Varnay Ocaso Bayreuth51

Astrid Varnay: la humanidad wagneriana. 

Debo a Astrid Varnay (25 de abril de 1918 - 4 de septiembre de 2006) la pasión por las obras del compositor alemán, después de asistir siendo muy joven a mi primer titulo wagneriano. Fue en enero de 1956, con una impresionante versión de Tristan und Isolde, con los famosos y bellísimos decorados de Mestres Cabanes. Afortunadamente los liceístas tuvimos la suerte de volver a oírla la temporada siguiente en Die Walküre, donde alternaba los roles de Brünnhilde y Sieglinde, con una impresionante diferenciación entre los dos personajes y también Götterdämerung, donde tuvo como compañero al valiente tenor Bernd Aldenhoff, con momentos de una brillantez espectacular, dirigidos por Laszlo Halasz. No tengo constancia que actuara en otros teatros españoles. Vale la pena mencionar que Varnay estaba prevista cuando la venida de los Festivales Wagnerianos del Liceu, en 1955, pero no pudo actuar por la enfermedad y muerte de su marido.

Varnay nació en Estocolmo en 25 de Abril de 1918 y murió en Munich el 4 de Septiembre de 2006.  Su padre era un buen tenor que cantó por Europa y América y su madre fue una interesante soprano, por lo que su hija vivió el arte desde muy pequeña. Las circunstancias por las que pasaba Europa en aquellos momentos les llevaron a cambiar de residencia emigrando a America como tantos artistas. Estudió con su madre y más tarde Kirsten Flagstad, amiga de la familia que vio sus grandes posibilidades, les recomendó que estudiara con Hermann Weigert, quien más tarde sería su esposo y que fue básico para su formación, especialmente en las óperas wagnerianas. Él la hizo entrar a fondo en los personajes, tanto desde el punto de vista vocal como creativo, estudiando el porqué de cada frase y cada escena. Aprendió muchas óperas, especialmente wagnerianas y estaba muy preparada para en cuanto surgiera la ocasión de debutar, hasta tal punto que dominaba el personaje de Isolde cinco años antes de cantar por primera vez ese rol.

Tenía su primera actuación en el Metropolitan de Nueva York con Lohengrin, pero su presentación se avanzó a causa de una repentina enfermedad de la gran soprano Lotte Lehmann, de modo que cantó Sieglinde en Die Walküre, el 6 de Diciembre de 1941 y al lado del gran Lauritz Melchior, que le prestó todo su apoyo, consiguiendo un gran triunfo, con unas críticas muy favorables que alababan las grandes virtudes de la joven debutante. A partir de ahí empezó su gran carrera por Estados Unidos y América del Sur, cantando en 1947 Der Ring des Nibelungen en Buenos Aires, con Erich Kleiber al podio. Su repertorio también incluía obras de compositores italianos, que normalmente eran cantadas por artistas de la misma nacionalidad, siendo remarcable su Amneris en Aida en Chicago en 1944 y sus actuaciones en la ciudad de los rascacielos en Un ballo in maschera y Cavalleria Rusticana. También cantó con frecuencia en México, en operas italianas como Il trovatore y Aida, entre otras. En 1948 hizo su presentación en Europa, concretamente en Londres con Siegfried. El año 1951 fue definitivo para su curriculum, al presentarse en el Festival de Bayreuth por recomendación de Flagstad, pero sin audición previa como era preceptivo. Actuó allí durante diecisiete años, interpretando todo el repertorio wagneriano. 

En estos años las continuas actuaciones en Europa la llevaron a un cierto distanciamiento con el Metropolitan, como consecuencia de las ideas de su director Rudolf Bing, amante de otro tipo de repertorio, hecho que coincidió además con la muerte de su marido, lo que la llevó a no volver actuar en el teatro neoyorquino hasta 1974, con Jenufa y cuando ya su voz había evolucionado y sus roles habían cambiado, despidiéndose de hecho en 1979 con Mahagonny

La actuación de la soprano era tan completa, vocal y escénicamente, que cuando le preguntaron a Wieland Wagner por ella dijo: “Para qué quiero un árbol en escena si tengo a Astrid Varnay". Y es que su personalidad irradiaba fuerza, fruto de un profundo conocimiento de lo que interpretaba y estaba dotada de una expresión comunicativa que dejaba sin aliento, gozando con cada sílaba en su interpretación y con cada gesto, que expresaba tanto con su canto. Su voz era poderosa y fascinante, con una gran presencia, un registro central lleno y un registro agudo seguro y espectacular, con las características típicas de una soprano dramática

El recordado amigo Ángel F. Mayo la llamó "la Callas del norte", definición que resume en pocas palabras lo que era la cantante americana: una intérprete completa, una artista extraordinaria. Su arte convencía porque, manteniendo el estilo exigido, ofrcía una versión del genio de Bayreuth dotada de una humanidad singular, que penetraba en lo más íntimo y conseguía integrar al espectador en cada uno de los personajes, en los que ella misma alcanzaba una inmersión total. Otro gran admirador de su arte fue Hans Knappertsbusch que la definió como “inalcalzable”. De este director la propia Varnay dijo, con su habitual sentido del humor e inteligencia: “Es un placer actuar con el si tienes el fiato adecuado”.

Esta humanidad y su tremenda camaradería las pude comprobar personalmente cuando después de adquirir dos recitales de la firma Remington se los llevé a firmar a su paso por Barcelona. Muy amablemente me dedicó el primero, y para el segundo puso “lo mismo” y firmó. Estos LP son un ejemplo de versatilidad interpretativa y poder de comunicación. Hizo pocas grabaciones comerciales, pero afortunadamente hay numerosas versiones en vivo de sus grandes interpretaciones wagnerianas, straussianas y también registro de sus grandes posibilidades en las óperas italianas. Dentro de sus varias Tetralogías cantadas en Bayreuth desde su debut cabe destacar la de 1956, con un reparto impresionante junto a Wolfgang Windgassen y Hans Hotter, dirigidos con maestría por Knappertsbusch. Es muy interesante también oír su Tristan und Isolde con Ramón Vinay, en el que situados lejos del director Herbert von Karajan se ayudaban mutuamente en el difícil y largo dúo. De Richard Strauss es obligado mencionar su Salomé de 1953 en Munich y sus Elektra de 1949 y 1956 en el Met.

Cantantes como Varnay merecen una total admiración, todavía más cuando sus grandes cualidades son hoy recordadas por muy pocos. Es muy recomendable leer sus memorias que son una lección de clase y humanidad.