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A MI MANERA

Sangre, poesía y pasión (Dos siglos de música, ruido y silencio en el Teatro Real) Rubén Amón. Alianza Editorial. Madrid, 2018.

No hay duda que el libro que el periodista Rubén Amón, publicado por Alianza Editorial, ha escrito alrededor de la historia del Teatro Real con motivo del bicentenario de la orden que lo creaba (aunque no se inaugurara hasta 1850, que es cuando se suelen celebrar estas efemérides) es fruto de su pluma y de su estilo. El texto nace con la intención de ser una crónica cuasi-oficial de la polémica (por los datos que acabo de comentar en cuanto a las fechas) celebración y lo envuelve un aire de ensalzamiento y admiración hacia la institución operística más señera de la capital de España. Porque la idea fundamental que nos quiere transmitir Amón es que, frente a viento y marea, el Real ha sobrevivido y, según su criterio, vive sus momentos más gloriosos, con una gran estabilidad artística y económica que no había conocido hasta ahora. Son aseveraciones que, como casi todas las del libro, parecen no permitir réplica y no es la intención de esta reseña hacerlo. Pero está claro que, visto objetivamente, hay hechos del presente más reciente que se soslayan hábilmente (un ejemplo clarísimo es el vergonzoso momento elegido para el cese de Mortier) y se tiende a ensalzar la labor del timonel actual del Real, pese a que no todas las voces del mundo de la ópera estarán de acuerdo con estas alabanzas.

Entrando en materia, el título “Sangre, poesía y pasión” está relacionado directamente con La forza del destino, la ópera estrenada en San Petersburgo en 1862 y que tras posteriores revisiones y su presentación en Roma en 1963, dirigió el propio compositor de la obra, Giuseppe Verdi, en el Real con presencia del Duque de Rivas, autor del drama (Don Álvaro o la fuerza del sino) en la que se basa el libreto de Francesco Maria Piave. Amón, que juega a casi insinuar que el estreno de la ópera fue en Madrid, toma esta ópera como referencia de los diversos avatares del coliseo matritense. En los siguientes capítulos, el escritor va pasando, de una forma que se me antoja un poco caótica, de un tema a otro: de hablar de la pasión por Verdi al fervor wagneriano; de las andanzas de Gayarre al olvidado Meyerbeer o los años en el que el recinto se convirtió en sala de conciertos; de la devoción por Alfredo Kraus (en los años en los que la ópera se refugió en el castizo Teatro de la Zarzuela y que forman parte de la narración como si hubieran sido en el Real) y la inquina, por lo menos en los círculos de aficionados más “radicales”, a Plácido Domingo. Por cierto que, humildemente, Amón, que ha sido biógrafo del cantante madrileño, reconoce que aquellos comentarios tenían bastante de lo que hoy denominaríamos “postureo” más que de realidad y reconoce en un capítulo dedicado a Domingo, toda su grandeza y su valía en la historia reciente de la ópera. Como también reconoce al polémico Gerard Mortier que con sus apuestas de enfant terrible, y nunca exentas de críticas, puso al Real en los circuitos operísticos europeos, pero, como se dijo más arriba, pasa de puntillas por su destitución. En cambio da mucha información sobre las polémicas relaciones del director Jesús López Cobos primero con la ONE y luego con el Teatro, su patronato y Mortier. Aquí Amón se moja y deja entrever su apoyo al ya fallecido director zamorano.

Esta reseña se podría extender más porque hay muchos puntos discutibles sobre ciertas maneras de expresarse el autor que rozan lo chusco como ocurre, por ejemplo, con los adjetivos sobre el físico de Montserrat Caballé reiterados hasta cuatro veces en la misma página del libro (y no dudo que Amón admire y respete a la insigne soprano catalana). Cuando se escribe un texto de este cariz hay límites que creo no se deben cruzar. Pero, como ya dije al principio, el libro es hijo de su autor y su pluma periodística se ve plenamente reflejada en sus páginas. Si les gusta el estilo de Rubén Amón se sentirán satisfechos e, incluso, divertidos. Si no, decidan ustedes mismos.

Foto: Alianza Editorial