beethoven portrair

Inocular algo de optimismo

27/12/2020. Donostia. Teatro Victoria Eugenia. Ludwig van Beethoven: Sinfonía nº 9 en re menor, op. 125. Miren Urbieta-Vega (soprano), Paula Iragorri (mezzosoprano), Gillen Mungia (tenor) y Fernando Latorre (bajo). Coro Donostia Opera (director: Jagoba Fadrique). Kamerata EusKdivarius. Dirección musical: Arkaitz Mendoza.

La colocación de las primeras vacunas contra el Covid-19 copó el absoluto protagonismo mediático en la mañana del día 27 de diciembre. El año 2020 está a punto de terminar y más allá de otras consideraciones –seguramente más importantes- el mundo de la cultura en general y de la música en particular las ha pasado, las está pasando, canutas: suspensión de eventos, aplazamientos sucesivos, incertidumbre sobre el futuro inmediato, etc., y muchos profesionales sin saber que va a ser de su futuro profesional más inmediato.

Hemos llegado a suspirar por cada uno de los pocos conciertos que hemos podido disfrutar en las últimas semanas y cada cita se ha terminado por convertir en pequeño gran acontecimiento. Por ello, que en estas circunstancias el proyecto Beethoven que asumió la Kamerata EusKdivarius haya podido ser concluido en el año natural solo puede ser motivo de satisfacción. Un servidor pudo asistir –y reflejar con la pertinente reseña- al concierto de la Sinfonía nº 7 en el hermosísimo santuario de La Antigua, en Zumarraga en un concierto difícil de olvidar. Solo recordar que el proyecto mencionado suponía la interpretación de las nueve sinfonías en nueve localidades guipuzcoanas distintas en programas breves, adecuados al momento en el que vivimos.

La Sinfonía nº 9, Coral, op. 125, de Ludwig van Beethoven era la última a ofrecer al público guipuzcoano y para ello se eligió la capital y su recinto histórico, el teatro Victoria Eugenia. La sinfonía coral no es una obra cualquiera, no; y no solo porque haya terminado siendo una obra icónica de la música clásica occidental sino porque exige a la plantilla orquestal un nivel de exigencia superior a cualquier otra que el mismo compositor pudiera exigir en sus ocho sinfonías anteriores. Quizás aquí reside el principal escollo a superar por parte de la Kamerata. 

Al término de la interpretación su director, Arkaitz Mendoza, pareció caer desplomado ante la dimensión del trabajo realizado y por haber tenido que superar innumerables problemas; por hacernos una idea, mientras que la orquesta estaba diseminada por el escenario –de por sí, reducido- del teatro junto a solistas y director el coro ocupaba las primeras seis filas de la platea. Así, Mendoza tuvo que dirigir la segunda parte del cuarto movimiento dando la espalda ya a la masa coral ya a la orquesta. Así, en estas circunstancias se celebró el concierto que nos ocupa.

El resultado final puede considerarse positivo, sin que por ello no tengamos que apuntar algunas limitaciones. Las ya apuntadas exigencias de la obra mostraron las limitaciones de un grupo orquestal más cómodo en un repertorio más camerístico; así, se observaron cierta falta de densidad en la sección de cuerda, algunas transiciones entre temas musicales realizadas de forma desdibujada así como que viento y metal carecían del brillo necesario, sobre todo en el último movimiento.

Sin embargo, y por encima de todo, Arkaitz Mendoza se entregó al máximo tratando de hacer de la necesidad, virtud y construir una interpretación que terminó por emocionar el público presente, el máximo autorizado. 

El coro Donostia Opera que, como ya se ha indicado, ocupaba las primeras filas de platea y los palcos más inmediatos, hizo una interpretación bastante desequilibrada, con secciones demasiado presentes –las dos agudas- mientras otras apenas resaltaban, las más graves. En cualquier caso el coro se mostró más cómodo en los momentos de expansión y brillantez y menos en los recogidos e íntimos. Su disposición física no facilitaba la interracción con solistas y orquesta además de suponer para el director un continuo girar que también supongo incómodo.

Del cuarteto solista, del que merece apuntar la juventud y que todos fueran de casa –tres guipuzcoanos y un vizcaíno lo componían- destacaron de forma clara Miren Urbieta-Vega y Gillen Mungia. La primera, de volumen y proyección evidentes, se hizo presente durante todas sus intervenciones mientras que Mungia aprovechó su Froh, wie seine Sonnen para acaparar toda nuestra atención.

Fernando Latorre tuvo una primera intervención algo tosca aunque luego se rehizo y supo hacerse presente en las notas más graves del cuarteto final mientras que la mezzo Paula Iragorri, quien tiene que lidiar con la parte más ingrata, se hizo oír con nitidez en el mismo último fragmento.

El día que responsables políticos anunciaban el principio del fin de la pandemia que ha asolado nuestra forma de entender la convivencia cuatrocientas personas nos juntamos para escuchar una obra que supuso, también, el principio de una nueva forma de entender la música: la inserción de la voz humana en la estructura sinfónica supuso todo un acto revolucionario de un músico que despunta de tal manera que aun a pesar de todos los virus del mundo su celebración ha vertebrado la actividad cultural de 2020. 

No se qué escribiré en 2021. Espero que el tono general sea distinto: esperanzado, más ilusionante, quizás optimista. Ya me han comentado algunos lectores que tanto las reseñas que firma un servidor como las de otros colaboradores transmiten una visión general del panorama pesimista y frustrante pero es difícil, por no decir imposible, abstraerse de la situación que vivimos. Por ello me ha parecido una casualidad digna de mención que el mismo día de la colocación de la primera vacuna médica coincidiera con la interpretación de esta obra, cargada de humanismo y buenos deseos y que podemos interpretar –si se me permite la libertad- como una especie de vacuna cultural que inoculamos a una sociedad necesitada de buenas vibraciones.