AsOne Bilbao21

Casi dos años después

Bilbao. 18/03/2021. Teatro Arriaga. Laura Kaminsky: As One. Inés Olabarria-Smith (mezzosoprano), Enrique Sánchez-Ramos (barítono), Cuarteto Bauhaus. Dirección escénica: Marta Eguilior. Dirección musical: Carlos Calvo Tapia.

Hacía dieciocho meses que no me acercaba al Teatro Arriaga desde unas ya lejanas funciones de West Side Story; casi veinte desde la última ópera Mendi-mendiyan, de José María de Usandizaga que tuvieron adecuada referencia en este medio. Dieciocho o veinte meses que dicen mucho sobre la situación que estamos viviendo y sobre las enormes dificultades existentes para programar lírica fuera de los teatros de extraordinarios medios.

Una salida a estas dificultades objetivas es apostar por la ópera de cámara y, en este sentido, los tiempos actuales son ejemplo perfecto de adecuación a las circunstancias pues desde el final de la Segunda Guerra Mundial se han multiplicado los formatos de la ópera y se ha facilitado la accesibilidad al género. Un ejemplo de ello es el título que ha supuesto la vuelta de la ópera al recinto bilbaíno: As One, de Laura Kaminsky. La obra se estrenó en 2014 y su planteamiento es de una simplicidad máxima: un personaje, dos cantantes y un cuarteto de cuerda, es decir, máxima economía de medios.

En los periódicos vascos y durante los días previos se ha anunciado a bombo y platillo el estreno de la primera ópera trans de la historia, haciendo hincapié en la trama argumental como elemento novedoso y, supongo que al mismo tiempo, de atracción a un público que, digámoslo desde un principio, ocupaba todas las butacas posibles. De ahí la existencia de un solo personaje que, sin embargo, aparece vocalmente desdoblado en su antes y su después, Porque Hanna antes era un hombre –voz barítonal- y ahora es una mujer –mezzosoprano- y los dos cantantes desarrollan las distintas vicisitudes de una misma persona, luchando constantemente con sus conflictos: el interior, por la toma de decisiones tan importantes como el de cambio de sexo o las transformaciones de su cuerpo durante el proceso de cambio; y el exterior, al experimentar el rechazo social e incluso la violencia de aquellos intransigentes con lo distinto.

No nos engañemos: si preguntamos a personas no duchas en esto de la ópera en qué consiste este género nos lo resumirían en algo similar al estereotipo que dice que un hombre y una mujer –seguramente con sobrepeso- se cantan hiperbólicas canciones de amor para acabar trágicamente con la muerte de uno de ellos o  de ambos. Y precisamente ahí reside, en mi modesta opinión el valor de As One: que nos narra no una historia con cierto rasgo a naftalina sino que pone los pies en la realidad del siglo XXI, se acerca a una cuestión hoy en día candente y motivo de conflicto político, ideológico y moral cual es el de las personas trans, aquellas que tienen una identidad de género distinta al sexo que tienen. 

Hannah es hombre por nacimiento pero se siente, es mujer. Y por ello desde época escolar, desde su lejanos años de primaria, vive en conflicto permanente no ya solo consigo misma sino con un sistema educativo cuadriculado, con normas convencionales estúpidamente impuestas según genero –impagable la reflexión acerca de la letra apropiada del hombre y la mujer- y con los convencionalismos impuestos a cada sexo: Hannah, cuando es niño, tiene que ser atleta, rápido, fuerte y no llorar; pero Hannah se siente, es mujer. También es valiente porque toma la decisión siendo bastante joven; esa decisión le provoca mil dudas acerca de la conveniencia del paso dado y, sobre todo, acerca de su irreversibilidad. Hannah acaba siendo mujer porque siempre ha sido mujer.

Llega entonces la segunda parte: la reacción social cercana, una familia convencional estadounidense y la general, es decir, esa sociedad que contiene en sí –aunque no solamente- a cavernícolas que se consideran con derecho de agredir todo aquello que se sale de sus normas. Y como parece lógico, a Hannah le asaltan las dudas, las mismas que tras digerir acaban reforzándole en su decisión para terminar concluyendo que lo hecho ha sido necesario y acertado.

Acabará en Noruega; este país, como ejemplo de tolerancia pero quizás aún más, como ejemplo de lejanía, de anonimato, soledad buscada y naturaleza accesible. No faltará el humor yanki –la mención al canto tirolés en Noruega expresa muy a las claras la estereotipada ignorancia del americano medio acerca de Europa y provoca la sonrisa del respetable- y las reflexiones acerca de la evolución de si misma tanto físicamente como en lo relativo a su personalidad. Al final, nieva sobre Noruega y en ese contacto directo con la naturaleza alcanzará Hannah el equilibrio personal. 

Inés Olabarria-Smith, mezzo, y Enrique Sánchez-Ramos, barítono, son Hannah en cada momento vital. Él tiene mayor presencia en la primera parte de la obra; ella, a continuación. Mejor vocalmente el barítono, de voz más consistente y de canto más firme; ella pasa por ciertas dificultades en la franja superior, con línea de canto abrupta. Les acompaña del Cuarteto Bauhaus, com puesto por Yuri Rapoport (violín I), Sara Muñoz (violín II), Sergio Bigara (viola) y Paloma garcía del Busto (violoncello), dirigidos todos ellos por Carlos Calvo Tapia, más en papel de concertador que de creador.

Escénicamente la propuesta es de Marta Eguilior, lo que a priori era otra razón para acudir al concierto. Mis anteriores experiencias con la directora bilbaína han sido tan sorprendentes como satisfactorias. Eguilior es dueña de una valentía natural que sacude un mundo, el de la ópera, necesitada de cierta convulsión intelectual para garantizar su perdurabilidad; en el caso que nos ocupa, y más allá de algunas imágenes de impacto –el momento de las víctimas trans asesinadas en distintas partes del planeta sacudía nuestras conciencias por su contundencia visual- el planteamiento general peca de relativa convencionalidad.

Estéticamente la obra de Laura Kaminsky (1956), compositora de la que hasta hace poco desconocía su mera existencia, se mueve dentro de lo que podríamos llamar un minimalismo melódico que me retrotrae al estilo de Michael Nyman, que no es precisamente el que me resulta más atractivo. Construye la obra sobre quince breves piezas –canciones decían en la prensa- independientes entre sí, lo que en mi opinión hipoteca el desarrollo dramático de la ópera alcanzando una duración total de ochenta minutos. Una obra que brilla por el lado de un texto valiente y necesario –el libreto es de Mark Campbell y Kimberly Reed- que por el de una música de interés relativo. Y sin embargo, bienvenida sea la ópera en el Arriaga casi dos años después.