pastorale malandain

El triunfo del hombre

Pamplona 14/03/2021. Baluarte.La Pastorale. Thierry Malandin (coreógrafo). Malandain Ballet Biarritz.

Una de las obsesiones de Beethoven fue siempre la libertad del hombre, del ser humano. Liberarlo en lo material aunque fuera dependiendo económicamente de príncipes, nobles o editores, pero sin que coartaran su mundo creativo y, siguiendo a Schiller, Goethe y, sobre todo de las ideas de la Revolución Francesa, liberar a la humanidad de las ataduras y la tiranía de los mandatarios, impulsando la cultura como fuente de esa liberación. Uno de los caminos a los que puede llevar esta libertad de ataduras es a un mundo idílico, casi primigenio, a la Arcadia de la mitología clásica. Un mundo donde la Naturaleza una a los seres humanos y los llene de paz y solidaridad. 

Sobre estas premisas creo entender que el coreógrafo Thierry Malandain ha levantado La Pastorale, un ballet que rinde homenaje a Ludwig van Beethoven en el 250 aniversario de su nacimiento, que se cumplió el pasado 2020. La coreografía fue estrenada en diciembre de 2019 en Bonn como parte de las celebraciones, la mayoría de las cuales han sido afectadas por cancelaciones en todo el mundo debido a la pandemia que sufrimos. Aún así hemos podido ver este espectáculo en Baluarte de Pamplona, uno de los espacios escénicos que más apuestan en España por el ballet (de hecho el espectáculo de hoy sustituye a la actuación del conjunto titular del Gran Théâtre de Genève) y que, como otros teatros y auditorios del país, sigue luchando contra viento y marea por ofrecer espectáculos de calidad. Pese a lo mucho que hay que comentar sobre las actuaciones de nuestros gestores culturales a nivel político, es justo reconocer que España es de los pocos países en los que restricciones y confinamientos permiten que haya una vida cultural, aunque no sea tan amplia como quisiéramos. 

Malandain trabaja con tres obras de Beethoven: la muy conocida 6ª Sinfonía Pastoral, fragmentos de la música incidental Ruinas de Atenas y la bellísima cantata número 112 Meeresstille und Glückliche Fahrt (Mar en calma y próspero viaje). La coreografía podríamos dividirla en dos partes. En la primera, utilizando la música de Ruinas y de la cantata, vemos al hombre en una especie de colmena-cárcel horizontal formada por distintas barras horizontales y verticales a la altura de la cintura de los bailarines. Allí está atrapado el hombre (que tanto recuerda a Florestan, en Fidelio) que intenta por todos los medios salir pero que, rodeado de distintas fuerzas (el resto de bailarines), se siente impotente para conseguirlo. Es en esta parte, más oscura y tenebrosa (excelente durante toda la obra la iluminación de François Menou) en la que Malandain elabora las coreografías más atractivas e impactantes. La coordinación y el trabajo del ballet es estupendo moviéndose por ese entramado de barras con una facilidad pasmosa y creando de la mano del coreógrafo imágenes de gran impacto estético y que ponen en evidencia el gran esfuerzo que conlleva esta propuesta. 

Pero hay un momento que recuerda poderosamente el discurso de Sarastro en La flauta mágica de Mozart. Es como si el mismo personaje mozartiano, con su poder de gran sacerdote laico, liberara al hombre de sus ataduras. La luz cambia, las barras-cárcel ascienden y nos vemos trasladados de la mano del Allegro (Erwachen heiterer Empfindungen bei der Ankunft auf dem Lande «Despertar de alegres sentimientos al encontrarse en el campo») que abre la 6ª sinfonía a esa Arcadia de la que hablábamos antes, a un mundo primigenio donde el hombre es libre. Quiero hacer aquí un pequeño inciso para recalcar que, como se dijo más arriba, ese hombre es el representante del género humano.

Toda la coreografía de Malandain incide en esa premisa: tanto el vestuario (siempre el mismo para todos, buen trabajo de Jorge Gallardo) como las distintas figuras que se forman nunca definen sexo alguno. No es ambigüedad o androginia. Es buscar la esencia de la humanidad. En ese mundo pastoril y onírico todos los movimientos recuerdan al mundo griego, a las danzas que Matisse plasmó, a los bailes tradicionales helénicos que han sobrevivido hasta nuestros tiempos, pero también atisbamos movimientos que nos recuerdan la primera coreografía de Nijinsky para el Prélude à l'après-midi d'un faune de Debussy, esa obra que tanto tiene que ver con el mundo de la naturaleza, siempre con una indudable presencia de la danza clásica, base indiscutible de esta segunda parte.

Al hombre liberado le cuesta integrarse en ese mundo en el que no hay ataduras, donde se corre y se danza en común, muchas veces como una piña, como un solo cuerpo. El resultado para el espectador es muy relajante, bello, sin que haya pausas en ningún momento, dando los bailarines un ejemplo de versatilidad encomiable. Tras un momento de titubeo, de vuelta a las tinieblas con la música de la tormenta (Gewitter. Sturm) de la sinfonía, al final, al compás de los últimos versos de la cantata 112 con letra de Goethe (y que anuncian la música para los versos de Schiller de la Novena Sinfonía) el hombre, por fin, se siente libre y unido con sus semejantes.

Los componentes del Malandain Ballet Biarritz hacen un trabajo espléndido en el que brilla sobre todo el conjunto por encima de los excelentes solistas, especialmente el protagonista que, en el programa de mano, que es el que dispongo, no viene indicado. Fue, lógicamente, el más aplaudido, aunque todos levantaron el entusiasmo del público de Baluarte que había colgado el cartel de “no hay billetes”. La cultura sigue viva, pese a todas las adversidades.

Foto: © Olivier Houeix