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In Spain we say "It's amargura"

Mérida. 25/03/21. Palacio de congresos. Obras de Sibelius y Brahms. María Dueñas, violín. Orquesta de Extremadura. Andrés Salado, dirección musical.

In Spain we say "It's amargura"
In Spain we say "ay, me desangro"
In Spain we say "qué coño hago"
In Spain we say "joder qué largo"
In Spain we call it soledad.

No sé cómo se tomaría Rigoberta Bandini que haya traído aquí sus versos para hablar de dos señores finiseculares. O los devotos de estos que les mezcle con un temazo del pop más actual. El caso es que aquí estamos, porque al desamor, a la nostalgia y la melancolía de la vida en general, le llevamos poniendo música desde que tenemos uso de razón. Hay algo de placentero y atractivo en ello. La propia Orquesta de Extremadura lo deja entrever en el título escogido para el programa sobre el que aquí reflexiono: "Lo amargo tras la belleza". 

La asociación de Brahms con la añoranza en colores cálidos es casi inevitable. Incluso en las coordenadas de su Segunda sinfonía, que desde muchos frentes musicológicos se ha apostillado como una de sus músicas más optimistas. Es una música, un mood inevitable, en realidad, tras el arduo y largo proceso por el que peregrinó el compositor para llevar a cabo su Primera sinfonía, desde la fría sombra del titán beethoviano. Sea como fuere, la Orquesta de Extremadura, con su director titular Andrés Salado al frente, dibujaron con maestría esa transición del "pastoral" firmado por Beethoven al mahleriano. Sustentada en una progresión homogénea de tensiones y distensiones y un primer plano de primoroso color en la cuerda, el Allegro inicial fluyó sin problema entre la égloga y la delicadeza del Wiegenlied que se entreteje en sus compases. El arranque del Adagio fue uno de los grandes momentos de la noche, con una sección de violonchelos extraordinaria y recogiendo el tema presentado por unos violines al mismo nivel. Respondieron también los vientos, con la trompa realizando su variante del tema y con las maderas, de nuevo sobre un extraordinario trabajo de la cuerda grave en pizzicatti. De igual modo se desarrolló el Allegreto, tan delicado como juguetón y efusivo, intenso, brillante se desplegó el Allegro final, con un discurso en busca de la homogeneización, del sonido pulido, alejado de marcados contrastes, del abismo ante el que Brahms tantas veces nos situó. Su "amargura", sí, quedó tras la belleza. Es más presente que recuerdo.

No fue su Segunda, como ninguna de sus cuatro sinfonías, el canto idealizado de un veinteañero, sino más bien la bocanada de amor, el zarpazo por vivir de un hombre que ya ha superado los 40 años de edad. Siempre ha de haber espacio para enamorarnos de nuevo de la vida y, tal vez, desenamorarnos. Brahms, lo digo siempre, es tres veces otoño y cautiva por la fuerza mostrada ante los designios del posromaticismo. Un viejo romántico en nuevas latitudes, el amargor de las naranjas que nacen al llegar el frío. De un modo no igual, pero en el que podemos hallar ciertos paralelismos, sucede con Jean Sibelius. Su Concierto para violín aún guarda su expresividad grandilocuente, tras aquellas dos primeras sinfonías remarcadamente nacionalistas (ante la opresión de Rusia, ya ven) y que escribiese, también casi entrado en la cuarentena. La visión de Salado vuelve a mostrarse aquí en pro de la discursiva de la belleza, sin aristas en la articulación, en una lectura homogénea, donde hasta la amargura que rebosan los metales parece quedar tamizada, como se muestra en su Brahms y sólo abriéndose de forma más significativa en los dos movimientos finales... y dejando al violín como absoluto protagonista. Un concepto, un sonido mucho más coherente que el escuchado recientemente en otras formaciones del país que cuentan, sin duda, con mayores recursos y presupuestos. Hay que poner en valor todo ello... y significarlo.

Como solista, María Dueñas, una de las más grandes violinistas de hoy en día. A veces, escribir de forma tan categórica, asertiva, puede generar cierto vértigo, pero ante artistas de su talla no hay otra opción. Sonido pletórico, expresivo, el Allegro moderato resultó una panoplia no sólo de los extraordinarios recursos técnicos de Dueñas sino, además, de una exquisita paráfrasis propia del color. Absoluta maravilla en una obra concebida por un autor que siempre soñó con haber continuado su carrera como violinista. Lo elegíaco, lo bucólico que tan bien conecta con Brahms apareció ya desde su entrada sobre la cuerda dividida. Un sonido alegórico, en la distancia, delicado, que va tornándose tan expresivo como vehemente... magnética en la pequeña cadencia tras la exposición orquestal y absolutamente arrebatadora en la coda que cierra el movimiento. Sonido ampuloso y expresivo igualmente en el Adagio, con cierto (y necesario) poso dramático, de bellísimo fraseo y narrativa por parte de la violinista, así como un persuasivo juego de dinámicas. Y de nuevo un virtuosismo técnico apabullante en el cierre, a ritmo de polonesa. Regaló, como propina, de nuevo una pieza ligada a Granada, su tierra, con La vida breve de Falla. Porque Falla nació en Cádiz, ya lo sabemos, pero le debió todo a Granada y París.

Para nada me considero un viudo del pasado a los que tanto estamos acostumbrados en la crítica musical. Disfruto de él, desde mi presente, que es maravilloso, con la suerte de poder escuchar a artistas de la talla de Dueñas y sentir, con ella, lo privilegiados que somos. El ambiente que se respiraba en el Palacio de Congresos de Mérida era absolutamente excepcional. Pocas veces me encuentro con algo así. Ha sido mi primera vez escuchando a la formación extremeña y entiendo que es un trabajo que llevan persiguiendo desde hace tiempo, pero la presencia de María Dueñas, sin duda, generaba muchísima expectación. No faltaban los comentarios de quienes ya la habían disfrutado el día anterior en Badajoz y habían viajado para escucharla de nuevo. Y muchas zapatillas de jóvenes que sienten en ella una referencia. Ese es, si me lo permiten, el mayor valor de Dueñas. Ya no sólo cómo toca, sino cómo lo transmite. Del mismo modo puede decirse de Andrés Salado. Es algo fundamental para conectar con el público de hoy en día... y el de mañana, que es ya el del presente, gracias a ellos.

Foto: Orquesta de Extremadura.