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IMPRESCINDIBLE

Armonías y suaves cantos. Las mujeres olvidadas de la música clásica. Anna Beer. Ed. Acantilado. Barcelona 2019

Una vez más hay que caer en lo obvio: lo necesario que es reivindicar el papel de la mujer en la música, tanto como intérprete como compositora. Y la deuda que la bibliografía musical tiene con estas mujeres se empieza a enmendar con libros como este que comentamos hoy. Realmente es un volumen de los más interesantes que han llegado en el último año a la sección de libros de Platea, tanto por su temática como por su exquisita edición (típica de Acantilado) y, sobre todo, por el rigor y talento de Anna Beer, su autora.

Ya es revelador el título del primer capítulo que, a modo de prólogo, abre el libro: “Notas desde el silencio”. Ese silencio que ha cubierto la labor de tantas mujeres que, contra viento y marea, contra una sociedad represora y de sus propios compañeros de profesión y que ahora empezamos a conocer más en profundidad. En esta recuperación tiene que ver también el impulso de musicólogas que se han propuesto dar a conocer a estas artistas que fueron ejemplares en cada uno de los momentos que les tocó vivir. Un ejemplo es Marcia Citron que, como nos comenta Beer, creía que alentaría a las mujeres que hoy en día se dedican a la composición a seguir en su empeño y a las orquestas a programar obras escritas por mujeres. Es un libro que aunque no soslaya todos los problemas por los que pasaron las mujeres compositoras y cuántas de ellas dejaron de trabajar por imposiciones familiares y sociales, busca sobre todo el lado positivo de ocho mujeres cuyo trabajo ha tenido eco hasta nuestros días, que lucharon y, hasta cierto punto, triunfaron en su momento.

¿Quiénes son estas ocho mujeres?

Por orden cronológico comenzamos con Francesca Caccini, compositora en la Florencia de la primera mitad del siglo XVII. Los Médici que, a pesar de las vicisitudes políticas, siendo la familia que impera en la ciudad, protege a las artes. Y entre los artistas de la época brilla esta hija de músicos que es la encargada de la música de diversos espectáculos, para distracción y celebración en fiestas mundanas, generalmente espectáculos líricos donde también participa como cantante o instrumentista. Nos trasladamos a Venecia, casi en la misma época, para conocer a Barbara Strozzi (aunque no se sabe a ciencia cierta si Giulio Strozzi, que le da su apellido, es su padre o no). Lo que sí se sabe es que va a ser su maestro pero también, como tanto ocurre en la época, su explotador artístico. Su éxito va unido a sospechas de promiscuidad sexual, no puede ser que una mujer llegue tan alto si no es a cambio de “favores”.

No podemos pararnos, aunque sólo sea someramente en las otras mujeres, que a modo de ejemplo, Beer estudia en su magnífico libro: la francesa Jacquet de la Guerre (nacida Elisabeth-Claude Jacquet) que triunfa en la corte de Luis XIV, el Rey Sol;  austriaca y de la siguiente generación es Marianna Martines, que triunfa en la Viena de María Teresa; la más conocida Fanny Mendelssohn (a la que la autora se refiere, como es tradición en el mundo anglosajón, con su apellido de casada, Hensel); la gran compositora y pianista Clara Schumann (de soltera Wieck); Lili Boulanger, la joven y prometedora compositora francesa que también aparece en un libro recientemente aparecido sobre su hermana Nadia; y, finalmente, la irlandesa Betty Maconchy, una de las más destacadas compositoras en la Inglaterra del siglo XX.

Un libro imprescindible, muy bien escrito y con una excelente traducción de la que son responsables Francisco López Martín y Vicent Minguet, y que nos dará a conocer un mundo que la historia de la música en raras ocasiones ha tenido en cuenta.