lazo verde sevilla

El lazo verde. Sobre la crisis económica y los recortes en el mundo musical 

El pasado miércoles, antes de entrar a la representación de L’Elisir d’amore dentro de la temporada del Teatro de la Maestranza, se proponía al público que acudía a la representación lucir un lazo verde como parte de una campaña en defensa de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla que ve peligrar sus condiciones actuales por los drásticos recortes que están aplicando las diversas administraciones encargadas de su financiación. Muchas personas que asistimos a esa representación portamos el lazo. Incluso el director musical de la ópera, Yves Abel, que no forma parte de la plantilla de la Orquesta, también lucía este signo de solidaridad. Esta situación no sólo está ocurriendo en Sevilla o en Andalucía. Ahí tenemos casos como la de la AGAO navarra (Asociación Gayarre de Amigos de la Ópera) que está luchando por su supervivencia debido los recortes drásticos en las ayudas públicas. Éste es uno de los casos más extremos pero han sido muchas instituciones dedicadas a la música las que han tenido que suprimir un número importante de sus actividades por la famosa crisis y los temidos recortes.
 
Está claro que la crisis es general y el mundo musical no puede ser ajeno a esta situación. También es evidente que hay que ajustar presupuestos, buscar nuevas fuentes de financiación, atraer a nuevos públicos y otras muchas iniciativas. Pero cualquiera que conozca un poco este mundo por dentro se da cuenta que todas esas medidas ya se están tomando desde hace tiempo. Que direcciones artísticas, asociaciones de amigos, juntas de socios, están por esa labor y ponen todo su empeño en ello. El problema es que desde un amplio sector del mundo político se ve este apartado de la cultura -o quizá tristemente, toda la cultura en general- como un mundo elitista, minoritario, sólo apto para gente ya entrada en años y que produce poco rédito popular. Son fácilmente rebatibles esos argumentos. En los conciertos hay personas de todos los niveles económicos, eso sí, unidos por una pasión: la música. Es verdad que el porcentaje de personas maduras es más alto que en otros espectáculos, pero ese público se va renovando, las edades se mantienen, no se van elevando hasta la desaparición de los espectadores. Por otra parte sería demasiado obvio hablar de la necesidad primordial que tiene el ser humano del mundo cultural y lo que ha significado y sigue significando en su evolución: es uno de los pocos logros de los que puede estar orgullosa la humanidad a través de los siglos, algo que sin ninguna duda nos ha hecho mejores.
 
Pero hay un claro argumento para demostrar que el apoyo al mundo musical revierte en toda la sociedad, no solamente en la supuesta élite que acude a estos acontecimientos culturales. Ese argumento es el beneficio económico. Sirva mi caso particular de ejemplo, aunque, como dirían las señoras de antes, esté feo personalizar. Soy funcionario, del grupo B, gano un sueldo digno que me permite dedicar digamos los excedentes que aparecen después de cubrir los gastos básicos a viajar para ver ópera. Esos excedentes, otros compañeros los dedican a tener una segunda residencia, a adquirir tecnología de última generación, a ser socio de un equipo de fútbol o a ir al bingo a pasar el rato. Con su dinero cada uno hace lo que quiere. Volvamos a mi caso. En este viaje a Sevilla para ver el L’Elisir tomé el AVE, un par de taxis y por supuesto comí y cené en dos restaurantes distintos y de diferente precio. La ópera estaba subvencionada por la administración pública pero yo pagué unos impuestos con el billete de AVE, los taxistas que me transportaron también los pagan por su actividad y ganan con ella un dinero que vuelven a invertir en sus necesidades y, los que puedan, en su ocio. Igualmente se puede comentar de los restaurantes. En mi caso, y como en el mío en el de otras personas que viajaran de más o menos lejos a Sevilla para ver ese Elisir, dejamos ese día en la ciudad una cantidad, mayor o menor que revertirá en última instancia en toda Andalucía. Hace un tiempo ABAO, la asociación que mantiene una de las temporadas de gestión privada más prestigiosas del país, hizo un estudio sobre la repercusión, en forma de beneficios económicos, que su actividad tenía en la villa de Bilbao y en todo Euskadi. Ese beneficio suponía un monto económico mucho mayor que las subvenciones que recibía la Asociación de las administraciones públicas. La cultura no sólo “chupa” fondos públicos, genera indirectamente mucho más dinero que el que recibe a las arcas oficiales y eso tiene que pesar cuando los políticos se plantean los recortes a las instituciones musicales. Mucho más importante que el beneficio monetario tendrían que ser los beneficios sociales (casi todas las instituciones de las que hablamos realizan campañas entre los más jóvenes para dar a conocer la música clásica, la ópera) o los de enriquecimiento personal que implica el tomar contacto con la cultura, la felicidad que procura. Si esto no les vale, señores políticos, piensen que cuando están dotando a una institución musical de forma digna están invirtiendo en un negocio muy rentable, social y económicamente. No lo olviden y consigamos entre todos que no sea necesario ponerse lazos verdes, ni de ningún otro color.