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RESPONDIENDO Y ACLARANDO DUDAS

El músico silencioso. Por qué hay que dirigir a la orquesta. Mark Wigglesworth. Alianza Música. Madrid, 2021.

El libro que nos presenta el director de orquesta Mark Wigglesworth, editado por Alianza Música, tiene, sobre todo, dos vertientes que se entremezclan a lo largo del texto: una reivindicativa y otra divulgadora. La primera se centra en explicar al gran público (pero también a muchos melómanos) la importancia y función de un director a la hora de la interpretación de una obra clásica. Pero, a la vez, como ya se ha dicho, Wigglesworth aprovecha para explicarnos de una manera amena, clara y sin profundizar en demasía, como son los distintos géneros en los que se ve implicado un director.

Está claro que uno de los primeros “trabajos” de un director es el de organizar una interpretación: Realizar una labor de coordinación entre todos los participantes y dar una respuesta única y conjunta a la obra que se aborda. El director, cada uno con un marchamo propio, estudia la obra y al compositor, y da forma a esa estructura formada por muchas partes para que el oyente perciba una música con entidad propia, compacta en la diversidad de sus componentes. Al pasar por el tamiz del director, cada interpretación es diferente, aunque la obra sea la misma, pues él aplicará su sello propio, su visión particular. Pero todo esto no es fácil ni sencillo. El autor nos describe cómo es ese proceso, cómo la relación con la orquesta no resulta siempre fácil y que depende en gran medida de la personalidad del director. Al fin y al cabo es un “gestor” y tiene que haber una comunicación fluida para que las ideas que él pueda tener sobre la interpretación puedan ser asumidas por los músicos a sus órdenes. Es curioso (y a la vez de una sinceridad apreciable) como habla del “carisma” del director (algo que es innato o no) o las exigencias que tienen los propios componentes de la orquesta con el director. Es como si Wigglesworth quisiera guiar a sus colegas más jóvenes en el difícil camino de la conexión entre director y orquesta y a la vez expusiera al público los entresijos de una relación que el melómano sólo intuye.

Es en la primera parte del libro (en capítulos como Dirigir los movimientos o Dirigir la música) donde la sinceridad que recorre el texto es más patente. El director nos explica cómo son las actitudes del propio director (su trabajo de expresividad, de movimiento, de engranaje de todos los elementos que participan en un acto musical) y las reacciones de orquesta y público. Más adelante nos adentramos en direcciones específicas como son las de las óperas y los conciertos, a las que se dedican dos capítulos diferenciados. Ahí, las personas más conocedoras de la clásica no descubrirán muchas cosas nuevas pero sí que resulta interesante para realzar esa versión divulgativa que busca el libro. La idiosincrasia del propio director se ve reflejada en el claro, autocrítico y, a veces, humorístico apartado con el que finaliza el texto: Dirigirse a uno mismo, uno de los que más merece la pena leer y que más ayuda a comprender que es un director, lo que puede sentir, sus vivencias.

En resumen un texto enfocado a un amplio público, de grata lectura ya que la prosa no es demasiado técnica ni ampulosa, y que permite conocer un poco más a esa figura divinizada a veces (más antes que ahora) que es el director de orquesta.