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Ser un niño eternamente

Éste es uno de los deseos que Sviatoslav Richter (1915 - 1997) comenta en los recuerdos que Yuri Borísov ha recopilado en su libro Por el camino de Richter que hace pocos meses editóAcantilado traducido por Joaquín Fernández-Valdés. Un libro muy recomendable no sólo para aquellos amantes del insigne pianista sino también para cualquier aficionado que quiera tener una visión muy particular sobre las grandes obras para piano del repertorio clásico. La belleza de estas líneas, lo que atrapa al leerlas, es cómo Borísov va engarzando las conversaciones con Richter para darnos una visión del artista, del hombre. Es una imagen que refleja una extensa cultura, una formación impresionante y especial humanidad que llega al lector. Hace poco también leía las conversaciones, y memorias también, de Igor Stravinski escritas por Robert Craft. No sé si por culpa del trabajo del escritor o de la personalidad del compositor nunca llegué a empatizar con el personaje. Son interesantes sus comentarios, sus recuerdos, sus opiniones, pero, siendo uno de los grandes compositores del S. XX, el libro no me enganchó. Todo lo contrario que el de Richter, donde desde el principio el lector se da cuenta de su amor por la música, de su conocimiento profundo del amplísimo repertorio que transitó y, sobre todo, de cómo esa música le hacía sentir, lo que soñaba, lo que las notas expresaban, y cuál era el momento preciso para escucharlas o tocarlas. Y también sus estados de ánimo, sus problemas con la depresión, su relación con la mujer que le acompañó gran parte de su vida, la soprano Nina Dorliak.

Los distintos capítulos nos van descubriendo opiniones sobre pintores (Richter tenía un conocimiento exhaustivo de la pintura rusa del s. XX, una admiración absoluta por Vermeer, conoció y trató a Picasso), compositores (Britten es de los más mencionados y con los que mantuvo una relación más estrecha, pero también se habla de Shostakovich, Prokofiev, Debussy, Brahms, Chopin) y, cómo no, sobre sus compañeros pianistas. Destaca su veneración por su maestro Heinrich Neuhaus (de ascendencia alemana también y que junto a su padre y Wagner consideraba los pilares de su formación, como  él mismo comenta en el interesante documental Richter L’Insoumis de Bruno Monsaingeon) y los comentarios muy atinados sobre Gould o Gílels. Por estas páginas van asomando maestros de todas las artes: Velázquez, Passolini, Kurosawa, Rostropovich, Toulouse-Loutrec, Natalia Gutman, el cuarteto Borodín, Gogol, Chejov y muchos otros. Y sobre todo Proust. De hecho el título del libro, Por el camino de Richter, es un homenaje al primer libro de En busca del tiempo perdido. Muy interesante también el capítulo en el que nos habla de sus grabaciones, con las que era muy exigente y de hecho declara que salvaría muy pocas, no más de diez. El volumen se completa con unas “reflexiones” del pianista sobre distintos compositores y algunas de sus obras, y una relación de su repertorio que marea por su amplitud y variedad. Destacar también las notas a pie de página de Borísov que son imprescindibles para comprender muchos de los comentarios de Richter. El libro merece la pena, no se lo pierdan.