivos de esa decisión es que quería dedicar mi vida a la música, al teatro musical. Hice Amadeu, que era un musical sobre Amadeo Vives. Fue mi primer paso en este sentido, tomé consciencia de cómo tenía que trabajar las  estructuras musicales. Hice después El pimiento Verdi, ambos dos espectáculos en los que yo mismo trabaja el guión. Quise dar le paso después a la ópera, pero pensé que tenía que hacerlo no con una ópera bufa, un Rossini por ejemplo, sino con una obra que me entusiasmara y a la que yo le viera ciertas posibilidades dramáticas para aplicar algunos acentos distintos a su libreto, sin tocar ni una nota, ni una palabra. Pero sí a través de la construcción de los personajes y de las escenas, trasladando por ahí mi trabajo como dramaturgo. Y Don Carlo me fue a la perfección. Yo siempre me había sentido muy incómodo cada vez que en el extranjero veía Don Carlo y pensaba que, como español, quedaba muy mal. El argumento es el que es, hay que entenderlo dentro de su contexto, pero en general los directores ponían siempre más acento sobre la maldad de Felipe II, sobre la tremenda Inquisición que dominaba España. Y se encontraba en eso un filón para cargar las tintas. Yo pensé que era momento de hacer algo distinto, poniendo ciertos matices que me los proporciona incluso la propia realidad histórica, de modo que la obra adquiere un dramatismo más auténtico. El primer hecho que suministra la realidad es que Don Carlo era un loco peligroso y Felipe II era un hombre profundamente enamorado de Isabel de Valois. Y la Inquisición no fue algo tan terrible, fueron peores las Guerras de Religión en otros países. 

Su voluntad era entiendo la de limpiar y combatir la extendida leyenda negra que incluso hoy pervive generando una idea muy marcada de lo español.

Medio en broma, medio en serio yo dije el pasado verano en El Escorial que habíamos hecho por fin la versión español de Don Carlo. Hay tantas versiones de la ópera, con tantos cortes, etc., que por fin hemos hecho la versión española, creo yo. El propio libreto de Don Carlo tiene algunos aspectos un tanto defectuosos, como el final. Es sin duda un final que hoy podríamos denominar como infumable, si me permite la licencia; con esa especie de fantasma que aparece por allí y se lleva a Don Carlo, no sabemos muy bien si se lo lleva, se lo come o qué. Lo mismo que desde un punto de vista musical es magnífico, hay que reconocer que dramáticamente tiene sus flaquezas. El final con el coro ofrece en este sentido más posibilidades. Y la realidad me proporciona un detalle muy importante, y es que Don Carlo prácticamente se suicida. Ante su encarcelamiento, decide destruirse a sí mismo: se niega a comer, le tienen que alimentar por un embudo y termina muriendo por una disentería o similar. Por tanto en mi producción acabo con algo mucho más teatral y ajustado al a realidad, que es el suicidio de Don Carlo.

Recuerdo el final que menciona en la funciones de El Escorial y en efecto me parece que guarda una relativa coherencia con la realidad, pero al mismo tiempo pensé que entraba en contradicción con su idea de no tocar ni una coma del libreto. 

Bueno, en realidad el texto no se toca en absoluto, ni una coma. Ni por supuesto la música, asumiendo que es una versión con los cortes que corresponden, etc. Pero mi intervención sí está en la dramaturgia, claro, en las acotaciones. Las acotaciones es algo que hoy por hoy se presta a la intervención de un director de escena: se hacen, no se hacen o se hacen de manera distinta. Yo asumo que Don Carlo es un personaje demente y eso da lugar a ciertas opciones dramáticas. Lo mismo que la escena de celos entre Felipe II e Isabel, que es un poco una escena al estilo de Otello. Pero todo esto son aspectos de matiz, de acotación concreta en torno al dibujo de los personajes. En general, todo el que ha visto un Don Carlo, cuando ve el que hemos hecho nosotros comprueba que está todo ahí, todo le encaja salvo quizá el pequeño retoque en el final que mencionaba. He huido por descontado de cualquier invento. El espacio escénico es el que es, un espacio limpio para que el espectador pueda imaginarse los distintos lugares, etc. Pero soy radicalmente fiel a la idea original. No he metido a Don Carlo en una fábrica ni nada similar (risas).

Tanto Don Carlo como Simon Boccanegra, por citar otra de las grandes obras de Verdi, tienen un marco histórico del que imagino que es muy difícil salirse a la hora de ponerlas en escena.

Salir del marco histórico de Don Carlo es muy complicado. Yo lo he visto hacer, por supuesto, y habrá quien le vea sentido. Yo no soy partidario; en óperas históricas no tiene mucho sentido. Ver en escena gente en tejanos no ayuda a penetrar en el calado histórico de estas tramas. Don Carlo tiene un contexto, un momento histórico; tiene una figura clara, la de un rey de la Cristiandad, que cree que sigue los designios de Dios en la tierra. Eso no es se puede actualizar, sólo cabe ponerlo en su contexto. Y si lo quitamos desaparece el sentido original de la obra.

Con esta producción ponía de algún modo el broche a su tiempo en los Teatros del Canal. ¿Cuál es su balance de este tiempo al frente de la institución?

Estos siete años en los Teatros del Canal han sido para mí una sorpresa. Yo acepté venir aquí con la idea de estar un par de temporadas. Así se lo dije a Esperanza Aguirre: la idea era poner en marcha la institución y yo seguiría con mi trabajo. Pero el equipo de trabajo que hemos tenido ha sido tan extraordinario, ha sido tanta la compenetración, que año a año íbamos alargando mi contrato. Hasta que decidí tomar la decisión de dejarlo. No trato de desvincularme por completo de los Teatros del Canal, a los que voy a seguir ligado de un modo u otro. Pero sí quiero dedicar más tiempo a proyectos fuera de allí, como la ópera. La experiencia de esta institución creo que ha sido muy positiva para todos. Hemos levantado un teatro desde cero, yo lo viví desde que se estaba construyendo la sala. Y hemos construido una audiencia muy importante, con una programación muy variada pero siempre con un filtro de calidad alto. Hemos consolidado un modelo de teatro público muy insólito en Europa, con un procedimiento de programación muy amplio. Los teatros públicos suelen ser teatros de director, porque el director suele escoger para programar lo que a él le gusta. Aquí no ha sido el caso: yo he programado muchas cosas que no me gustaban porque entendí que me debía a unos contribuyentes que sostienen la institución con sus impuestos y con sus entradas. En Europa tan sólo el Barbican de Londres tiene un planteamiento semejante, aunque no tan abierto.

Entre su futuros proyectos ¿hay algún nuevo título de ópera para escenificar?

Sí, hay un nuevo proyecto en coproducción con el Teatro Real, e imagino que con más instituciones, que es una ópera sobre Picasso. Yo me encargo del libreto, la dirigiré en escena y cuenta con música del compositor Juan José Colomer.

Del mismo modo que Don Carlo es una suerte de fotografía de un momento de la historia de España. ¿Qué episodio de nuestra España de hoy le parece más operístico para poner en escena?

Yo buscaría sin duda una trama de ópera bufa, de enredo cómico. Nuestra España de hoy no tiene la dimensión épica que tienen muchas óperas, como el propio Don Carlo, con grandes sentimientos y acciones. Aunque en el fondo sea una tragedia familiar, hay grandes pasiones detrás. En nuestra España todo se parece hoy más a una comedia de enredo que otra cosa.